Toda la vida es una búsqueda, a menudo lenta, con sus sencillas complicaciones, entre impresiones más o menos lúcidas que nos arrastran hacia unas intuitivas percepciones que no siempre cuajan como nos gustaría, lo cual es normal, o me lo parece. El caso es que luchamos, siempre luchamos, mientras tratamos de avanzar por sendas y veredas de luces y de sombras en pos de una felicidad que puede ser esquiva por el deseo presuroso o por mil circunstancias que pueden tener que ver con que no aportamos, consciente o inconscientemente, la suficiente entereza y fuerza.
Elucubramos con cierta recurrencia y asiduidad muchos conceptos esenciales, que, en teoría, albergamos muy nítidos en nuestras retinas, en nuestras mentes, puede que hasta en nuestros corazones, pero la verdad es que acompañarlos con realidades es complejo, pues a veces nos faltan agallas, o tenemos demasiado pudor, o bien nos inquietamos en exceso, o puede que callemos cuando no debemos…
La paz es universal, como es la bondad, como el amor, como la solidaridad, como la tolerancia y el respeto, como la cesión, como la interlocución, como el equilibrio y la moderación, como el afán de la justicia y del buen comportamiento. Podríamos poner toda una hilera de ocasiones que nos permitirían sumar como personas y ser más humanos y calmados en nuestras actitudes y en las cosechas que nos aportan.
La existencia del ser cognitivo se sustenta en la persecución de intenciones, de hechos, de ideas, en la complementación de expresiones y de actitudes que han de ser causas y consecuencias de los eventos cotidianos, que deberían basarse en la fe, en la esperanza, en las emociones. Lo positivo opera milagros, más de los que se perciben.
Fernández-Ardanaz subraya que nos abocamos a la experiencia desde las actividades diarias, resultantes de las fórmulas cumplimentadas de valores genuinamente extendidos a través del genoma humano. No somos lo que decimos, sino lo que hacemos, lo que nos atrevemos a desarrollar. Todo es, debería, una pura actividad libre, sin determinismos. Cada cual es dueño de escoger su camino, aunque en ocasiones sea mucho más difícil para unos que para otros.
Me recalca un amigo que el romanticismo es incorregible, y yo añado que gracias a Dios. Mimemos, por ende, los corazones cada jornada en un acto de fecundidad en pos de la confianza, que nos permitirá creer en las opciones de un ser humano amenazado, ante todo, por él mismo. Pese a los equívocos, la situación puede mudarse y mejorar. Lo espero así desde hace años.
Diversos anhelos
En esas constantes pretensiones que enumero, siempre se hallan anhelos de amor, de solidaridad, de tranquilidad, de salud, de alegría, de buenos momentos, de fines ganados desde lo imposible. Deseamos el dulzor de la mañana, como la calma de la infancia, la perspectiva de la inocencia, o las garantías de quienes nos quieren de verdad y nos lo demuestran.
Buscamos coyunturas y estructuras diversas, y el conocimiento de las sensaciones más o menos desgranadas. Intervenimos, o debemos, para corregir los errores y fomentar las más óptimas vibraciones con el objetivo de que todo vaya por el camino de la cordura y del afecto casi a partes iguales.
La existencia humana es un quehacer continuo y continuado para acercarnos a las ópticas que nos hacen constituirnos en la química adecuada, en consonancia con nosotros mismos. Andamos, de algún modo, camino de perfección, que diría mi querido Pío Baroja. De conseguirlo, paramos en la posada o en el puerto idóneo cuando estamos al final del ciclo. Parece lógico. El Santón de Kim lo experimentó, y así nos lo relata Rudyard Kipling. Lo cierto es que ese aprendizaje lo hemos escuchado desde antiguo, y los más mayores nos lo cantan, nos lo rezan, nos lo expresan sin que sepamos lo que nos quieren referir hasta que esas sensaciones son ya nuestras. La edad nos trae esa cosecha, que se impregna paulatinamente en la piel.
La curiosidad es propia del ser cognitivo, que quiere saber, que desea el encuentro con lo desconocido, con lo inexplicable. Estamos en busca del viento que nos conduce por las coordenadas necesarias para saber que el punto de llegada siempre fue el que, incluso sin vislumbrarlo, anduvimos soñando. Para ello, lo aconsejable es tener los ojos bien abiertos y el corazón a la escucha, así como una mentalidad expansiva. La búsqueda en la acepción que aquí sostenemos es igual a vida. Por lo tanto, para saber si existimos nos hemos de preguntar sin todavía perseguimos algo. La respuesta no admite esperas.