La batalla por la libertad en Internet dependerá de las herramientas de liberación y democratización utilizadas para impedir que Internet se convierta en la peor forma de opresión del hombre de toda la historia
En el 30º Congreso sobre la Comunicación del Caos (CCC), una cita anual que organiza el Chaos Computer Club, cuya edición número treinta se celebró del 27 al 30 de diciembre de 2013 en Hamburgo, el periodista Glenn Greenwald (*), quien se ha hecho célebre por haber sido la persona elegida por el informático estadounidense Edward Snowden (hoy refugiado en Rusia **) para revelar los escándalos de las escuchas planetarias de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA), tomó la palabra para hablar de su fuente, de como se conocieron, de su oficio de periodista (entonces en The Guardian), de las enormes dificultades con que se ha topado como consecuencia de las revelaciones, de Estados Unidos y del actual contexto de vigilancia global.
Korben, el bloguero francés que es una de mis fuentes preferidas y una referencia internacional en materia de nuevas tecnologías, ha hecho una traducción al francés de la conferencia de Greenwald; a mi vez, yo he traducido el trabajo de Korben y espero que no haya perdido interés. También son mías las llamadas. Al final se encuentra el enlace con el vídeo de la charla, en inglés.
Tras unos minutos de calurosos aplausos de los asistentes al Congreso, Greenwald toma la palabra y comienza agradeciendo la invitación a participar y preguntándose “¿Qué se espera de mí?”.
“Y la razón de la pregunta es que mis competencias en materia de criptografía y pirateo no están reconocidas a nivel internacional. Ya saben ustedes, se ha contado muchas veces que yo he estado a punto de hacer fracasar la mayor historia de seguridad nacional de los últimos diez años y todo a partir del momento en que dije que la instalación del programa de cifrado y descifrado de datos (PGP) (1) era particularmente penosa y difícil.
Hay otra historia muy parecida que ilustra el mismo punto de vista, que hasta ahora no me había parecido conveniente contar: poco antes de mi viaje a Hong Kong, pasé muchas horas en compañía de Laura Poitras (***) y Edward Snowden, intentando revisar mis conocimientos en materia de tecnologías de seguridad, porque iba a necesitarlos para contar todo esto. Intentaron enseñarme todo tipo de programas y llegaron a la conclusión de que, al menos de momento, el único que yo podía llegar a dominar era TrueCrypt.
Me enseñaron los rudimentos de TrueCrypt y cuando fui a Hong Kong pasaba todo el tiempo estudiándolo. Intentaba descubrir algunas funciones que no me habían enseñado y conseguí alcanzar una confianza real en mis capacidades para descubrirlas. Al final del tercer o cuarto día fui a verles con un indecible orgullo. Les enseñé todas las cosas nuevas que había conseguido descubrir y hacer en TrueCrypt, y me autoproclamé “Rey de la criptografía”. Realmente había conseguido avanzar en mis conocimientos y pude ver que, tanto uno como otra, intentaban sin lograrlo del todo no mostrar el asombro y la sorpresa que sentían. Les dije “¿Por qué reaccionáis así ? ¿No es un logro formidable?”. Dejaron pasar un momento. Ninguno quería contradecirme, hasta que finalmente Snowden se vino abajo y me dijo: “TrueCrypt está concebido para que incluso tu hermano pequeño sea capaz de convertirse en maestro. No tiene nada de impresionante”.
Recuerdo que me sentí totalmente desmoralizado y quedé muy deprimido. De eso hace seis meses. En el trascurso de este lapsus de tiempo, las tecnologías de la seguridad y de la vida privada se han convertido en el centro de todo lo que he hecho. He aprendido cantidad de cosas sobre ambas y como funcionan. Y no soy el único. Yo creo que la enseñanza más significativa de estos últimos seis meses, la más indiscutible, es el número de personas que hoy ha entendido la importancia de garantizar la protección de sus comunicaciones.
