Asturias y el poeta merecen la Fundación Ángel González

Hace ya más de seis años que falleció Ángel González, el poeta asturiano posiblemente más valorado de la Literatura Española. Quizá en esa región no se haya dado otro que mejor y más hondamente haya trabajado el verso. Fue además un hombre bueno, en el mejor sentido de la palabra machadiana, tan admirada por González que le dedicó un perspicaz y sabio estudio, para mí uno de los más lúcidos escritos sobre una obra poética.

Se nos fue en el invierno de 2008 y lloramos su ausencia, tanto quienes lo conocimos -aunque fuera muy poco nuestro trato- como quienes lo seguimos y seguiremos leyendo con la emoción que transmiten sus palabras. Siempre lamentaré no haber tenido la oportunidad de ser amigo de Ángel, pues quienes le siguen recordando al calor de ese vínculo coinciden en apreciar su profundo y limpio sentido de la amistad, algo que siempre honra a la persona.

Por lo que fue para quienes le conocieron como ser humano y por lo que es y seguirá siendo para la historia de la poesía en lengua española, me parece auténticamente deplorable que el gobierno del Principado no colaborase ni colabore para que, al día de hoy, la Fundación que iba a llevar el nombre del poeta y administraría su legado no solo no sea una realidad, sino que probablemente no lo vaya a ser nunca en su tierra.

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Susana Rivera junto a un cartel de Ángel González

En opinión de la viuda del poeta, Susana Rivera, fueron Joaquín Sabina y Luis García Montero los que convencieron a Ángel González para crear una entidad de ese tipo que según ellos contaría con el respaldo del gobierno regional. Ese respaldo no pasó -en versión de Rivera- de unas pocas estanterías, un pequeño despacho en el Archivo Histórico y un premio de poesía dotado con 15.000 euros que jamás se convocó. A la falta de apoyo por parte de la administración se unieron las desavenencias entre los tres patronos dimitidos (García Montero, Antonio Masip y Manuel Lombardero) y la propia Susana Rivera, su presidenta nominal, que no compartía el mismo criterio que los primeros en cuanto a la organización de la Fundación, a la que se añadiría como anexo la importante biblioteca de poesía hispánica de Lombardero.

La viuda del poeta mantiene sus requisitos para que esa Fundación sea posible, con el consiguiente respaldo institucional que nunca ha recibido, pese a intentarlo con insistencia: que sea una auténtica fundación jurídicamente garantizada, con solvencia económica durante 25 años, y que se configure como una entidad modélica con una variedad permanente y estable de actividades, programas y publicaciones. Ha de contar, también, con total transparencia económica y con la obligación de que si no se cumplen los convenios establecidos, todo el legado revierta nuevamente en Susana Rivera como única y legítima heredera.

Actualmente la Universidad de Oviedo alberga una magnífica Cátedra Ángel González dedicada estudio de la poesía y la obra del poeta, pero sería muy de lamentar que todo su legado no pudiera ser acogido en Asturias porque nadie desde el gobierno regional tenga intención de incorporarlo a una entidad que mantenga la significación de su memoria y obra, e impulse una nueva y activa veta en la vida cultural de la región. Muy amante de la música, que no pudo llegar a estudiar porque no tuvo posibilidades económicas para ello, a Ángel González sí le hubiera gustado que -como proyectaba su viuda para esa malograda Fundación- un aula de música impartiera cursos de esa materia para niños desfavorecidos.

¿Acabará el legado del poeta ovetense en la Universidad de Nuevo México, de la que Susana Rivera es profesora de Literatura, porque nadie en la administración regional se ha interesado por acogerlo en Asturias? “Para nosotros, defender y difundir la cultura es una misma cosa: aumentar en el mundo el humano tesoro de conciencia vigilante”, escribió Antonio Machado. Esa Fundación debería basarse en ese fundamento, empezando por su organización y gestión, para que Ángel González el bueno la aprobase.

Ni el caciquismo cultural, ni los afanes de protagonismo, ni otros intereses espurios deberían primar a la hora de hacer posible ese proyecto. De cuanto hubo de eso quizá tengamos pronto noticia gracias al libro que piensa escribir Susana Rivera, en el que hará frente a las difamaciones que sobre su postura propagaron algunos de los que fueron amigos del poeta y estaban implicados en la Fundación.

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