Hoy es el día mundial de la salud. Ese bien preciado que vemos que aparece cuando acontece y sabemos que existe solo cuando lo perdemos de un plumazo, acaso alguna vez. La vida; esos días que se suceden uno tras otro; se ven trastocados cuando no existe la salud. Todo discurre con normalidad hasta que aparece un diagnóstico que nos dice que no tenemos ya salud.
Salud, dinero y amor dice la canción; pero sin salud, y solo lo saben los que alguna vez la han perdido, no hay dinero ni amor que atenúe la desdicha; el dolor; la desazón o la desesperación porque no se compra, no se cambia, no te la devuelve nadie cuando se va.
Marta, hoy te dedico a ti este texto en el día de la salud. Porque Marta puede ser cualquiera mujer que haya perdido la salud y unos meses después la vida siendo joven. Un día, en una revisión normal, cuando todo apunta a que la belleza convulsa va a seguir trastocando la escena, de repente, viste que todo iba necesariamente a desaparecer. No era un día cualquiera, no era un momento cualquiera. Estabas en la plenitud de la vida; en la proyección de los planes que todos hacemos cuando con algo más de treinta estabas en lo mejor de eso que seguimos llamando vida. Y no tuviste suerte, porque la salud mira de frente cuando ataca; cuando no se ve de lado, sino viene a por ti. Y aunque usamos ese verbo tan manido, luchar, luchaste para ver el final llegar entre las lágrimas de cuantos, hoy, aún hoy te lloran.
Esa es la vida real; la de no tener salud; la que aparece cuando de pronto, seas niño como Juan, joven como Pablo, adulto como Miguel o anciano como José; la vida está y la salud te arrebata el día después. Y es que a la salud no la tenemos atada; no nos pertenece; no sabemos que un día marcará de por vida la nuestra, porque será una enfermedad crónica con la que tengamos que departir cada mañana; un cáncer o una tontería que nos lleve de un problema a otro. El caso es que llega y llega para quedarse; para arrebatarnos a Marta o para dejarnos sin lo que un momento atrás teníamos que era la vida. No sabemos que a lo mejor podremos despedir a Marta, a Luis, a Juan José, a Santiago o a Susana; a todos esos que tienen nombre y que se llevaron un trocito de nosotros cuando se fueron porque perdieron la salud.
Y como también hay médicos que se pueden llamar Yolanda, David, Ana, Jorge o Pedro, como también hay enfermeras que se pueden llamar Teresa, Encarna o Manuela, a todos vosotros, en este día tan sensible unas palabras también para vosotros llenas de gratitud. Si hay algo en la vida vocacional es vuestra profesión y para nosotros, los actores de la escena necesaria, solamente existe una palabra, gracias. Gracias por intentar paliar, atenuar, cuidar, querer, salvar, operar, mantener, sostener, aguantar a todos los enfermos año tras año, día tras día, sin horas ni minutos que os devuelvan la paz. Habréis visto la muerte de cerca y las lágrimas de los que han perdido la salud y un nombre propio, pero en vuestro afán está el camino que guía a las familias que con desesperación acuden a vosotros para que les deis la solución.
Desde la luz que hoy nos da Marta; desde la aquiescencia con la que vivimos los que nos quedamos aquí a contemplar los atardeceres de la vida; disfruten de cada día y cuiden con mimo su salud. Quizá, todos tenemos una, pero aún no nos hemos dado cuenta que está ahí. A todos los enfermos crónicos; a todos los que sufren y no tienen cura; a todos los que vencieron al cáncer; a todos los que se fueron; a los médicos y enfermeras.
Gracias por enseñarnos siempre.