Si ustedes hubieran mirado mi buzón de correo en julio habrían visto que entre el 3 y el 5% de los correos electrónicos recibidos estaban compuestos con el código PGP. Este porcentaje se eleva ahora al 50%. Cuando hablamos de crear nuestra nueva sociedad de medios de comunicación dedicamos muy poco tiempo a hablar de esta cuestión. Simplemente suponemos que todos utilizaremos la forma cifrada más sofisticada que esté disponible para comunicar con otra persona. Y, en plan positivo, yo pienso que cada vez que me ha contactado alguien procedente del sector periodístico, el activismo u otros terrenos conexos, mayoritariamente han utilizado algún tipo de cifrado; y que quienes no lo hacen, o no saben hacerlo, sienten vergüenza y se prometen que van a aprenderlo cuanto antes.
Resulta notable constatar este cambio radical cuando, incluso a medidos del año pasado, cuando hablaba con algunos periodistas especializados en el terreno de la seguridad nacional y que habían trabajado sobre informaciones muy sensibles, ninguno de ellos sabía qué era el PGP, el OTR (2) o cualquier otra tecnología de punta. Es muy alentador constatar hasta qué punto esta tecnología se está desarrollando y extendiendo. Y pienso que pone de manifiesto algo extremadamente importante, que me hace sentir optimista. A menudo me he preguntado si las historias que hemos conocido en los últimos seis meses, los informes y los debates que han suscitado, al final no van a cambiar algo y a imponer auténticos límites a la vigilancia del gobierno estadounidense. Generalmente, cuando la gente piensa que la respuesta a esta pregunta es afirmativa, lo que citan en primer lugar es probablemente el aspecto menos significativo: el hecho de que va a abrir un debate y que los representantes de nuestro gobierno democrático van a responder a nuestras inquietudes poniendo límites, mediantes reformas legislativas.
La seguridad nacional coartada para reforzar el poder de los gobiernos
Pero eso no va a ocurrir. El gobierno estadounidense y sus aliados no van a restringir voluntariamente su capacidad de vigilancia de forma significativa. De hecho, la táctica que vemos todavía, y desde hace mucho tiempo, es justamente todo lo contrario. Cada vez que este tipo de cuestiones generan grandes polémicas o profundos escándalos, se simula una reforma mediante gestos simbólicos; pero el problema es que al mismo tiempo lo único que hacen es intentar calmar la rabia de los ciudadanos y aprovecharse para aumentar su poder en ese mismo aspecto que escandaliza.
Ya pudimos ver a mediados de los años 1970, cuando existían preocupaciones serias y amenazas reales contra Estados Unidos, al menos tantas si no más que ahora, que el gobierno las aprovechaba todas para aumentar su capacidad de vigilancia y abusar ampliamente de ella. Lo que el gobierno hacía, y hace como respuesta, se puede resumir en “vamos a emprender todas estas reformas, y eso salvaguardará todos estos poderes”. Tenemos que crear un tribunal especial para obligar al gobierno a pedir sistemáticamente autorización para la vigilancia de personas concretas. Lo que decían sonaba muy bien pero, al final, crearon un tribunal a cien leguas de las intenciones originales. Se trata de un tribunal secreto sobre el que únicamente tiene poder el gobierno, y para el que sólo se nombra a los jueces pro-nacionales. Este tribunal da la ilusión de tener el control pero, en realidad se trata de la más grotesca y retorcida de las iniciativas que ha adoptado el mundo occidental. Se trata simplemente de hacer que parezca que la ley y la justicia prevalecen sobre todo el resto de cosas.
También dijeron que iban a crear comités en el Congreso. El comité de vigilancia encargado de supervisar a los comités de inteligencia que iban a crear parecía destinado a limitar cualquier uso abusivo de su poder. Lo que han creado en su lugar va directamente en contra, al colocar a los más leales y serviles a la cabeza de ese comité de vigilancia. Esto dura ya varias décadas y hoy tenemos a dos de los más serviles miembros pro-NSA del Congreso al frente de esos comités, que lo que hacen realmente es apoyar y justificar absolutamente todo lo que hace la NSA, en lugar de llevar a cabo una auténtica supervisión. No ha habido cambios ni reformas reales.
