Exprimamos las experiencias que nos ofrezca la vida con complacencia y correcta actitud. Nos embarcaremos en los pronósticos que nos regalen lo superior, lo que nos haga estar en paz.
Prediquemos con trigo y recojamos las bondades de una existencia que suele expandir lo que plantamos y abonamos. No miremos al pasado salvo para sacar provecho de lo contemplado.
Busquemos la hermosura y la bondad, pero sin marcarnos la perfección, que, sin duda, se obtiene más por la casualidad de la naturaleza que por una persecución alocada y obsesiva.
Presentemos nuestros respetos al milagro cotidiano, que hemos de valorar con actos honrosos. Los criterios de compañerismo y solidaridad nos brindan placer y dicha.
No malgastemos el tiempo, ni tampoco pretendamos un beneficio abusivo. El contador se acaba, y lo importante es el aroma de lo deleitado. No quedan, al final, más que sensaciones. Procuremos que sean buenas. Y sanemos, por favor.