Juan de Dios Ramírez-Heredia¹
Creíamos que era Sarkozy, el presidente francés que decidió expulsar de Francia a los gitanos rumanos que malvivían en los suburbios de las grandes ciudades, el último de los políticos que nos trataría de forma tan inhumana.
Pero no, cuando la ceguera impide ver el dolor de los más indefensos, cuando es más fácil enviar a la policía para desterrar a los que ni siquiera tienen una choza en el campo para refugiarse, parece que es más fácil mirar a otro lado que pararse a pensar que puede haber soluciones humanitarias que no causen tanto dolor a seres tan desprotegidos.
Cuando los seres humanos se vuelven insensibles, los malos políticos que gozan de todo el poder lo usan sin conciencia.
El martes pasado, 13 de octubre de 2020, se inició una carrera de persecución de ciudadanos procedentes de Moldavia y algunos de Ucrania, la mayoría de ellos gitanos, que malvivían en Noisiel y Dammarie-les-Lys.
Fue la prefectura de Seine-et-Marne la que al amparo del Ministerio del Interior ordenó de repente, sin aviso previo, la evacuación. Más de catorce mil personas, donde abundaban ancianos y niños, tuvieron que salir despavoridos sin tener un punto al que dirigirse.
Cuando los líderes gitanos franceses tuvieron conocimiento de lo que iba a pasar lanzaron un grito desgarrador pidiendo ayuda a la ciudadanía francesa para que impidieran tan grave desatino.
Ellos han declarado que son ciudadanos franceses, orgullosos de su patria, Francia, por la que han dado generosamente su sangre, durante todas las guerras, por lo que se sienten legitimados para pedir a sus conciudadanos, de todos los orígenes, de todas las religiones, hombres y mujeres de buena voluntad y de corazón generoso que les ayuden a encontrar, todos juntos, una solución humana a un doloroso problema que golpea al pueblo gitano, «al que pertenecemos ―dicen lamentándose― y que quiere ser universalista, respetuoso de todas las culturas y portador de un inmenso mensaje de paz, en nuestra Madre Tierra».
Moldavia, conglomerado de pueblos y culturas
Moldavia ha vivido, en su reciente historia, momentos de gran confusión y peligro. Su población es muy variada siendo la mayoría ciudadanos de origen moldavo, seguidos por porcentajes similares de población ucraniana y rusa. A partir de ahí afloran una cantidad variopinta de pequeñas comunidades de orígenes y culturas muy diversos. Y entre estas últimas está la población gitana.
Moldavia es un pequeño país que tiene la mitad de los habitantes que la Comunidad de Madrid o de Cataluña. Sus fronteras actuales están bien definidas: al oeste limita con Rumanía y el resto de su perímetro fronterizo lo tiene con Ucrania. Después de muchos vaivenes, a principios del siglo diecinueve se integró en Rusia, pero aprovechando la Revolución de 1917 se declaró independiente constituyéndose como República Democrática de Moldavia integrada en Rumanía. Pero los rusos se enfadaron enormemente y se mostraron dispuestos a recuperar militarmente el territorio. A lo que Rumanía respondió entregándolo voluntariamente con el fin de evitar una guerra. Finalmente, en 1940 todo el territorio quedó integrado en la URSS como la República Socialista Soviética de Moldavia.
Pero la tragedia estaba por llegar
El 22 de junio de 1941 las Fuerzas conjuntas del Eje maldito (Alemania, Japón e Italia) decidieron invadir Rusia convirtiendo el Frente Oriental en el escenario más sangriento de la Guerra Europea. Y fue en esta circunstancia cuando los gitanos del lugar sufrieron las más terribles consecuencias.
Rumanía, que se había aliado con la Alemania nazi, vio la oportunidad de recuperar Moldavia y la invadió. En Russia Beyond lo hemos podido leer: «Moldavia era el hogar de muchos judíos y gitanos. Los rumanos recién llegados establecieron campos de concentración y guetos, y llevaron a cabo matanzas masivas. Las tropas soviéticas finalmente liberaron Moldavia en 1944».
La ofensiva francesa contra los gitanos moldavos no está justificada
La organización gitana francesa RROMEUROPE lo ha denunciado con absoluta claridad. Estos pacíficos ciudadanos no hacían daño a nadie. En primer lugar, la mayoría de ellos estaban acogidos legalmente al establecimiento del Gobierno francés para quienes buscaban asilo en la Oficina Francesa para la Protección de Refugiados y Apátridas (O.F.P.R.A.). En segundo lugar, los locales y viviendas que estas personas habían ocupado durante muchos meses se encontraban abandonados y desocupados. Igual que las oficinas de instalaciones comerciales que estaban abandonadas o cerradas a cualquier tipo de actividad industrial.
Cabe señalar que muchos de los hijos de estos migrantes habían comenzado a ir a la escuela, lo que prueba que sus padres estaban incursos en un procedimiento de regularización estacional. Pero pudo mucho más la presión ejercida por algunos alcaldes bien secundados por sus policías municipales, para que el Ministerio del Interior se decidiera a prestarles cobertura para lograr la dispersión.
Catorce mil personas conminadas en un solo día a levantar el campo suponen una tragedia inimaginable. Especialmente en un momento en que las condiciones sanitarias son gravísimas, no se concibe que miles de personas sean echadas a la calle o arrojadas al campo, «Lo que demuestra, ―dicen nuestros hermanos de RROMEUROPE― la total falta de humanismo de algunas de nuestras autoridades gubernamentales».
Puede haber una solución
Lo dicen nuestros «viejos» hermanos, luchadores experimentados en la defensa de nuestros derechos ciudadanos como son Vanko Rouda, promotor del histórico Congreso Mundial Gitano celebrado en Londres en 1971 y Marcel Courthiade, profesor universitario del Instituto de idiomas y culturas orientales (UNALCO) de la Universidad de París.
«Estos llamados romaníes moldavos no son nómadas. Simplemente piden que les dejen vivir de su trabajo y encontrar alojamiento. Muy a menudo son trabajadores cualificados, antiguos pequeños agricultores que sueñan con encontrar tierra y animales con los que trabajar. Son jefes de familia que pueden crear nuevas pequeñas empresas. Hay muchos lugares, en algunos de nuestros barrios, en nuestros pequeños pueblos abandonados, en regiones que todavía son ‘libres de prejuicios’ en Francia, para ellos».
Nosotros nos unimos haciendo nuestros los deseos de los ciudadanos y ciudadanas franceses herederos del gran pueblo que fue pionero en la defensa de los Derechos Humanos: «Nuestros hermanos romaníes de Moldavia están listos para unirse a nosotros para que también sus hijos puedan convertirse en ciudadanos franceses».
- Juan de Dios Ramírez-Heredia Montoya es abogado y periodista, presidente de Unión Romaní
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