Juan Tomás Frutos
Nada tiene carácter absoluto. Recordemos el aserto: “Nada es verdad ni es mentira: depende del cristal con que se mira”. Con estas mismas palabras o parecidas se expresaron Campoamor y Hamlet, entre otros, ante sus correspondientes condicionamientos. Por eso hay que vislumbrar más allá. No acortemos y tomemos atajos que nos salen caros.
Revelaba el filósofo danés Soren Kierkegaard que, de vez en cuando, tenía que salir de su laboratorio, esto es, de su despacho, y darse un baño de humanidad paseando por la calle, viendo lo que sucedía, comentando con sus conciudadanos lo que pensaba y los acontecimientos de su época Con esas incursiones contrastaba opiniones y aconteceres, esto es, les daba cuerpo al caminar en busca de aire fresco y renovado para sus ideas. Efectivamente, el contexto, en todo proceso comunicativo, es fundamental para conocer lo que sucede, los porqués, así como las posibles soluciones, que también las hay, incluso en coyunturas muy complejas.
Sin duda, la situación en la que se producen los más diversos eventos es básica para interpretar lo que ha acontecido verdaderamente. La óptica con la que miramos los acontecimientos está edulcorada, o todo lo contrario, por las circunstancias temporales y espaciales de cada etapa, que hemos de tener presentes para poder valorar oportunamente.
Porque todo está sujeto a variopintos barómetros, nos debemos adaptar a las opciones de una existencia que ha de predicar con ejemplos cargados de cohesión, de coherencia y de aplicaciones con solventes remedios, que lo serán si solucionan cuanto nos envuelve, sujeto a la relatividad de las teorías y de las prácticas.
Sabemos que las decisiones importantes las debemos dejar un tiempo quietas antes de tomar una actitud seria frente a ellas. Sí, lo urgente hay que afrontarlo con rapidez, pero lo importante precisa durabilidad en el tiempo, y para eso hay que sopesar todo cuanto tiene lugar y se lleva a cabo.
Los intereses varían a lo largo de la vida porque también cambian nuestras ópticas, lo que nos condiciona la visión de lo que es crucial y de lo que no lo es. Nada permanece, como señalaba Heráclito de Éfeso, que añadía que todo fluye y todo cambia; y por eso precisamente los cimientos no son siempre los mismos. La existencia se transforma con el movimiento de sus columnas más señeras. Todo es, reiteramos, relativo. Lo que sí continúa imperturbable, en cuanto a su apreciación, es la salud, que la pedimos para nosotros, para nuestro entorno, para todos.
Pluralidad de culturas
La relatividad se percibe en la pluralidad de culturas. Obviamente, con sus ventajas e inconvenientes, ninguna está en posesión de la verdad y de los posibles resultados de ésta. No hay una moral única. Todo se encuentra supeditado al aprendizaje y al régimen de valores que hemos experimentado y/o asumido. Es cierto que hay entendimientos universales, como son el derecho a la vida, el renunciar a la violencia, el comportarnos en ayuda de los demás cuando la necesitan, etc. No obstante, no todo el mundo los analiza de esta guisa. Por esta razón nos topamos con tantos conflictos sociales.
En esta misma línea, por lo tanto, constatemos que hay conceptos en y con los que debemos consensuar unos ciertos elementos globales, como son la bondad, la entrega, el respeto, la educación, la solidaridad, el amor, la querencia y creencia en el ser humano, el positivismo, la ilusión, la búsqueda de la felicidad, la justicia, la defensa de los más débiles y necesitados…
La historia, rica en modelos y contra-modelos, es el baluarte que hemos de esgrimir para demostrarnos que hay muchas verdades. Las cosmologías son absolutamente relativas, porque no hay estamentos o instantes intrínsecamente buenos o malos. Las modas, las etapas, las perspectivas culturales, las presencias o ausencias de saberes dispares nos conducen por itinerarios más o menos loables o defendibles y/o en contrario, pero siempre sin restar validez a priori a los parámetros de cuantos nos rodean. En el camino medio está la virtud, sobre todo para no equivocarnos con el prójimo, al que hemos de querer tanto como a nosotros mismos. Aquí no podemos, no debemos, relativizar.