Roberto Cataldi[1]
El ciudadano actual, más allá de habitar en una ciudad transformada en jungla de consumismo, contaminación ambiental y mucho ruido, experimenta a menudo un clima psicológico muy peculiar, caracterizado por una fuerte desconfianza que alterna con una profunda credulidad. Paradoja trasladable a distintos ámbitos de la sociedad y la cultura.
Como ser, en lo que atañe a los políticos y los gobiernos la confianza es ínfima, sin embargo la credulidad en los mensajes y noticias que llegan por Internet, Facebook, WhatsApp o Twitter es máxima. Mucha gente cree más en la información de una revista dominguera, un semanario de peluquería o un telenoticiero sensacionalista, que en las informaciones de trabajos científicos aparecidos en Nature o en Science, publicaciones de prestigio mundial que procuran manejarse con rigorismo científico.
Los líderes de gobiernos populistas sostienen que la lucha contra el calentamiento global y el cambio climático es un invento febril, cuestionan la necesidad de vacunar a los niños, y declaran públicamente otras tantas necedades que prenden con fuerza en amplios sectores de la población a los que les lavan el cerebro. Asimismo desde la posición privilegiada del poder descalifican a los expertos, ridiculizan los resultados de las investigaciones, aseguran disponer de certezas que no son tales. Denuncian intrigas y complots, y prometen lo que todos sabemos que no van a cumplir.
Sería injusto olvidarnos de aquellos científicos que trabajando para los intereses de empresas tabacaleras sembraron dudas sobre la relación entre el tabaco y el cáncer de pulmón cuando ya disponían de evidencias claras y suficientes, pues, en la demora del reconocimiento de esta causalidad había mucho dinero en juego.
Los “terraplanistas” sostienen que la tierra no es redonda (o esférica) sino plana, consideran a las vacunas como un sistema de control social (producirían autismo, cáncer e infertilidad en las mujeres), y hablan de teorías conspirativas. Si las pseudociencias están en alza es por culpa del sistema y las dificultades vitales de mucha gente, y para ocultar su irracionalidad suelen echar mano de algunos datos científicos.
No hay duda de que somos responsables de lo que creemos y porqué lo creemos. Pienso que lo aconsejable sería escuchar la información y los argumentos contrarios a nuestras opiniones, explicitar los principios, precisar los conceptos, estar alerta incluso ante nuestros propios prejuicios, no mentir y tampoco engañarnos. Es un hábito saludable.
La ciencia no es infalible, tiene sus limitaciones como lo ha revelado la historia de la ciencia, pero lo importante es que procura ser auto-correctiva, de allí el crédito que merece el conocimiento científico. Los tiempos que corren exigen de la integración de los resultados entre las distintas disciplinas, algunas aparentemente muy distantes, pero claro, no todos poseen ese talento, y por ello defienden los compartimentos estancos. El problema es que hay quienes confunden sus teorías con la realidad, no tienen la aptitud para mirar más allá de sus abstracciones, y por eso pierden el sentido de la realidad.
El negacionismo es una política de hierro para gobiernos que han incurrido en actos criminales. Recordemos que Anatole France, Jean Jaurés y otros intelectuales de la época, condenaron el exterminio de armenios a manos de los turcos otomanos, en medio de cierta indiferencia mundial. También en otras oportunidades, crímenes atroces que arrasaron pueblos enteros recibieron la indiferencia de aquellas sociedades que se consideraban ajenas al problema, bástenos reparar en los millones de muertos que tiene el colonialismo occidental en Asia, África, Latinoamérica.
Para muchos es un tema sepultado, para otros una hábil mentira. Lo cierto es que las sociedades suelen ser muy permisivas con aquellos gobernantes que les aseguran cierto bienestar y tranquilidad, aunque éste se logre con la expoliación económica y la devastación de otros pueblos. La historia nos revela que esto ha sido siempre así.
Pero el tema del Genocidio Armenio continúa, es más fuerte que cualquier medida que pretenda silenciarlo, a pesar de que ya ha pasado un siglo. En Turquía se juzga penalmente a quien insulte la identidad turca refiriéndose al genocidio. Al parecer, en éste como en otros hechos, lo importante sería el registro que la gente tenga de los sucesos, no lo que en verdad sucedió, por eso el negacionismo se reproduce en casi todas partes.
