La excelente biografía novelada que Antonio Scurati escribe sobre Benito Mussolini llega a su cuarta entrega sin rebajar un ápice ni la calidad de su lenguaje literario ni el rigor de los acontecimientos históricos que aborda.
En «M. La hora del destino» (Alfaguara) se recoge el periodo de los años 1940 a 1943, desde los triunfos de Alemania e Italia en la guerra hasta que comienzan a manifestarse los primeros síntomas del desastre que terminó con la destitución del Duce tras una tensa reunión del Gran Consejo del Fascismo y su inmediata detención en un cuartel de Roma. Mientras, la muchedumbre comenzaba a destruir los emblemas fascistas en las calles y sus retratos iban siendo retirados de las estancias oficiales del régimen.
A lo largo de las más de setecientas páginas de esta entrega, Scurati registra los acontecimientos sobrevenidos en todos los frentes de la guerra, desde el optimismo de alemanes e italianos tras la caída de Francia y la invasión victoriosa alemana de territorios europeos, a los reveses en los frentes de Rusia y el norte de África que iniciaron el hundimiento, haciendo hincapié en la invasión de Yugoslavia, donde la represión contra la población civil registró espantosos crímenes, pese a lo cual Mussolini advertía a sus mandos en aquel territorio de que allí «se mata demasiado poco».
Desde el momento en que las primeras victorias hacían suponer a los dirigentes alemanes e italianos que la guerra terminaría pronto, hasta el desembarco de los aliados en Sicilia, las sucesivas derrotas de las fuerzas del Eje van imponiendo la realidad de una situación que ni Hitler ni Mussolini aceptaron nunca. Aún durante la primera reunión de 1943 entre los dos mandatarios, el führer se mostraba optimista sobre la marcha de la guerra, una actitud que Mussolini mantuvo también ante su pueblo, al que hasta en sus últimas apariciones anunciaba una inminente victoria total.
Esta biografía es un retrato de las ambiciones utópicas de Mussolini para formar un nuevo imperio y de los procedimientos para llevarlo a cabo, anexionando los territorios de Yugoslavia y el norte de África, y también, en un arriesgado ejercicio estratégico de conquista, al iniciar la invasión de Grecia minusvalorando la resistencia de su ejército, que resistió y expulsó a los italianos.
Las derrotas en Grecia y las del norte de África infligidas por los ingleses, decidieron a Hitler a reforzar las ayudas a Italia en ambos frentes, consiguiendo así la rendición de Grecia y enviando al mariscal Rommel para dar la vuelta a la situación en África. Ante estas victorias de los alemanes Mussolini se sentía humillado por un Hitler que menospreciaba, con razón, al ejército italiano.
Sin embargo Hitler seguía elogiando el papel de Italia en la guerra porque quería mantener a su lado a Mussolini y por eso le ocultó hasta el último momento su intención de atacar a Rusia. Lo hizo el mismo día de la Operación Barbarroja con la que inició la invasión, que Scurati define como la batalla más colosal y más sangrienta de la historia de la humanidad.
Siguiendo su rastro, de inmediato Mussolini declaraba también la guerra a Rusia. Se trataba, según él, de una cruzada en defensa de la civilización europea frente al marxismo asiático, pero en realidad no quería perder protagonismo ante la victoria anunciada por Hitler y poder así beneficiarse del reparto de territorios tras la guerra, a pesar de ser consciente del deficiente estado del ejército italiano, desprovisto de los medios más imprescindibles para enfrentarse al invierno ruso, que casi llegó a exterminarlo. Fue en aquel frente ruso donde comenzaron a manifestarse los primeros indicios de la debacle.
En el otro frente, los ingleses dirigidos por el general Montgomery reconquistaban el norte de África a las tropas de Rommel. Mientras, las principales ciudades de Italia (Génova, Nápoles, Roma) comenzaban a sufrir los bombardeos de la aviación aliada.
Scurati penetra en los comportamientos del Duce ante los alemanes, de quienes sospecha que quieren dejar a Italia al margen de sus victorias para que, una vez finalizada la guerra, no se beneficie del reparto de territorios.
A pesar de las apariencias de buen entendimiento entre Hitler y Mussolini, surgen entre los dos líderes desconfianzas que influyen en los comportamientos y en las decisiones que se toman en la guerra y contaminan de odio y recelo a sus poblaciones. Mussolini, quien se duerme en las proyecciones de las películas de Leni Riefenstahl que emocionan a Hitler, llega a calificar al führer de «trágico bufón».
En el último año de su mandato Mussolini es un hombre enfermo física y síquicamente, que apenas puede mantener las apariencias ante los mandos políticos y militares con los que se relaciona en reuniones cada vez más tormentosas. Decepción, amargura, desánimo, fracaso, son las sensaciones que poco a poco lo van invadiendo mientras el pesimismo se va instalando entre los altos mandos militares y políticos.
Mussolini culpa de la derrota a la incompetencia de esos mandos y a la cobardía del pueblo, sin admitir ninguna responsabilidad personal. Arrecian los rumores sobre conjuras para derrocarlo, complots para retirarlo del Gobierno, conspiraciones para un golpe de Estado.
Los italianos comienzan a rechazar a Mussolini cuando son conscientes de la derrota mientras en su última intervención pública el Duce manifiesta aún su fe en la victoria en Rusia, en África, en Yugoslavia, cuando ya se sabía que estaban perdidas para siempre.
Como en las anteriores entregas, cada capítulo de este cuarto volumen está documentado con cartas, notas, comunicados, fragmentos de discursos, recortes de periódicos y diálogos interceptados por los servicios secretos, que conforman el entramado en el que se mueven los personajes de la trama histórica.
Es esta una gran biografía y un análisis minucioso no sólo de Mussolini sino del fascismo italiano, una reflexión histórica que viene costando a Antonio Scurati censuras por parte de los medios de comunicación del Gobierno de Giorgia Meloni y descalificaciones de la propia primera ministra.