Joaquín Sorolla Gascón y María Concepción Bastida Prat fueron los padres del pintor Joaquín Sorolla. Murieron durante una epidemia de cólera cuando Sorolla tenía sólo dos años, así que Sorolla no tenía recuerdos de cómo eran sus caras.
Conservó toda la vida dos antiguas fotografías de sus progenitores, dos daguerrotipos de cuerpo entero de cada uno de ellos, cuyos rostros unidos fueron positivados en papel. Las dos fotografías habían sido hechas por un fotógrafo local llamado Antonio García Peris.
Sorolla comenzó a despuntar desde niño como un gran dibujante y los tíos que lo adoptaron lo matricularon en la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia. Allí tuvo como compañero de estudios a Juan Antonio Peris, quien era hijo del fotógrafo que había retratado a sus padres. Juan Antonio lo llevó un día al estudio de su padre y el gran fotógrafo lo contrató para retocar y colorear las fotos en blanco y negro que a los clientes les gustaba tener antes de que se inventara la fotografía en color.
Así pues, Sorolla entró a trabajar en el estudio de este fotógrafo cuando era un adolescente y allí aprendió el oficio de fotógrafo (Peris también había estudiado pintura en la Academia de Bellas Artes de San Carlos, donde se especializó en el género del retrato). Así que la carrera de Sorolla como artista comenzó siendo fotógrafo.
Pero Antonio García Peris fue algo más que su maestro y se convirtió en su benefactor y en su mecenas. Fue como un segundo padre para Sorolla. Lo hacía acompañar a las tertulias políticas y culturales a las que acudía y lo introdujo en los círculos intelectuales y progresistas de la ciudad, en los que tenía contactos. Y, cosas de la vida, terminó siendo su suegro, porque en 1888 Sorolla se casó con Clotilde, hija de Antonio Peris. Así pues, la vinculación de Sorolla con la fotografía está en los orígenes no sólo de su pintura sino de su propia vida.
Profesionalmente, la fotografía fue para Sorolla no un competidor sino un aliado y un cómplice. Algunos como Zuloaga le criticaron esta dependencia, pero ayudarse de la fotografía en su trabajo no le resta valor al producto final, sino que denota el aprovechamiento que supo sacar de la tecnología para lograr sus propósitos artísticos.
Esta utilización es evidente en «Mi familia» un cuadro copiado de una foto de su suegro. Es de resaltar la utilización del procedimiento velazqueño del espejo para retratarse a sí mismo. También «El primer hijo» es copia de una fotografía anónima.
La luz y la perspectiva, herencias fotográficas
La gran aportación de la pintura de Sorolla al arte fue la captación de la luz. En sus cuadros interpretó la luz en las diferentes horas del día: las distintas luminosidades del sol de la mañana, del mediodía, de la tarde, el crepúsculo y el amanecer.
En el estudio de Antonio García Peris, Sorolla aprendió a iluminar las escenas, unos conocimientos que más tarde aplicó a su pintura. Descubrió una nueva luminosidad en la luz de los flashes de magnesio y la fotografía le enseñó también a dar expresividad a las imágenes pictóricas a través de la combinación de luces y sombras. Su lenguaje pictórico asimiló el lenguaje fotográfico en su obra.
De la fotografía, Sorolla copió las tomas en picado («Muchacho en la orilla del mar», «Niño sobre una roca», «El niño de la barquita») y el contrapicado, perspectivas casi inéditas en la pintura, junto a otras innovaciones del lenguaje fotográfico.
Otro elemento que Sorolla tomó de la fotografía fue la perspectiva y el punto de vista. En pintura la perspectiva casi siempre es frontal y centralizada. Sorolla la sustituye por otros puntos de vista más dinámicos, como en «Muchacho en la orilla del mar»: aquí el pintor no se agacha para tomar la imagen frontal del niño sino que permanece de pie, para hacer un picado original.
El instante y las escenas
A través de la fotografía Sorolla aprendió a capturar el instante, a retratar la fugacidad de un momento. En su pintura, como en la fotografía, Sorolla prioriza el tiempo frente al espacio, captando el momento de forma precisa, el momento de la acción de los personajes y el momento en que el viento azota las velas, los toldos, las cortinas o las ropas de la gente. También hereda la congelación del movimiento, como en «Saltando la comba», donde detiene el de su hija Elena.
Sorolla se sirvió de la fotografía para reflejar la vida cotidiana, la espontaneidad que después traduce delante de un lienzo: niños jugando con las olas, mujeres sentadas en las rocas mirando al mar, los trabajos de los pescadores, el reflejo del sol sobre el mar en un momento preciso del día…
El encuadre
El encuadre es otra herencia fotográfica que Sorolla adapta a su pintura. En muchos cuadros no sitúa a los personajes en el centro, y así, en «El balandrito» o «Pescadora con su hijo», hace que el entorno sea tan protagonista como el personaje. Otro elemento que toma de la fotografía es el concepto de «fuera de campo».
Fuera de campo significa todo aquello que el fotógrafo capta en sus instantáneas pero luego no reproduce en la imagen final. Así, en cuadros como «Estudio para ‘El baño’» Sorolla da importancia a lo que queda fuera de la imagen, a lo que no se ve en el cuadro, a lo que en fotografía es fuera de campo.
Documentación y fotomontaje
Para sus trabajos de la Hispanic Society Sorolla tomó numerosas fotografías de carácter documental viajando por toda España. También las utilizó haciendo fotomontajes como en «Castilla, la fiesta del pan» a partir de numerosas fotografías individuales a diferentes personas que luego incluye en una misma composición.
También utilizó fotografías de otros autores como Laurent y Christian Franzen, un fotógrafo danés de quien Sorolla era amigo y a quien pintó. Franzen era el retratista oficial de la corte del rey Alfonso XIII y de la reina Victoria Eugenia y gracias a él Sorolla llegó a pintar al rey.
La afición de Sorolla por la fotografía queda demostrada en su cuantioso archivo fotográfico (más de 7500 imágenes hoy en el Museo Sorolla). Se sabe que compraba con frecuencia fotos de pinturas de otros artistas para conocer su obra. Allí donde estaba Sorolla siempre había una cámara, aunque al parecer no era él quien la manejaba mejor sino su hijo Joaquín, quien tomaba las fotografías previas a la realización de los cuadros y retrataba a su padre trabajando al aire libre o en el estudio, por eso hay tantas fotos de Sorolla pintando. Su suegro lo fotografió en numerosas ocasiones. Y durante su estancia en Nueva York también lo retrataron George Haris, Marta Ewing, y William Hollinger.
Su amor por la fotografía se resume en «Instantánea Biarritz», donde una mujer (su esposa o su hija) sostiene en las manos una máquina de fotos. La utilización de la palabra «instantánea» en el título del cuadro es todo un homenaje a la fotografía.