Nunca podré olvidar el día que llegué Michoacán, estado de México, y al atardecer atravesé el Lago de Patzcuaro para llegar a la isla de Janitzio donde asistiría a la ceremonia del Día de los Muertos.
El lago estaba lleno de barcazas que llegaban y a medida que subía la colina de la isla veía llegar más indígenas con sus flores, sus ornamentos, sus trajes típicos, eran familias, niños, viejos, se acercaban al Panteón donde las cruces marcaban el destino de sus antepasados.
El turismo aún no era relevante y yo me mezclaba con ellos, en sus rezos y cánticos, hasta que la noche se fue cerrando y los altares quedaron instalados con la comida, las velas, las calaveritas de azúcar, las flores de cemoasuchil, amarillo naranja que recuerda al sol.
La mística cubría como un manto el pequeño cementerio y a la luz de las velas y las estrellas oramos por nuestros ancestros. Una muchacha india me dijo al ver mi emoción: “Para nosotros honrar a nuestros muertos es importante, ellos nos inspiran, nos guían, recordarlos es unirnos a nuestros abuelos como nosotros estaremos unidos a nuestros hijos y nietos.”
La fuerza de la sangre, la tradición, una forma de trascendernos, el eslabón de la vida a través de la muerte. A través de los siglos, todas las civilizaciones tuvieron un culto a la muerte. Saber de dónde venimos y hacia dónde vamos, eso recordamos hoy. El misterio de la vida y el misterio de la muerte.
En México y gran parte de los países latinoamericanos el Día de los Muertos se celebra con procesiones, altares, comida, rezos y cánticos, de manera similar que en Janitzio, pero en esta isla la tradición es parte de la vida del pueblo y de las etnias, vi la unción, escuché las plegarias en sus lenguas, aprecié las danzas prehispánicas junto a las tumbas, oré bajo las estrellas por los que fueron y han sido y sentí esa extraña conexión con mi historia familiar y mi tradición cristiana. Esa ceremonia me hizo pensar en el sentido de nuestra vida en función de la muerte, la fuerza del pasado impulsando el futuro y esa extraña relación de los pueblos frente a lo inexplicable e inexorable: la muerte.
El profundo sentido de esta fecha fue recogido por la religión judeo-cristiana y el honrar a los muertos no solo es bíblico sino es un culto que atraviesa la historia occidental. Se mantiene en Latinoamérica en una simbiosis religiosa y un sincretismo con los ritos prehispánicos.
México es un fuerte ejemplo, tiene una rica cultura y parte de su identidad como nación es la concepción que se tiene sobre la vida y la muerte. La diosa mexica Coatlicue es representación de esa visión dual: parte de su cuerpo es vida, parte es muerte. Por eso, para los pueblos indígenas, la celebración de la muerte tiene una especial significación. Los mayas, purepeches, totonacas, mexicas y otras etnias realizaban rituales homenajeando a los difuntos, sus ancestros: “Lo que yo no haga, lo harán mis hijos, mis nietos…” me confirmaba un indio arrodillado frente a la tumba de su familia.
Entre los pueblos prehispánicos se conservaban los cráneos, (uno de los orígenes de las calaveritas de azúcar), simbolizaban la muerte pero también el renacimiento. Es la cadena entre la vida y la muerte que nos lleva al futuro. La diosa Mictecacihuatl, se la relaciona con la Catrina (la muerte), personaje que creara en el siglo XIX el gran grabador mexicano José Guadalupe Posadas, y que revivió Diego Rivera en su célebre mural de la Catrina. La danza de la muerte de la Edad Media, tiene su simbolismo en tierras americanas.
En varios pueblos de Centroamérica la tradición continúa y se extiende por Sudamérica donde la presencia indígena tiene predomio. En otros lugares, como Argentina, se funde con la religión católica, las misas y las oraciones a los difuntos. Es muy distinto ese significado del sentir latinoamericano a la fiesta de Halloween, que también responde a una tradición celta religiosa muy antigua pero que ha tomado otro rumbo en la tradición anglosajona.
El fenómeno de transculturación y mestizaje cultural, ha llegado a Estados Unidos, tanto en California, como en Nueva York, Texas y Florida y podemos compartir con Halloween, estos altares y cánticos conmemorativos prehispánicos. En Miami, promovido por el Instituto Cultural de México, se lleva a cabo una ceremonia en el Museo de Historia de Miami, con la participación de latinoamericanos que responden a ese sentir milenario. Andres Ruiz, jefe de Comunidades del Consulado de México me comenta que se celebra en casi toda Estados Unidos donde hay presencia mexicana y centroamericana y que en México, el 1 y 2 de noviembre se ha convertido en un atractivo para miles de turistas que viajan a presenciar la ceremonia y, actualmente, esta tradición es Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
Sin duda, aquel Día de los Muertos en la isla de Janitzio me hizo comprender la importancia de esa fecha en el alma popular y en el el sentir de nuestros pueblos que se enraiza con la tradición cristiana, introducida por la conquista española.
Considerando que nuestra idiosincracia nos inclina a los festejos, la música y la oración, para México y los latinoamericanos: celebrar la muerte es celebrar la vida.