En una ocasión tuve el placer de saludar y de disfrutar de la sapiencia de un connotado periodista y comentarista deportivo, el venezolano Cristóbal Guerra, quien dijo que «no hay locutores malos, sino faltos de oficio».
Esa opinión la expresó a propósito de una tertulia con sus compañeros de labores, momentos antes de comenzar la transmisión radial del partido final del torneo de fútbol profesional de Venezuela, por allá en los años noventa, en el mítico Estadio General José Antonio Páez de Araure-Acarigua, ciudades hermanas, en las que germinó y se desarrolló la semilla de la afición por el balompié rentado nacional, dado que el Portuguesa Fútbol Club fue la divisa que internacionalizó al fútbol venezolano.
El profesor Guerra, como muchos suelen llamarlo, no compartió el criterio de sus contertulios, quienes cuestionaron con sarcasmo e ironía a un ciudadano a quien el equipo de transmisión solía convocar para que le sirviera de locutor comercial, cuando había partidos en el estado Trujillo, Andes venezolanos.
La tesis de Guerra, muy respetuosa, respetable y bien fundamentada, a veces no es aplicable, pues se da el caso de locutores que tienen mucha experiencia en el ejercicio de su labor; pero no compagina con su desempeño. Algo parecido sucede con los narradores y comentaristas deportivos: los hay de gran experiencia, pero con muchas deficiencias, y están los que tienen poco tiempo ejerciendo su oficio; pero en cada oportunidad demuestran su preparación y conocimientos, además de que marcan el camino hacia su consagración.
Sobre los vicios que existen en la narración y el comentario del deporte he escrito muchas veces, y siempre he dicho, sin temor a equivocarme, que en ese ámbito hay muchos disparateros, aunque he tenido el cuidado de señalar que existen contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente, tanto en las nuevas, como en las viejas promociones.
Específicamente en el fútbol se han arraigado expresiones viciadas que, aun cuando la erradicación es sumamente fácil, muchos son los que siguen tropezando con la misma piedra.
Lo de la mínima, para referir el resultado de un partido en el que hubo un solo tanto, un solo punto, un solo gol, una sola carrera, dependiendo de la disciplina, es quizás la reina de esas expresiones que ajan y envilecen el ejercicio de esa noble faceta de la locución. No se dan cuenta de que es incompleta, y por ende, inadecuada. Los ejemplos sobran, pues solo basta con leer las redes sociales o ver u oír la sección de deportiva de los noticieros para, por ejemplo, saber que «Buenas Peras le ganó a Pelotillehue por la mínima». ¿Por la mínima qué? ¡Pregunto!
Otros más osados hablan de la mínima diferencia, más inapropiada que la anterior, pues si de indicar que hubo un solo tanto, un solo punto, un solo gol, una sola carrera se trata, la forma adecuada es la mínima anotación. Podría entenderse y admitirse que digan la mínima, para acortar la expresión; pero a juzgar por otras impropiedades en las que incurren frecuentemente, se colige que es falta de conocimiento o quizás aquello que el profesor Guerra cataloga como falta de oficio.
Del fútbol son la terna arbitral, la cuarteta arbitral, el cuarto árbitro y tiempo de descuento. En cuanto al uso de las dos primeras hay una especie de vacilación, dado que en ocasiones, algunos narradores y comentaristas hablan indistintamente de terna, de cuarteta, como si fuesen lo mismo. No se necesita ser individuo de número de la RAE o colegiado de la FIFA, para saber que una terna es un conjunto de tres elementos, y cuarteta, de cuatro. Y si el ente rector del fútbol mundial estableció la existencia de una cuarta persona para conducir los partidos, entonces, ¿por qué seguir hablando de terna?
Lo del tiempo de descuento es algo que aún existe en el lenguaje de la mayoría de los que narran y de los que comentan el fútbol. No han querido entender que en esa disciplina no se descuenta, se añade tiempo para compensar el que se pierde por situaciones propias del juego u otras razones, generalmente externas.
No importa si el reglamento dice descuento o que la RAE le haya dado un significado que no tiene, respecto del fútbol. Lo adecuado es tiempo de reposición, tiempo añadido, tiempo adicional u otra expresión análoga. Descuento sería si, en vez de los noventa minutos que establece el reglamento, se jugara menos.