Actualmente, el proceso está a punto de volver a repetirse. Hemos visto como el presidente nombraba a un puñado de sus más leales partidarios para ese escaparate de la “Casa Blanca independiente” que publica un informe muy crítico con la vigilancia del estado pero que, en realidad, lo que presenta es una variedad de propuestas que, en el mejor de los casos, será conseguir que la opinión pública acepte mejor esos programas que, en muchos casos, lo único que harán será aumentar los poderes de la vigilancia de estado, en lugar de reducirlos de manera significativa. Y de esta forma, la respuesta a la pregunta de si al final vamos a tener una reforma con sentido nos reenvía directamente a los tradicionales procedimientos democráticos que hemos aprendido a respetar. Pero las mentiras hay que buscarlas en otra parte.
Es posible que haya otros tribunales que impongan restricciones significativas, por considerar que esos programas son anticonstitucionales. También es posible que otros países del mundo, realmente indignados por los atentados a su propia seguridad nacional, decidan reunirse para crear alternativas, bien en términos de infraestructuras, bien mediante regímenes jurídicos particulares que impidan a Estados Unidos ejercer su hegemonía en Internet. Yo creo que lo más alentador es que las grandes sociedades privadas, las sociedades de Internet y otras, por fin van a empezar a pagar el precio de su participación en ese régimen de espionaje.
Ya hemos visto que, cuando están bajo la luz de los proyectores y se ven obligados a rendir cuentas de sus actuaciones, son conscientes de que el sistema de espionaje está amenazando sus intereses económicos y hacen de todo para intentar mantener el control de la situación. Yo pienso que eso es posible con la condición de que al estado de vigilancia se le impongan serias restricciones.
Hay que ganar la batalla de la tecnología
Pero al final pienso que, frente a todas sus mentiras, las mayores esperanzas están aquí, en esta sala y en todas las competencias que ustedes poseen. Las tecnologías de protección de los datos personales que ya están desarrolladas: el navegador Tor, PGP, OTR y una variedad de productos existentes, representan progresos reales en el terreno de la prevención e impedirán que el gobierno estadounidense y sus aliados invadan el espacio de nuestras comunicaciones. Nadie es perfecto, nadie es invulnerable, pero todo esto constituirá un serio obstáculo que impedirá que el gobierno estadounidense continúe destruyendo nuestra vida privada. Y, finalmente, la batalla por la libertad en Internet dependerá de las herramientas de liberación y democratización utilizadas para impedir que Internet se convierta en la peor forma de opresión del hombre de toda la historia. La primera de las batallas que hay que ganar es la de la tecnología. La NSA y el gobierno estadounidense lo saben perfectamente. Por eso Keith Alexander (3) se viste con el jean de su padre y su vieja camiseta negra para participar en conferencias de hackers. Y es la razón por la que algunas corporaciones de Silicon Valley, como Palantir Technologies, hacen tantos esfuerzos para presentarse como una suerte de rebeldes, de facciones de liberación pro-civil cuando en realidad dedican la mayor de su tiempo a trabajar en secreto, mano a mano con la comunidad de inteligencia de la CIA para aumentar sus resultados. Intentan reclutar jóvenes brillantes y unirlos a su campo, el de la destrucción de la vida privada mediante la utilización de Internet.
El final de ese combate y el futuro de Internet no encontrarán respuesta aquí y ahora. Todo dependerá de que lo que nosotros, los seres humanos, hagamos más tarde. Una de las cuestiones cruciales será saber si, actualmente y en el futuro, personas como las que ocupan hoy esta sala y con vuestras competencias, sucumbirán o no a la tentación de ir a trabajar para organismos que intentan destruir la vida privada en todo el mundo. Otra cuestión es saber si, frente a esa invasión, vais a contribuir, o no, a poner vuestro talento, vuestra competencia y vuestros recursos, a disposición de la defensa de los derechos humanos fundamentales y a continuar creando tecnologías eficaces para proteger nuestra vida privada. Yo sigo siendo optimista, porque pienso que ese poder está en vuestras manos.
