Es atroz la manera en que la mayor parte de las informaciones y editoriales tratan temas como los de la corrupción, el desarrollo de la política y la economía, la cultura, siempre bajo el predominio de la publicidad y el desprecio al rigor crítico o a la creación y la ética.
El tema de las manos sucias, que ellos llamaban manos limpias, supongo que en el sentido de «limpiar» dineros y conciencias, leyes y actividades judiciales, poniéndolas al servicio de las más recalcitrantes y siempre presentes derechas y fascismos, son un ejemplo del presente de la sociedad española.
Tras años de actuación con apenas, por parte de los medios, campañas de crítica y denuncia contra ellos, ahora éstos arremeten contra el monstruo más con campañas sensacionalistas -como ocurre con la corrupción en general- que con análisis sobre su origen, actividad y derrumbe, que de seguro no será definitivo, con ese u otro nombre y personajes de idéntica calaña resurgirá sin duda.
Antes de continuar con el caso que ahora nos ocupa, es preciso decir algo sobre los medios de comunicación, su censura, sus intereses monopolísticos y al servicio de los grupos internacionales del capitalismo y del imperialismo, que, pese a que su nombre desagrade, siguen cada vez más vigentes en el mundo. Y hemos de hacerlo en descarga de muchos de los periodistas que trabajan en ellos, que son castigados económica y profesionalmente por sus responsables y jerarcas, que sufren la explotación laboral y pelean por la información contra las condiciones y libros de estilo y de contenidos que en ellos imperan. Y además incrustan en sus páginas de opinión a escritores y políticos, de Vargas Llosa a ministros o exministros del poder político, la banca, la cultura oficial u otros nocivos representantes del neoliberalismo.
Manos sucias no es sino una organización de ultraderecha que ha buscado dos fuentes de apoyo y financiación: las extorsiones a personajes con poder económico y causas judiciales, y las denuncias contra personas, grupos de la todavía denominada izquierda. Una organización creada bajo los últimos rescoldos de la Fuerza Nueva de Blas Piñar, que durante años se ha dedicado a esos dos fines tan afines al neocapitalismo: generar ganancias para sus dirigentes gracias al proceso de corrupción general en que vivimos y al tiempo perseguir a quienes combaten el sistema, sean movimientos surgidos al calor del 15-M o plataformas de lucha obrera, anticapitalista, por los derechos sociales.
De ahí que partidos de la vieja o nueva derecha se sintieran a gusto en su compañía, y dentro de ellos incluso intelectuales que también decían combatir el terrorismo para alentar otro tipo de terrorismo mayor y más poderoso que se mueve en las cloacas de los Estados. Ideología y beneficio económico siempre caminan juntos: y el aplauso que suscitaban sus acciones cuando eran dirigidas contra gentes o actividades no extinguidas de las izquierdas, se unía al silencio ante la extorsiones que realizaban a representantes políticos o económicos para que les apoyaran.
Se llamaban sindicato que encajaba en vocablos que muestran la decadencia de los mismos, y en su caso concreto, la corrupción cuando no complicidad de quienes un día fueron látigo de organizaciones como las que ellos representan.
Y el prolongado silencio de representantes de la llamada democracia, y de los responsables de los órganos de expresión que la sustentan es una muestra de la auténtica «libertad de expresión» que vivimos y el papel y el papel que dichos medios juegan en nuestra decadente civilización.
Ahora todo vale, al revolverse contra las manos que han transformado su nombre, con tal de no denunciar el sistema político, económico, cultural, religioso, bajo el que vivimos, que conforman parte de ese terrorismo mundial culpable de los genocidios que continúan sucediéndose después de los campos de concentración nazis en gran parte del mundo, a los que se une una explotación cada vez más brutal por parte de la mayor parte de los hombres y mujeres célebres que pueblan las televisiones, revistas y periódicos, sobre todo en su papel couché, de todo el mundo.
El hedor del capitalismo, solo podrá combatirse ya en la calle, en el rechazo de las instituciones, en la crítica feroz, y nunca en los que abogan por «lo políticamente correcto».
Un nuevo fascismo recorre el mundo, pero esta vez bien disfrazado para que no sea fácilmente reconocible.