Todo trance, todo trámite, todo camino que emprendamos, precisa de la generosidad de quienes anduvieron antes por ellos. Nos deberían explicar, los ancestros, qué les pasó, por qué transcurrieron por ahí, y, asimismo, si hubo contrariedades, cómo las solventaron, porqué todo fue de un modo u otro… En definitiva, necesitamos de la experiencia de los predecesores, que nos demuestran que son en verdad hermosas personas si nos ayudan a cruzar el río aportando sus manos, en vez de tan sólo sus pétreas y distantes miradas.
El sentido del riesgo es voluble: depende de lo que hablemos, de quiénes y en qué contexto. Hay compañeros y compañeras de viaje que morirán vírgenes en lo que concierne a su capacidad de poner en cuestión lo que saben o lo que pueden confeccionar. Desarrollan tales rutinas todos los días que salir de ellas les es imposible. No existe voluntad, y lo demuestran, de contemplar al vecino realmente para ver en qué le pueden ayudar.
Cuesta dar, darnos incluso. Es algo que sabemos, pero, como todo buen hábito, cuando lo poseemos devuelve más que reclama. Debería haber una asignatura -Bueno, la hay: la de la existencia misma- que laborara en la dirección de la máxima entrega a cuantos nos rodean, conocidos o no. Eso supondría que brindáramos por ellos, fundamentalmente por los más jóvenes, con el fin de aportar transformaciones que nos ofrecieran las mejores mieles.
En estos modelos de caída de un sistema, de mutación, de esfuerzo colectivo complejo por la tan repetida y sufrida crisis, hemos de dar impulso a quienes han de recoger el testigo y demostrar que pueden contribuir decisivamente a la salida de esta situación en la que nos ubicamos. El afán, el empleo de energías en estos momentos tan decisivos, es básico. Hemos de movernos con altruismo, con altura de miras, y con el propósito de un desarrollo societario global.
Necesitamos apoyar a quienes vienen con sus mejores años e intenciones a construir ese porvenir del que todos nos aprovechamos. Los beneficios mancomunados son los que más sostienen a la sociedad, los que más perviven, los que tienen los anclajes precisos para tirar hacia el porvenir con impulso y consistencia.
Cada vez que experimentamos una etapa con obstáculos en nuestras vidas nos complace tener al lado a personas que son capaces de dar lo que nunca, o pocas veces, hemos sembrado en ellas. Pedimos, pues, lo que no siempre brindamos. Frente al egoísmo que no podemos o no queremos evitar está el altruismo de quienes son referencias, paladines, defensores de los bienes comunes.
Posturas conjuntas
La generación actual precisa de nuestras ideas, de nuestros criterios y razonamientos, de las manos más amigas posibles, de una ingente contribución para que no se repitan errores y no se caiga en hastíos y cansancios estériles. Hemos de poder en el conjunto y en lo individual desde comportamientos y hábitos fructíferos.
Reflexionemos y advirtamos que la generosidad deriva del amor. Sin éste nunca se dará aquella. La crisis demuestra que no hemos sembrado donde deberíamos, al tiempo que también nos otorga ejemplos maravillosos de armonía desde personas bondadosas y entregadas al prójimo y a todos aquellos que han de ser relevos naturales en nuestras existencias.
El mundo demanda mucha generosidad para salir de esta coyuntura de frenada, de arrastre y de opciones no trenzadas. El objetivo ha de ser localizar usos excelentes, mantenerlos y seguir en su fomento. Entiendo que no hay otro camino.