Querría hablar también de otro motivo de satisfacción. Se trata del dinamismo del movimiento pro-vida privada, que me parece particularmente sano y que es más importante y más fuerte de lo que esperaba. Aun más interesante es que este movimiento crece rápidamente, y creo que se trata de un proceso inexorable. Debo precisar que todo lo que hecho en los últimos seis meses con respecto a este asunto, todos los discursos que he pronunciado y todos los honores que he recibido, debo compartirlos con las dos personas que han tenido una importancia capital en todas mis actuaciones.
El movimiento pro-vida privada
Una de ellas es mi colaboradora Laura Poitras, de un valor increíble y un carisma incomparable. Aunque ella es menos conocida que yo, tengo que decir que sin ella nada hubiera sido posible. En los últimos seis meses hemos hablado casi todo los días y todas las decisiones adoptadas, lo han sido en perfecta concertación. El hecho de poder tener cerca de una persona como Laura, con un nivel tan elevado de competencia y comprensión sobre la seguridad en Internet y las estrategias de protección de la vida privada, ha condicionado enormemente el éxito de lo que hemos emprendido.
Y la segunda persona indispensable, que merece vuestro reconocimiento y aplauso, es mi fuente, Edward Snowden. Es difícil expresar con palabras lo que su decisión ha significado para mí, para Laura y para todas las personas con las que hemos trabajado, de manera directa o indirecta, a través del mundo. La energía y la voluntad que ha demostrado me han inspirado mucho, y sin duda gracias a él millones de personas van a seguir su ejemplo, demostrando que un solo hombre puede cambiar el curso de las cosas.
Pero creo que lo más importante es saber que los tres no hemos hecho todo esto para nada. Nos hemos inspirado en muchas personas que en el pasado realizaron cosas similares. Estoy absolutamente convencido de que Edward Snowden se ha inspirado ampliamente en el heroísmo y la abnegación de Chelsea Manning (4). Y estoy convencido de que, de una u otra manera, también Chelsea Manning se inspiró ampliamente en toda la letanía de denunciantes y personas de convicciones que le precedieron, para desvelar al mundo situaciones de corrupción, injusticia y desigualdades perpetradas por las mayores entidades del mundo. Y que también ellos debieron inspirarse en uno de mis grandes héroes políticos, Daniel Ellsberg (5), y de eso hace cuarenta años.
Más allá de todo esto creo que es importante saber que todo lo que se ha realizado en estos últimos seis meses –y pienso, entre otras cosas, en las fugas importantes y la denuncia de informaciones clasificadas de la era digital- no hubiera sido posible sin la organización que ha sido precursora en la materia, es decir Wikileaks. Nosotros no copiamos al pie de la letra el modelo Wikileaks. Nosotros lo modificamos un poco y, lo mismo que Wikileaks, hemos adoptado las mejores estrategias y tácticas probadas anteriormente; hemos intentado modificar el método y evitar algunos errores del pasado. Lo que me gustaría subrayar aquí, y es solo mi opinión, es que si Edward Snowden se ha salvado en Hong Kong de una detención y un más que probable encarcelamiento de treinta años en Estados Unidos, se lo debe no solo a Wikileaks sino también a una mujer extraordinariamente valiente y heroica que se llama Sarah Harrison (6).
En todo el mundo hay un número creciente de personas que creen en esta causa y que están dispuestas a dedicarle su energía, recursos y tiempo, e incluso a sacrificarse por ella. Recuerdo perfectamente una conversación telefónica que tuve con Laura hace dos meses. Aunque nos comunicamos todos los días, muy pocas veces lo hacemos por teléfono. Una de esas raras excepciones estuvo provocada por el hecho de que queríamos hablar de un acontecimiento en la Electronic Frontier Foundation, que ambos íbamos a cubrir. Ella me dijo: “Es divertido que hayas pensado en este tema”. Y repasó la lista de personas que se han dedicado a la transparencia y el precio que han pagado por ello: me dijo que Edward Snowden está bloqueado en Rusia para escapar a treinta años de cárcel, Chelsea Manning está en la cárcel, Aaaron Swartz (7) se ha suicidado. Personas como Jeremy Hammond y Barret Brown (8) tienen que responder de grotescas denuncias como resultado de las acciones de transparencia emprendidas. Incluso periodistas que trabajan para el New York Times corren el peligro de acabar en la cárcel por historias que publican. Muchos abogados nos han advertido, a Laura y a mí, de que si viajamos a nuestro país podemos no estar seguros. Laura me dijo: “Realmente es señal del mal que aqueja a nuestro poder político que el precio a pagar por la transparencia sea tan alto, y los castigos tan duros”. Esto obstaculiza el trabajo de los medios de comunicación, mientras el Congreso no hace correctamente el suyo.
