Rusia: cerca y lejos

En Moscú, no sé si la nueva guerra fría se deja entrever, pero no parece demasiado visible. Incluso el frío meteorológico es menor que ayer este sábado 22 de noviembre. Y al anochecer, las calles me parecen mejor iluminadas que en el pasado. Tampoco percibo la pobreza que era patente a primera vista hace años. En la pantalla de un televisor cualquiera, escenas de soldados en el este de Ucrania que nos recuerdan que allí el alto el fuego es más bien retórico. Constato unos precios que parecen (para mí) menos terribles que hace seis o siete años: el rublo se ha devaluado.

La divisa rusa hará como el euro o el dólar. De ahora en adelante, su evolución estará vinculada a la oferta y la demanda, sin que intervenga el Banco Central de Rusia para mantener su cotización (artificialmente)”, decía la semana pasada Elvira Nabiulina, gobernadora del BCR. Desde enero, el rublo ha perdido un 30 % con relación al dólar; algo menos con respecto al euro.

Al pagar mi primer gasto, percibo la diferencia respecto a mi última estancia (en 2007). Y me cuentan que las sanciones occidentales y la caída del precio del petróleo están en el origen de la devaluación del rublo. Se citan también la huida de capitales y la compra masiva de euros y dólares por parte de algunos ciudadanos que quieren proteger sus ahorros de cualquier posible empeoramiento por la crisis en Crimea y Ucrania. Crimea implica una inversión y gastos en la recuperación del territorio; de manera distinta, también las zonas prorrusas de Ucrania. Es decir, todo parecía ir bien hasta ayer mismo; pero las sanciones y los conflictos fronterizos han hecho mella en la economía.

Las advertencias occidentales que el presidente Putin recibió en la reciente cumbre del G-20 pretenden  abonar la impresión de esa quiebra, pero los rótulos luminosos de las multinacionales occidentales salpican nuestro recorrido moscovita. De algún modo lo desmienten. No hay ya un sistema allí (en la UE y en EEUU) y otro aquí: es un modus operandi económico similar. Con las sanciones, puede que se castigue a Rusia (o más bien a sus ciudadanos); sin embargo, está claro que los sancionadores pierden también. El colega parisino que aterrizó con nosotros en el aeropuerto de Sheremetyevo viajaba con el encargo de traer quesos franceses a sus amigos porque las sanciones los han hecho desaparecer de su supermercado.

Sanciones mutuas

Francia querría entregar a Rusia los portahelicópteros Mistral vendidos al cliente Putin; la situación no lo permite aún. El primer plazo de entrega acaba de pasar, pero ejecutar el contrato París-Moscú no es fácil en las circunstancias actuales. Los aliados de la UE y la OTAN vigilan que Francia no se desvíe del camino marcado por los demás. El problema para François Hollande es que si no entrega  lo contratado por Putin (en tiempos de Sarkozy), el contrato prevé reparaciones elevadas a favor de la Federación Rusa. Esto de las quejas, demandas y  sanciones puede ser de ida y vuelta. Y la Unión Europea duda si dar pasos nuevos hacia nuevas sanciones, que luego parece rebotan hacia Bruselas. Además, el viceprimer ministro ruso ya ha sugerido que Rusia puede estar tentada de empezar a construir ese tipo de buques de guerra por sí misma. Seguramente, la capacidad no le falta para hacerlo en ese y otros sectores motivo de intercambio comercial con países de la UE.

Errores ucranianos

Entretanto, Kiev comete errores como la ruptura de lazos de todo tipo con las zonas rebeldes, tales como la petición de pasaporte a los ucranianos que quieren viajar a Donestk y Lugansk, la suspensión de sus servicios sociales en aquellas zonas o la anulación de su concesión anterior sobre la utilización del idioma ruso allí (incluida en los maltrechos acuerdos de alto el fuego).

Claro que el poder de los rebeldes se basa en el apoyo de Moscú, abierto o no, que es lo mismo; claro que las elecciones de los prorrusos fueron una farsa. Sí, pero Kiev parece tomar decisiones que ahondan la zanja de separación entre su capital y la Ucrania oriental. Y al hacerlo, ayuda al Kremlin  a dar un paso más hacia la ruptura con sus propios ciudadanos del este. Y en la relativa  guerra fría de estos tiempos volcados a la propaganda  (de Moscú, Washington y Bruselas),  el conflicto tiende a quedar congelado. El paso del tiempo hará madurar la fruta, piensa Moscú. Mientras, la misma UE pagará las facturas del gas ruso que siguen llegando a Ucrania (el acuerdo de hace días sólo alcanza para el invierno).

