Quienes tengan la suficiente memoria como para haber vivido la Transición (se la ha santificado hasta tal punto que se ha ganado la mayúscula), recordarán que el histórico Café Gijón, en el paseo de Recoletos madrileño, tenía antes de la muerte del dictador una puerta giratoria, como muchas de las que daban añeja pátina de entrada a la decena de viejos establecimientos de este tipo que había por entonces en la capital de España.
Hoy solo nos queda el Gijón, tal como lo conocimos los asturianos que a primeros de los setenta buscábamos una especie de medio cobijo entre literario y toponímico, bien por la profesión que íbamos a ejercer, bien por las querencias bohemias y/o teatrales que algunos profesábamos con denuedo en aquella tierna juventud.
En razón a esas debilidades memoriosas y a la amistad que me une con su autor, con quien recorrí España indagando en las culturas regionales y autonómicas cuando afloraban sus identidades y veleidades distintivas, he leído con gusto el libro de Javier Villán “Madrid canalla. Historias intelectuales y golfas del Café Gijón”, publicado recientemente por la editorial Almuzara.
No se trata de un libro denso, como lo sería si Villán hubiese pretendido contarnos la historia del establecimiento, fundado en 1888 por Gumersindo García, un indiano gijonés que hizo fortuna en Cuba. No, el poeta, escritor y periodista palentino se centra en lo que su memoria y la de los espejos del café le han contado y hasta susurrado confidencialmente, a lo largo del medio siglo de vivencias que Javier Villán acumula como habitual usuario del recinto. Aclara el autor que el término “canalla” tiene más de muchedumbre y ternura que de maldad, pues participa de la grandeza y las miserias de la picaresca española. En cuanto al tono, no podía escribirlo Javier de otro modo que no fuera en clave melancólica y sentimental, pues tiene radicada en el café buena parte del fundamento emocional, social e intelectual de su oficio.
Hasta 300 nombres, aproximadamente, integran la relación de personajes más, menos o nada conocidos que aparecen en el texto, al que se adjunta un álbum de fotografías que van de la posguerra a la Transición: “Para pertenecer a la tribu del Gijón -escribe Villán- hay que haber sido un bohemio cuando todavía existía la bohemia, tener detrás a la policía o, por lo menos, a la dueña de la pensión en que habitabas y que no veía la forma de cobrar. Y estar más nutrido de vinos, libros y tiempo ocioso que de buenos alimentos. Haber amado hasta la extenuación y ser amado hasta el límite. Y haber participado en querellas de amor y en incruentas, aunque malvadas, reyertas literarias. Imprescindible, un vislumbre de gloria, aunque sin demasiadas expectativas”.
Al ser un libro que no cuenta la historia del café, sino la biografía del autor en el café, Madrid canalla refleja sobre todo episodios y circunstancias vividos en el ámbito del Gijón y algunos restaurantes de su entorno durante el tardofranquismo y la Transición, por lo que tiene indudable valor como documento que ilustra -según subtítulo- las historias más golfas que intelectuales que allí se sucedieron desde la dictadura franquista a lo que Villán llama dictadura cleptocrática de los partidos.
Una pena que el autor no nos haya sabido decir en qué año exactamente desapareció la puerta giratoria, porque como Javier escribe fue un hecho muy importante que hizo más transitables la literatura y la política. Debió de ser entonces cuando un grupo de gijoneses que estudiábamos en Madrid nos atrevimos a entrar, con respetuosa timidez provinciana, en aquel aureolado establecimiento.