Tiene toda la razón. El análisis de la lista me revela otro punto interesante: que cada vez hay más personas que se sienten concernidas. La razón por la que las personas de esa lista pagan un tributo tan grande por su compromiso es que para Estados Unidos es el único medio de continuar manteniendo su régimen del secreto, lo que le permite comprometerse en actuaciones radicales y corruptas y proseguir con su estrategia de intimidación. El encarnizamiento que muestran en disuadir y amenazar a los militantes de la transparencia, y en impedirles realizar sus acciones, no tiene más objetivo que limitar el riesgo de contagio y evitar que más personas se unan a la lucha.
Es una táctica eficaz. Funciona con algunas personas, no porque sean cobardes sino porque son racionales. Es realmente el ejemplo de que Estados Unidos y el gobierno británico están no solo dispuestos, sino también con capacidad para poner en práctica una política que se burle del derecho; animados además por la escasa resistencia encontrada. Por eso hay militantes que lógicamente llegan a la conclusión de que el precio a pagar es demasiado alto. Pero lo paradójico es que hay muchas personas, cada vez más, que reacciona de manera totalmente diferente. Que cuando descubren el auténtico rostro de Estados Unidos y del gobierno del Reino Unido, y ven hasta qué punto están dispuestos a abusar de su poder, lejos de tener miedo o disuadirse, se animan más. Y la razón es que cuando uno ve que esos gobiernos son capaces de tal abuso de poder, se da cuenta de que ya no puede más y de que no puede, conscientemente, dejarles seguir haciendo.
Ha tenido que pasar un tiempo para que nos diéramos cuenta de la necesidad de comprometernos en este combate y su justificación, pero los militantes se han comprometido definitivamente a medida que han ido descubriendo la actuación de los gobiernos. Se trata de una dulce ironía que me alegra personalmente y que muestra como Estados Unidos y sus aliados siembran los granos de la discordia, alimentando así la vitalidad de este activismo contra su propio comportamiento abusivo.
El miedo a que cunda el ejemplo de Snowden
Aprovecho la ocasión de hablar de los intentos de intimidación y disuasión para dedicar unos minutos a hablaros de la postura actual del gobierno de Estados Unidos con respecto a Edward Snowden. Resulta absolutamente claro que, en este momento, el gobierno estadounidense está decidido a llegar hasta el fondo de su funesta lógica. El objetivo final es que Edward Snowden acabe encerrado en una celda durante varias décadas, incluso para el resto de su vida, totalmente separado del resto del mundo. La razón que explica este encarnizamiento no es su preocupación por Edward Snowden sino el miedo a que la sociedad le apoye masivamente. Para ellos, es un reto mayor silenciar definitivamente a Snowden. La razón por la que no pueden dejar que Snowden tenga una vida apacible y libre es que sienten terror de que sus acciones inciten a otras personas a continuar haciendo lo mismo. No tienen ninguna intención de romper ese culto al secreto que les permite esconder cualquier conducta ilegal.
Lo que más me sorprende no es lo que el gobierno estadounidense quiere hacer, sino lo que es. Lo que encuentro impresionante es que haya muchos gobiernos en el mundo, incluidos algunos que hacen de la protección de los derechos humanos su caballo de batalla, que han conocido estas revelaciones heroicas y que están dispuestos a continuar como antes, sin reaccionar, viendo como se desacredita y encarcela a hombres honestos e íntegros por el único delito de haber mostrado lo que hacen algunos con su vida privada. Es realmente sorprendente ver a los gobiernos, incluidos los de los grades países europeos, y a sus dirigentes, manifestando en público una relativa indignación por la violación sistemática de la vida privada de sus ciudadanos, y su auténtica indignación –esta vez sí- cuando descubren que también su vida privada ha quedado al descubierto.