Y cuando la OTAN dice que han entrado nuevos tanques rusos en Donesk, lo dice con la boca pequeña y Moscú lo desmiente. “No estamos allí”, dijo un portavoz del Kremlin en el G-20. Putin, por otro lado, se ha entrevistado con Xi Jinping para intentar redirigir su producción de gas hacia China. No quiere estar tan atado, como hasta ahora, a los mercados occidentales. Por eso busca un cierto alivio en China, pero también en Japón o Corea del Sur.

Pero para que haya de nuevo una mejora de las relaciones Bruselas-Moscú, las armas tienen que callar en Ucrania. De verdad y no de mentirijilla. Y en Bruselas y Washington tienen que tener en cuenta (de verdad, de verdad) las aspiraciones de Moscú. Nos las resume Fedor Lukianov, politólogo ruso, en el suplemento del Rossiyskaya Gazeta/Le Figaro: Kiev debe tener un sistema político que permita “las particularidades culturales e históricas” del este de Ucrania; ese país puede acercarse a la UE, pero tiene que ser neutral y renunciar a ser miembro de la OTAN; hay que negociar globalmente todo lo relativo al suministro y tránsito del gas ruso, a su precio, a las deudas pendientes, etcétera; y Ucrania debe contar tanto con Moscú como lo quiere hacer con Bruselas para reconstruir su economía.

Errores pasados del Kremlin

En Moscú, hasta Gorbachov dice que “lo que sucede en Ucrania se debe a los errores cometidos en la ruptura de la URSS”. Gorby, aun sigue siendo despreciado por muchos de sus compatriotas, pero apoya la actitud de Putin en Crimea y Ucrania. Está claro que el Kremlin quiere ser invitado de pleno derecho y no el incómodo acompañante de Occidente. Lo prueba la anexión de Crimea, que los mismos occidentales sólo parecen rechazar con la boca casi cerrada. Porque en su fuero interno reconocen los motivos históricos de Rusia. Y Putin mantiene el sentido de la provocación en corto no sólo en relación a Ucrania, sino también en asuntos como su posición ante Irán o Siria o  en lo que se refiere al asilo a Edward Snowden.

De modo que la guerra fría queda lejos del todo para quienes piensan que el muro de Berlín cayó hace un cuarto de siglo. No para quienes (como Putin) piensan que hay que volver a hablar de unos cuantos detalles, que no fueron –según esa perspectiva- bien resueltos entonces. En la calle no percibo nada de eso, pero sí lo piensan quienes  (Putin y los suyos) buscan el reequilibrio de lo que perciben como errores, concesiones excesivas y desajustes geopolíticos heredados.

Putin parece simbolizar la vuelta a una cierta normalidad, tras los años de finales del siglo pasado. Y su vuelta completa al Kremlin ha venido acompañada de una recuperación histórica (Crimea) que ha hecho olvidar las manifestaciones en su contra, cuando trabajaba por su última reelección.  Aunque las autoridades –con la ley precisa en la mano- declaren a unos cuantos activistas rusos como “organización extranjera” (porque reciben ayuda exterior). Un modo fácil de castigar a los disidentes. En cualquier caso, Rusia es amplia, extensa y profunda. Va más allá de Moscú. “La diversidad interior de Rusia es infinita”, dice el escritor Alexei Ivanov en una entrevista reciente.

Ante todo ello, el historiador Geoffrey Hosking (“Una muy breve historia de Rusia”) nos explica algo muy sencillo: “Parece que somos incapaces de contemplar a Rusia sin una fuerte carga moral y emocional, ya sea positiva o negativa. En muchos aspectos se trata de un país europeo, pero es demasiado grande, demasiado cercano a nosotros y demasiado extraño como para encajar en algún casillero que nos resulte cómodo”. ¿Sirve esa reflexión  a quienes tienen la responsabilidad de evitar nuevas guerras frías y nuevas tragedias?

No lo sé, pero al ver el ambiente de fin de semana, joven y festivo, en el metro de Arbatskaya, con luces navideñas adelantadas,  al caminar por  las calles de Moscú, no tengo la impresión de oscuridad y lejanía que tuve en el pasado. Espero que mi impresión sea cierta. Algo más que mi propia carga emocional.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

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