Es una buena actitud, como resaltamos a menudo, el ser positivos e ilusionantes. Como postura principal, hemos de salir de ese estado frustrante que a veces nos puede. Es genial que acontezca de esta guisa. Debemos estar limpios de corazón y ver la bondad y el amor al que tenemos derecho. La felicidad es un compromiso vital.
Reflexionemos. Somos capaces de seguir. Tenemos mucha fuerza. Podemos comprobar como negamos a menudo lo que pesa y, en paralelo, adelantamos el paso para conseguir el futuro. Resulta y es provechoso. Es el itinerario adecuado, menesteroso, que nos propicia la paz interior. El rumbo es importante.
Hace tiempo que sabemos que la unidad nos otorga ímpetu para llegar donde somos cuanto queremos y con una pose de dicha infinita. Estemos alegres. Ése es el punto.
Humanicemos todo lo que toquemos. Esa mirada ha de componer nuestro ADN. No consintamos que los viles se apoderen de la bondad y de los hechos con sentido. La libertad se ha de demostrar también. De no hacerlo no existirá.
Quitemos hierro a lo que nos venden con una voluntad material, a menudo sin escrúpulos. No tomemos lo insano. Más bien recordemos que lo que viene del espíritu sí tiene afán de permanencia y que lo que más vale no siempre alberga un precio más alto. Respetemos cuanto se nos presenta y apartemos la soledad, que no suele aportar nada bueno.
Además, cuando las cosas no vayan bien, hablemos sobre ello. Es un primer paso que traerá más estadios gratificantes. Empecemos ya, por favor.