Sin embargo, y en el mismo momento, la persona que ha sacrificado todo para defender los derechos fundamentales y el derecho a la vida privada, se encuentra en una situación en la que sus propios derechos están peligrosamente amenazados. Soy consciente de que para países como Alemania, Francia o Brasil, y otros en el mundo, tiene un coste muy alto desafiar los diktats de Estados Unidos. Pero tiene un coste mucho mayor para Edward Snowden, que tuvo el valor de hacer lo que hizo en nombre de la defensa de vuestros derechos, y que lo hizo consciente del riesgo que corría. Pienso que es importante subrayar y entender que los países tienen el derecho y la obligación internacionales, por los tratados que han firmado, de defender a Edward Snowden frente a cualquier persecución política para impedir que termine pasando el resto de sus días en una celda, simplemente por haber puesto de manifiesto las sistemáticas violaciones de la vida privada y otras formas de abuso de secreto. Pero también tienen la obligación ética y moral de explotar sus revelaciones, de las que son los primeros beneficiarios, intentando proteger los derechos del interesado, atrapado en medio de la tormenta.
Periodistas portavoces del poder
Ahora me gustaría hablaros de uno de mis temas favoritos, que es el periodismo. Cuando estaba en Hong Kong, con Laura y Ed Snowden, mientras escribía un libro sobre todos estos acontecimientos, reflexioné mucho. Hablando con Laura llegamos a la conclusión de que, en nuestros intercambios de pareceres, la cuestión del periodismo y la libertad de prensa tenían tanta importancia como la de la política de vigilancia. Las estrechas relaciones de algunos periodistas plantean algunas cuestiones muy serias. Sabemos que, entre nuestros adversarios más temibles, aparte las agencias de inteligencia que se dedican a cazarnos, también figuran los más devotos y fieles servidores de Estados Unidos y Gran Bretaña, que son los medios de comunicación.
Pasamos bastante tiempo definiendo nuestra propia estrategia sobre el asunto y llegamos a la conclusión de que íbamos a jugar un papel muy perturbador para los diferentes statu quo. No solamente el statu quo existente entre la vigilancia y la política, sino también el del mundo del periodismo.
Pienso que un ejemplo que muestra hasta qué punto ha sido sospechoso el comportamiento de los medios durante estos seis meses, desde que aparecieron las primeras revelaciones, es que la información ha podido circular sin su intervención, e incluso a pesar de ellos. Uno de los casos más significativos, que viví personalmente, fue una entrevista que me hicieron, hace tres semanas o un mes en la BBC, en un programa llamado Hard Talk. En el transcurso de la entrevista, en un momento en que yo acaba de hacer algunas observaciones banales y nada polémicas, como que la prensa tiene que ser libre y no plegarse a la presión de los responsables de la seguridad nacional, y que un periodista debe ser siempre un contradictor frente al poder, el entrevistador dijo que esos programas gubernamentales son esenciales en la lucha contra el terrorismo y que mis declaraciones no debían tomarse como si fueran indiscutibles porque no se apoyaban en pruebas irrefutables. Cuantas veces intenté contestarle, me interrumpió siempre. Ese periodista era exactamente como un cura victoriano que se hubiera escandalizado al ver que una mujer se subía la falda por encima del tobillo. Después me dijo: “No puede creer lo que usted sugiere de que los altos funcionarios y los generales de Estados Unidos y Gran Bretaña sean capaces de hacer falsas declaraciones en público. ¿Cómo puede decir esas cosas?”
La mentira como arma de destrucción masiva
Su actitud no tiene nada de sorprendente. Es el punto de vista que, sin la menor duda, comparte un gran número de estrellas estadounidenses y británicas del mundo de los medios, que no pueden pensar ni por un segundo que personas que llevan el pecho lleno de medallas y se llaman generales, y otras que son altos funcionarios del gobierno, sean capaces de hacer declaraciones falsas: para la mayoría de ellas, cualquier declaración que salga de su boca se considera exacta, a partir del momento en que no haya ninguna prueba que contradiga sus palabras; y se considera casi inmoral cuestionar su veracidad y exactitud.
