Roberto Cataldi
Hoy por hoy me atrevería a afirmar que casi nadie pone en duda el progreso de la tecnología, pues, es tal el avance logrado en tan poco tiempo, que ante ciertos instrumentos, aplicaciones y funciones no podemos menos que asombrarnos. Lo que hasta hace unos años parecía imposible de lograr ya es una realidad, y no por arte de magia.
Sin embargo, no sucede lo mismo con el adelanto científico, también asombroso, porque están los que aceptan sin ambages la tecnología pero descreen o niegan los logros de la ciencia. Una escisión, aparente, que se verificó durante la pandemia.
La investigación científica y la innovación tecnológica, unidas e interdependientes, nos han permitido resolver muchas cuestiones. Si bien la «tecnociencia» no es ontológica ni epistémicamente una disciplina de nuevo cuño, constituye una importante alianza o si se quiere una fusión que permite el progreso, tanto en la generación de conocimientos como en instrumentos que nos ayudan a resolver ciertos problemas humanos.
No pocos niegan los informes de la ciencia, desacreditan sus avances, y piensan que el desarrollo científico rigurosamente comprobado resulta un fraude, aunque en realidad siempre hubo negacionistas, bástenos hurgar en la historia de la física, las matemáticas, y particularmente la medicina, donde un sinnúmero de teorías y prácticas, cuyos datos o evidencias hoy son aceptados, en el pasado se los negó. En relación a esto hay toda una historia de persecuciones y también de ejecuciones.
Un caso testigo actual es el movimiento antivacunas, soliviantado por algunos líderes políticos ajenos a la medicina, y a pesar de la vasta e irrefutable evidencia acumulada sobre la efectividad de las inmunizaciones a lo largo de casi 230 años, con sus absurdas declaraciones nos retrotraen a la época de Edward Jenner, su fundador.
Un error muy difundido es creer que el negacionismo es propio de gente con poca educación y escasa cultura, o gente pobre e ignorante, y también que solo la masa es el medio ideal para sembrar la negación de lo patente, ya que en muchas ocasiones el rechazo se produjo en el propio ámbito académico, que se comportó más bien de manera dogmática.
Y no solo fueron los casos emblemáticos de Copérnico, Galileo, Giordano Bruno, Cayetano Ripoli, sino tantos otros seres anónimos cuyas voces fueron vilmente acalladas. Este comportamiento irracional vuelve a repetirse, claro que con otros matices, acordes a la actual situación contextual global o si se prefiere al lenguaje de la moda, que siempre implica un medio de comunicación.
Pues bien, el principal foco de «negacionismo evidencial» reside en el poder y, desde allí se diseminan ideas descabelladas y fake news con diversas estrategias, pero donde los medios y las redes sociales cumplen una tarea de propaganda en ocasiones demoledora. En efecto, se niega la esfericidad de la Tierra, el cambio climático (de origen antropogénico), la teoría evolucionista, el Genocidio armenio, el Holodomor, el Holocausto, la llegada del hombre a la Luna, la COVID-19, e incontables hechos históricos o científicos que están perfectamente documentados, con la intención inequívoca de manipular la opinión pública y torcer la realidad de las cosas.
Convengamos que para estos individuos presos del fanatismo, incluso convencidos de ser parte de una cruzada, la evidencia no es confiable, se la descarta apriorísticamente por completo y de raíz, para poder entronizar en su lugar la propia creencia.
En fin, cada uno tiene derecho a creer en lo que le dé la gana, pero el hecho de esparcir teorías o informes que puedan causar daño en otros, es una situación muy diferente, al igual quienes colaboran en la difusión de noticias apócrifas y ante los resultados adversos fingen desconocimiento. La libertad absoluta fue, ha sido y es una ficción, ya que siempre hay límites, en especial cuando uno vive en sociedad. El contrapeso de la libertad es la responsabilidad. No es posible ser libre sin ser responsable, y a nadie se le puede exigir responsabilidad si no goza de libertad.
Estimo que muchos tienen temor a la libertad tal vez porque desean evadir el compromiso. Y estos individuos que íntimamente sienten miedo, que no se atreven a ser libres, prefieren delegar la función de pensar en otros, y al abdicar de este derecho fundamental, son los que alimentan la llama del mesianismo.
Resulta patética la negación del cambio climático por sus principales responsables. Algunos estados a duras penas lo admitieron e hicieron promesas de reducir la emisión de gases, pero no han cumplido. Otros cayeron en la contradicción de cumplir con las normas en su territorio pero comercializan y exportan sus combustibles fósiles a otros países….
Mientras tanto, las poblaciones que más sufren sus efectos devastadores, las más dañadas, son aquellas que no han generado el fenómeno ni se han beneficiado económicamente con este comportamiento abusivo. La contaminación ambiental va en la misma dirección con los metales pesados, los plásticos, entre otros desechos.
Las reuniones internacionales para combatir estas calamidades, lamentablemente suelen quedar en expresiones de buenos deseos. A su vez, las corporaciones montan campañas desinformativas millonarias para fomentar la apatía o la desconfianza en aquellas evidencias científicas que son contrarias a sus negocios, revelando que el bienestar humano nunca estuvo en la agenda de sus intereses.
Recuerdo que en la lucha antitabaco, los científicos que trabajaban para las compañías tabacaleras, llegaron a un punto que por su formación académica no podían negar las evidencias en contra del tabaco, y entonces optaron por tomar otro camino, apelaron a la duda, ya que ésta le permitía ganar tiempo a las empresas (léase ganancias económicas), a sabiendas que generaban incertidumbre en la población.
No es casual que la incertidumbre sea una de las notas dominantes del mundo actual. En efecto, la duda puede ser más efectiva que la negación, y como estrategia está en auge, no solo para promover el anticientificismo, más allá que es justo aceptar que la ciencia no es la única forma de obtener conocimiento, pero lo grave es que esta actitud dubitativa, claramente mal intencionada, se ha extendido a todos los ámbitos de la vida.
El desarrollo científico y tecnológico alcanzado genera interrogantes, capaces de inquietarnos, surgen situaciones dilemáticas, revelando que la ética no reside en el seno de la ciencia ni de la tecnología, sino en la intencionalidad y el quehacer de los científicos y los tecnólogos.
Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)