Echar luz sobre los conflictos del pasado significa dar rienda suelta a nuevos problemas y, ningún gobierno está dispuesto a destapar una caja de Pandora. En última instancia, los hombres somos lo que recordamos y también lo que creemos haber olvidado. Sin memoria no hay historia posible, pero la memoria jamás es pura, aunque uno se esfuerce por ser honesto.
La negación del Holocausto también fue asumida por muchos, incluyendo notables políticos, escritores y obispos. En la Europa de los años 43 y 44, Martín Heidegger advertía que la esencia del hombre se deshacía, porque el planeta estaba en llamas y sostenía que sólo los alemanes podían hacer una meditación sobre el sentido histórico del mundo, en el caso de que los alemanes pudiesen encontrar y preservar “lo alemán”, y aclaraba que no se trataba de una arrogancia sino del “saber de la necesidad de soportar una indigencia inicial”. Para Heidegger, el hombre vivía en el olvido del ser.
Hace un tiempo, el autor de una nota periodística cuyo nombre olvidé, se preguntaba por qué a los progresistas les produce tanto asco el negacionismo de Jean-Marie Le Pen y no consideran el negacionismo de Lacan, Derrida, y el mismo Hans-Georg Gadamer, quien llegó a ser embajador cultural del Tercer Reich en París. En fin, quizá la historia de la intelectualidad en cierto sentido no sea más que la historia de sus contrasentidos.
No estoy de acuerdo en que alguien termine en la cárcel sólo por expresar sus ideas, aunque éstas sean totalmente opuestas a las mías. La cárcel por cuestiones ideológicas origina odio, rencor, y hasta engendra víctimas cuando no héroes. La tolerancia bien entendida puede ser el camino correcto, si bien es cierto que toda tolerancia tiene sus límites. Malraux solía decir que si uno llegase a poder comprender, ya no podría juzgar. En la Argentina hubo que soportar la persecución, la cárcel, la tortura y el asesinato por el llamado “delito ideológico”, del que todavía quedan brasas.
Heinrich Heine, el poeta de Düsseldorf, en pleno Siglo XIX advirtió con penetrante lucidez que el delito existe para la sociedad sólo cuando se convierte en escándalo. Y hoy como nunca antes, existe la impresión de que sin escándalo nada moviliza los ánimos de la sociedad. La realidad nos muestra que no podemos tener certeza alguna de cuál será la acción que asumirá la sociedad frente a determinadas situaciones. En efecto, sectores de la sociedad son hábilmente manipulados para creer y defender espejismos, siendo arrastrados a sostener incluso situaciones reñidas con la moral, pero también no pocos sectores se comportan como una veleta, pues, cambian de parecer súbitamente frente a una selfie, una opinión sacada de contexto o fake news.
El mapamundi que inventó Gerardus Mercator en el Siglo XVI, con el que todos estudiamos en el colegio, no se ajusta a la realidad. El geógrafo y cartógrafo dibujó de mayor tamaño el Hemisferio Norte porque Europa era lo más importante. Groenlandia aparece más grande que África, cuando en realidad África es catorce veces más grande que Groenlandia… Lo mismo sucede con varios países. El belga respetó las formas de los continentes, no sus tamaños. El error ya lleva 450 años y, continuamos recurriendo a ese mapamundi.
Hay muchas formas de leer la realidad, y también muchas maneras de interpretarla
Entre la desconfianza a ultranza y la credulidad que hipnotiza a muchos, entre las fake news de las redes y el desarrollo de la inteligencia artificial, emerge otra vulnerabilidad: la de los votantes. En efecto, una vulnerabilidad que da por tierra con la libertad, la autonomía y la dignidad de los ciudadanos. Siglos de lucha para alcanzar estas preciadas metas no han bastado.
Hoy Gobiernos y empresas procuran recoger la mayor cantidad de datos de los individuos, penetrando en la intimidad para saber sus gustos, aficiones, tendencias, y fundamentalmente detectar sus puntos débiles, para así lograr hackear sus mentes. Un retroceso para la humanidad en su larga historia contra la esclavitud. Lo lamentable es que no dispongamos en el cerebro de un antivirus.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldo Amatriain (FICA)