Evidentemente, ya vivimos la guerra de Irak en la que estos dos mismos gobiernos mintieron deliberada y voluntariamente varias veces a sus propios pueblos, y durante un período de dos años, para justificar una guerra de agresión que ha destruido completamente un país de 26 millones de personas. Y no es el único ejemplo. El primer documento que me enseñó Edward Snowden sacaba a la luz una incontestable mentira pronunciada por el responsable de la inteligencia nacional del presidente Obama, el director James Clapper. El documento detallaba como la administración Obama había conseguido convencer a un tribunal secreto para que obligara a las compañías telefónicas a enviar a la NSA todas las grabaciones de teléfonos únicos, todas las llamadas de respuesta, locales e internacionales. Hay que precisar que ese mismo funcionario, pocos meses antes había preguntado al Senado: “¿Puede la NSA recoger los datos completos de las comunicaciones de los estadounidenses? “, y el Senado le había respondido: “No, señor”.
Existen otras muchas mentiras que han contado la NSA y los altos responsables del gobierno estadounidense; y hablo de mentiras voluntarias y pronunciadas con total conocimiento de causa, con el único objetico de convencer a la gente y hacerle creer cualquier cosa. Keith Alexander (3), el director de la NSA, declaró varias veces que eran totalmente incapaces de saber con precisión el número exacto de llamadas y correos electrónicos que interceptan, incluso con el programa Informant que contabiliza, con precisión matemática, el número exacto datos facilitados. ¿Por quienes nos toman la NSA y el GCHQ (Cuartel General de Comunicaciones del gobierno, servicio de información electrónica del gobierno británico) cuando dicen que el objetivo de esos programas es proteger a la población contra el terrorismo y garantizar la seguridad nacional y cuando pretenden, al contrario de lo que haría cualquier pérfido ladrón, que jamás se han dedicado al espionaje, por razones económicas?
Y, sin embargo, y al hilo de los informes que nos han sido revelados, ha habido espionaje desde el gigante del petróleo brasileño Petrobas, pasando por el espionaje en la Organización de Estados Americanos (OEA) y en las cumbres económicas donde se han negociado acuerdos de envergadura, y en sociedades de energía en Europa, Asia y América Latina; pero el gobierno de Estados Unidos sigue negándolo todo. Además, el presidente Obama ha dicho varias veces cosas como “No podemos hacer, y no hacemos, ningún tipo de vigilancia o espionaje en las comunicaciones sin un mandato judicial”; lo dijo incluso cuando, en 2008, el Congreso –al que pertenecía como Senador- aprobó una ley permitiendo al gobierno interceptar conversaciones y comunicaciones sin mandato. Es una auténtica mentira. Y, sin embargo, los medios de comunicación que habitualmente reaccionan escandalizándose cuando uno hace alegaciones sin presentar pruebas, en casos como éste abandonan su papel de contradictores convirtiéndose en fieles portavoces de esas potentes organizaciones, de las que pretenden ser totalmente independientes.
A este respecto querría añadir algo que aclara la manera en que funcionan los medios estadounidenses y británicos. Uno puede encender su televisión a cualquier hora del día o de la noche, o abrir una página de Internet, y descubrir como periodistas muy valientes llaman delincuente a Edward Snowden y exigen su extradición a Estados Unidos, para que sea juzgado y encarcelado. Se muestran muy valientes cuando se trata de personas despreciadas por Washington, que no tienen ningún poder y que, de hecho, se consideran marginales. Son muy valientes cuando exigen que a Snowden se le apliquen las reglas del derecho lo más fielmente posible: “Ha infringido la ley y por tanto tiene que pagar las consecuencias”. Y, sin embargo, han dejado sin respuesta el hecho de que el más alto funcionario de Estados Unidos en materia de seguridad nacional, les haya mentido mirándoles a los ojos, declarando ante el Senado. Y ese es un delito aún más grave que el que se le adjudica a Snowden.
