Alfonso Guerra, o cuando el tiempo le alcanza

“No está mal, ya me puedo ir. Llevo 50 años cotizando a la Seguridad Social, algo que ustedes no conseguirán lamentablemente, tal como están las cosas”. Con estas palabras se despedía de los periodistas en el Congreso Alfonso Guerra, político socialista y el único diputado que sigue en activo desde aquellas ya lejanas primeras Cortes que tras la recuperación de la democracia se encargarían de elaborar una Constitución por la que nos regimos hasta este momento. Una Constitución sobre en la que en los últimos tiempos se está diciendo de todo.

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Alfonso Guerra lleva 37 años de diputado, ha sido vicepresidente del Gobierno con Felipe González, presidente de la Comisión de Presupuestos del Congreso, presidente de la Comisión Constitucional del Congreso y sigue siendo, sin lugar a dudas, una de las mentes más lúcidas del panorama político español; con sus luces y sus sombras, que de todo ha habida a lo largo de su trayectoria. Los que por razones profesionales hemos conocido sus andanzas desde el ya lejano Congreso de Suresnes, de 1973, sabemos algo de eso. Un Congreso en el que los jóvenes socialistas del interior se hicieron con el poder que hasta entonces controlaban desde el exterior, desde Francia, Rodolfo Llopis y compañía.

​A través de su libro “Cuando el tiempo nos alcanza”, publicado por Espasa Calpe en 2004, que vienen a ser unas memorias que cubren los años 1940-1982, conocemos muchas cosas no sólo del político, sino de lo que se “cocía” en los planos político y social en una España que tras una guerra civil sufrió una dictadura, para recuperar posteriormente la libertad. Ahora el tiempo ha alcanzado al político, que con 74 años dejará el escaño a finales de diciembre.

Guerra contribuyó, entre otras cosas, a la redacción de la Constitución en un momento en que el centrismo de Adolfo Suárez, por una parte, y la derecha ultraconservadora de Alianza Popular (AP) comandada por Manuel Fraga intentaban darle una orientación muy conservadora, a la que se oponían socialistas y comunistas. Pero el deseo de consenso al que aspiraba Adolfo Suárez hizo posible que Fernando Abril Martorel, por la Unión de Centro Democrático (UCD), y Alfonso Guerra, por el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) por otra, llegaran a un acuerdo que parecía imposible.

​El que fuera durante años número dos del PSOE, político con un inmenso poder que tenía al partido en la cabeza, estudiaba y analizaba como nadie los posibles resultados electorales, para lo que tenía una maquinaria perfectamente engrasada en el tiempo que le proporcionaba los resultados en tiempo record. Tanto es así que gobernando la UCD, y estando el PSOE en la oposición, este partido sabía vía Alfonso Guerra y su equipo de estudiosos y sociólogos cómo habían quedado las elecciones en España una hora antes que el mismísimo Gobierno. Tuve ocasión de comprobar cómo trabajaban cuando en los años ochenta o noventa hice un reportaje para el semanario Interviú, entrevistando a uno de los cerebros que estaba en los entresijos del asunto, el sociólogo Luis Pérez, quien me explicó cómo se elegían estratégicamente un número determinado de mesas electorales repartidas por toda España, con las que, un vez contados un número determinado de votos, el resultado se conocía con un porcentaje elevadísimo de posibilidades. Corroborando este dato, recientemente en un programa de televisión el periodista Antonio Pérez Henares manifestaba que Alfonso Guerra le dijo en una ocasión: “Vamos a ganar por 15”, y los socialistas ganaron por 15. En otra ocasión le dijo: “Vamos a perder por 15”. Y perdieron por 15.

​Para la historia quedan muchas cosas de ese político de lengua aguda y mordaz, que con el tiempo devino en un hombre reflexivo y siempre fiel a sus ideales. Político clave para que España pudiera dotarse de una Constitución, algunas de sus frases han trascendido a lo largo del tiempo. Como aquella ya célebre pronunciada en 1986: “Con cuatro años más de gobierno del PSOE, a España no la va a conocer ni la madre que la parió”. Ya en este siglo, y sabiendo lo que se traía entre manos con el Estatuto catalán, diría en 2005: “Ustedes me dirán si la fuente de legitimidad puede ser la Constitución de 1978 o puede ser un incunable de 1495”. Visto lo visto, pareciera ser que el tiempo le está dando la razón.

Conrado Granado
@conradogranado. Periodista. Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid. He trabajado en la Secretaría de Comunicación e Imagen de UGT-Confederal. He colaborado en diversos medios de comunicación, como El País Semanal, Tiempo, Unión, Interviú, Sal y Pimienta, Madriz, Hoy, Diario 16 y otros. Tengo escritos hasta la fecha seis libros: «Memorias de un internado», «Todo sobre el tabaco: de Cristóbal Colón a Terenci Moix», «Lenguaje y comunicación», «Y los españoles emigraron», «Carne de casting: la vida de los otros actores», y «Memoria Histórica. Para que no se olvide». Soy actor. Pertenezco a la Unión de Actores y Actrices de Madrid, así como a AISGE (Actores, Intérpretes, Sociedad de Gestión).

1 COMENTARIO

  1. Aprovechando el último párrafo te he de decir que nuevamente acertó al decir lo de «incunable» sobre la Constitución, y que nadie se ofenda con mi comentario.

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