Esta película va de que un señor muy raro –que luego resulta que no es tan raro, sólo de la CIA y además Harrison Ford inesperadamente viejo, pero viejo, viejo- contrata a una pandilla de descerebrados mercenarios… bueno, en realidad solo contrata a uno, Sylvester Stallone (también muy pasado, pero a reventar de botox), quien a su vez busca a los demás, hasta un total de más o menos quince, para buscar, detener y (atención, aquí el detalle progre) llevar hasta el tribunal de La Haya a un malo (Mel Gibson), para que le juzguen por crímenes de guerra, no está muy claro de qué guerra hablan.
Pero eso tampoco importa. Porque, en realidad, Los Mercenarios 3 (Expendables 3) es una cosa informe, sin guión, sin diálogos, sin tiempo, sin espacio, aunque hay que destacar que todos los mercenarios lucen en sus brazos, además de cueros y la locura de tatuajes, unos espléndidos relojes a los que solo les falta disparar.
Tercera entrega de una saga que tiene su público, y hace taquilla, dirigida por el australiano Patrick Hugues (Red Hill), hijo del actor Tom Hugues, con un reparto de viejas glorias y estrellas emergentes del cine de acción (Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger, Jason Statham, Mel Gibson, Wesley Snipes, Harrison Ford y varios más), todos muy macarras, todos modelo poligonero de camiseta pegada a la chocolatina, en la que el “gracioso” que no puede faltar en una banda que se precie es Antonio Banderas (impagable su versión en vivo y en directo de El novio de la muerte); la justificación de que se haga una película como ésta –que solo debería verse si uno quiere perder dos horas de su vida y le sobran nueve euros- es que se trata de una parodia de los filmes llenos de muertos y explosiones que arrasaban en los años 1980/90 con muchos de los mismos protagonistas aunque veinticinco años más jóvenes. Y eso cuenta.