Será muy difícil, incluso imposible, encontrar a uno solo de estos periodistas intrépidos, valientes, que sea capaz de expresar abiertamente la idea de que el director de información nacional, James Clapper, debe estar sometido a las mismas reglas de derecho y merece ser juzgado y encarcelado por los delitos cometidos, porque el papel de los medios estadounidenses y sus homólogos británicos es ser la voz de quienes tienen más poder, proteger sus intereses y servirles. Todo lo que hemos sabido en los últimos seis meses, y todo lo que hemos decidido últimamente respecto a la creación de una nueva organización mediática, tiene como fin último invertir el proceso y reanimar a la profesión periodística en el sentido que debe tener; es decir, ser una verdadera fuerza de contradicción, un cortafuegos contra quienes ostentan plenos poderes.
Todas las comunicaciones controladas, archivadas, analizadas…
Me gustaría concluir hablando de una última cuestión, que es la propia naturaleza del estado de vigilancia que hemos denunciado en los últimos seis meses. Cada vez que me entrevistan me plantean las mismas preguntas, como el hecho de saber cual es la historia más importante que he revelado o en que estado se encuentra la última historia que acabo de publicar. Respecto a esto quiero fijarme en un punto. Lo digo sin la menor exageración y sin pretender caer en el melodrama, no es ni metafórico ni figurativo, pero es realmente cierto que el objetivo de la NSA y sus socios Five Eyes en el mundo anglófono (Canadá, Nueva Zelanda, Australia y Reino Unido) es eliminar la vida privada a escala mundial. Desean que nunca más pueda escapar a su red de vigilancia ninguna comunicación humana. Quieren garantizar que todas las formas de comunicación humana, por teléfono o por Internet, y todas actividades en línea, puedan ser recogidas, controladas, almacenadas y analizadas por este organismo y sus aliados. Podéis no creerme, pero están obsesionados por la búsqueda del menor fallo en el planeta porque podría desarrollarse alguna forma de comunicación que no pudieran controlar.
Una de las historias en las que estamos trabajando (cuando trabajaba en el Guardian tuve algunos problemas al anunciar mis futuras historias, pero como ya no estoy allí puedo anunciarlo sin temor) es que la NSA y el GCHQ están enloquecidos con la idea de que podáis subir a un avión y usar teléfonos móviles o servicios de Internet lejos de su vigilancia, y que eso pueda ocurrir durante varias horas seguidas. Están obsesionados buscando medios para invadir vuestros sistemas en línea, tanto en los servicios de Internet como en los teléfonos móviles. La misma idea de que los seres humanos puedan comunicarse, incluso durante breves instantes, sin que ellos sean capaces de recoger, almacenar, analizar y vigilar lo que puedan decirse, les resulta completamente intolerable. Es el mandato institucional.
El estado de vigilancia engendra conformidad
En las entrevistas que me ha hecho en diferentes países me he planteado varias cuestiones: “¿Por qué quieren espiar a este funcionario?”, “¿Por qué quieren espiar a Suecia?” o “¿Por qué su objetivo es esta determinada empresa?”. La premisa para estas preguntas es que la NSA y el GCHQ necesitan una razón específica para vigilar a alguien. Pero esa no es su manera de pensar. Ellos apuntan a cualquier comunicación pueda caer en sus manos y puedan eventualmente explotar. Y si pensamos en todo lo que nos aporta la vida privada, como seres humanos, entenderemos su obsesión por esa vida privada que nos permite explorar fronteras y desarrollar nuestra creatividad. Si pensamos en un mundo donde la vida privada esté condenada a desaparecer, comprenderemos fácilmente el riesgo de eliminar justamente lo que constituye el principal vector de la libertad del individuo.
El estado de vigilancia, por su necesidad, por su propia existencia, engendra la conformidad porque cuando los seres humanos saben que pueden vigilarles, aunque no sea durante todo el tiempo, sus opciones son mucho más limitadas y más próximas a la ortodoxia que cuando se toman en una esfera privada sin trabas ni vigilancia. El objetivo declarado de la NSA y el GCHQ es, como testimonian ejemplos recientes, eliminar la vida privada y ese objetivo figura encabezando la lista de sus prioridades”.
Notas (sigue en página 2):