No se trata únicamente de lo inquietante que resulta el fenómeno del ascenso de la extrema derecha en Francia, en realidad el Frente Nacional ha sido siempre un desastre como gestor. Y con algunas pocas excepciones (Bénin-Beaumont, Beziers, etcétera) lo más absurdo es que sus resultados de la primera vuelta, no fueron tan impactantes como su reflejo mediático.
Nuestras propias reacciones periodísticas, con frecuencia, retroalimentan un experimento con frecuencia teñido de fracaso administrativo. Empecemos por recordar la década de los años 90, otro de los períodos de “auge” del partido aún liderado entonces por Jean-Marie Le Pen. Bernard Delattre, fino observador de la realidad francesa, colega y corresponsal en París de la La Libre Belgique, nos recuerda que ciudades como Toulon o Vitrolles tuvieron alcaldes de extrema derecha. “Tardaron años en recuperarse”, dice Delattre. De repente, actividades culturales que animaban el panorama cultural (y económico) de esas ciudades se paralizaron. Perdieron el apoyo oficial. El espíritu censor reapareció con la mirada centrada en el contenido de las bibliotecas públicas. Los espectáculos considerados poco acordes con “el espíritu y las tradiciones francesas” encontraron dificultades de programación. En este sentido, la amenaza reciente de la dirección del ilustre festival de Aviñón, de abandonar la ciudad si gana el FN, no es sólo un prejuicio ideológico; sino una conclusión de la experiencia del pasado. Por ejemplo, en Toulon (sur de Francia), el alcalde Jean-Marie Le Chevallier (alcalde en el período 1995-2001) mostró su gusto por la pompa y los gastos de representación desmedidos. Dejó tras de sí una deuda cercana a los 200 millones de euros. Sus votantes se encontraron con unas subidas de impuestas tremendas, de las mayores posibles en una hacienda local de Francia. La corrupción se dejó ver con las tradicionales facturas falsas y la contabilidad “imaginaria”. En enero de 2001, al final de su mandato, fue condenado a un año de prisión y a pagar 100 000 euros por desvío de fondos públicos y por otros delitos, como pago de empleos ficticios y subvenciones artificiosas a asociaciones políticamente cercanas. Dos meses después, sufrió otra condena por soborno de testigos: intentó hacer creer ver como “político” un asesinato de un personaje cercano, cuando en realidad no tenía nada que ver con la política, sino con la vida privada del asesinado. Le Chevallier fue inhabilitado para ejercer cargos públicos durante cinco años y condenado a pagar otros 30 000 euros. Algo parecido sucedió en Vitrolles (Ródano), donde el mucho tiempo lugarteniente de Le Pen, Bruno Mégret, ejerció el poder municipal real con su esposa Cathérine como testaferro político. En los dos casos citados, además, los dirigentes del FN terminaron con escisiones y broncas internas con su propia fuerza política. Y quienes sucedieron a los Mégret en la gestión municipal se encontraron una ciudad en bancarrota. Mégret, quien fue diputado nacional y europarlamentario con el FN, terminó peleándose con Le Pen, después de ser condenado por financiación irregular de sus campañas. También fue condenado por racismo. Algunas de las medidas que intentaron aplicar en Vitrolles, tuvieron que ser impedidas por los jueces por discriminatorias e ilegales. Asimismo, Cathérine Mégret sufrió una condena que la inhabilitó durante dos años, tras constatar el Consejo de Estado diversas irregularidades. Por ejemplo, la utilización de medios municipales para promover a su marido como Presidente de la República. Bruno Mégret terminó creando su propio mini partido, el Movimiento Nacional Revolucionario, contra su viejo amigo Jean-Marie Le Pen. En la misma región del sur de Francia, en Marignane, el alcalde del FN, Daniel Simonpieri, quien ejerció dos períodos (hasta 2008), dobló las deudas del municipio y los hábitos de las facturas falsas fueron también constatados jurídicamente. Sin embargo, aunque ha llegado a reconocerlo, Marine Le Pen ha logrado pasar por encima de ese balance desastroso de los suyos en la realidad de la gestión municipal. La jefa del FN pretende ahora que sólo la juventud (?) del ejercicio de las responsabilidades administrativas, por parte de esos destacados dirigentes del FN, propició esos desvíos de fondos y todos los desastres de esa gestión corrupta. El altisonante eslogan “Cabeza alta y manos limpias” de los Le Pen se viene abajo si recordamos todo lo anterior. Nuestro colega Delattre nos ha recordado también que Jacques Bompard, alcalde de Orange, está pendiente de juicio por corrupción, al vender propiedades municipales, con provecho para una empresa de su propia hija. El Tribunal de Cuentas ha señalado los gastos suntuarios de ese alcalde FN, que incluyen “vinoterapias”, balnearios, centros termales demasiado caros y gastos enormes en perfumería. Un perfume y un mal olor que quizá no esté de más recordar cuando acaban de abrir los colegios electorales en una incierta segunda vuelta.