Estamos prácticamente acoplados a la Estación Espacial Internacional colaborando en tareas de mantenimiento y modernización de algunos módulos esenciales. Tenemos mucho tiempo para contemplar y acompañar a la Tierra en sus movimientos de translación y rotación.
Al estar en un punto de equilibrio gravitatorio la sensación es de mucha velocidad si se nos observa desde la Tierra cuando pasamos por la zona donde se encuentra el observador.
Es fácil seguirnos mirando hacia el oeste en el crepúsculo, si se conoce la trayectoria de una de las dieciséis vueltas que se dan a diario y ésta coincide con la parte de tu cielo visible.
Es un punto más brillante que los satélites y desplazándose a más velocidad hacia el este. En realidad es la Tierra la que se desplaza en su rotación, la estación permanece casi estática.
Es una sensación muy extraña, y hermosa, sentirse observados por millones de personas desde nuestro planeta y sin embargo no ver a nadie, incluso de día parece un lugar deshabitado, un lugar increíblemente hermoso desde el espacio.
Cuando atravesamos la frontera entre el día y la noche, siempre hacia el este, la presencia humana se manifiesta con la iluminación de todas las poblaciones habitadas gracias a la electricidad. Y el espectáculo vuelve a ser maravilloso pero también inquietante, desarrollo y abismo.
El desasosiego se apodera de toda la tripulación, de la nave y de la Estación, asistimos a la contemplación de nuestra hermosa Tierra, en un planeta sin fronteras visibles entre países, reconocemos los lugares donde están nuestros seres queridos, sabemos dónde están los países, y sus conflictos.
Hay muchos conflictos armados y guerras entre distintos países, guerras fratricidas en otros. Pero hay un conflicto terrible ahora mismo en una franja de terreno en el este del Mediterráneo, la franja de Gaza.
Desde la Estación y desde nuestra nave, cuando coincide nuestra trayectoria, si es de día solo vemos columnas de humo, si es de noche y hay ataques, que los hay, se ven los fogonazos del fuego, de las bombas.
No es una guerra porque es una lucha insoportablemente desigual, lo que está cometiendo el estado de Israel es un auténtico genocidio contra la población gazatí. No solo atacan desproporcionadamente a la población civil, es que los están matando de hambre.
Las imágenes que nos llegan de esos cuerpos de niños y niñas desnutridos, en los huesos, hacen que sintamos que la crueldad que es capaz de infligir unos humanos a otros sea insoportable. Son criminales de guerra, y como tales, así deberían ser tratados. Pero los gobernantes parecen que están en la nave contemplando el dantesco espectáculo incapaces, cobardes, de tomar alguna medida que impida esta masacre.
Es imposible mantenerse callado ante esta situación, tiene que acabar ya, por nuestra propia dignidad como seres humanos, por nuestro propio futuro. Tenemos que impedir que esta banda de gobernantes sicópatas siga llevando las riendas de este mundo. Nos llevan a la ruina y, muy probablemente, a nuestra propia extinción como especie.
No sólo son las guerras, son sus políticas negacionistas del cambio climático, son sus decisiones de seguir explotando sin medida los recursos naturales. Son sus políticas ultraliberales del capitalismos salvaje que arrasa con todo y con todos. Son el cáncer de la humanidad.
