Carlos Fuentes, el gran escritor mexicano, forma parte del boom literario latinoamaricano junto a Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, José Donoso, Juan Rulfo o Alejo Carpentier.
Cerca de la fecha patria Mexicana del cinco de mayo, que conmemora el éxito del los mexicanos frente al ejército francés, que representaba los intereses europeos incluyendo a España, recordar a un autor que amó México y defendió su sentido de soberanía me parece pertinente.
Carlos Fuentes fue, asimismo, el escritor de la posrevolución mexicana, el gran movimiento que marca la historia de México y de Latinoamérica. Autor de la novela La muerte de Artemio Cruz, una radiografía de la revolución, autor del mural narrativo de la ciudad de México: La región más transparente, y de la novela histórica y reflexiva Terra Nostra, además de haber escrito numerosos artículos y ensayos.
Cuando lo conocí, en México, a mediados de los años setenta, era una personalidad reconocida internacionalmente.
Famoso, buen mozo y muy culto, tuve el placer de conocerlo en la Embajada Argentina en un evento cultural, el Consejero Javier Fernandez me presentó como la Shirley Temple del cono sur, y así iniciamos una conversación llena de coincidencias, afinidades y secretos.
Carlos Fuentes era un gran aficionado al cine, no solo porque estuvo casado con la actriz y productora Rita Macedo (que produjo La Mala semilla, una obra de teatro que yo protagonicé en Buenos Aires), sino porque hizo guiones cinematográficos y estuvo envuelto en la industria como toda su generación, pero fue Fuentes quien consiguió más éxitos fílmicos.
No le pregunté por Rita Macedo, de la cual ya estaba separado, pero ella debe haber influído mientras estuvieron casados en los años sesenta, en su interés por el cine. Le pregunté, en cambio, por su trabajo como guionista y me dijo que era una experiencia interesante, distinta a escribir novela, más participativa y que como guionista había realizado varios films: El gallo de oro (1964) y la adaptación de Pedro Páramo (1967), obras de su amigo Juan Rulfo. Igualmente, con su otro amigo Gabriel García Márquez habían trabajado en un film del director Arturo Ripstein: Tiempo de morir (1966), y había colaborado en el documental México-México (1968), realizado por Francois Reichenbach, además de otros filmes de considerable interés.
Mucho después, en 1981, su novela La cabeza de la hidra, se llevaría al cine con la dirección de Paul Leduc con el título Complot petróleo, y en 1989, filmaría Gringo viejo con el director argentino Luis Puenzo y la actuación de Gregory Peck y Jane Fonda, creando una relación entre los cineastas norteamericanos de mutua influencia. No olvidemos que Fuentes enseñó en las universidades de Princenton, Columbia y Harvard, familiarizándose con el medio americano.
Fue al nombrarle el cine argentino que pasó algo incredible, Fuentes mostró adoración por la cinematografía argentina, conocía directores, filmes, actores y actrices, y entonces, cada nombre nos traía a la memoria películas, escenas, al nombrarle a Tita Merello, le conté un secreto, lo que me había hecho siendo yo una niña, cuando un fotógrafo le pidió que me tuviera en sus rodillas para una foto, me empujó y dijo: No! Fue Hugo del Carril quien me sentó con cariño y nos sacamos la foto. Nos reímos por esa reacción de Tita. Recordamos a Mirtha Legrand a quien los dos admirabamos. Era nombrar a alguien y evocar escenas o flmes. Sus conocimientos del cine argentino eran realmente muy vasto.
No me animé a preguntarle por su novela Zona Sagrada (1967), inspirada en la relación de María Félix con su hijo, porque ya me había advertido mi amiga la actriz Berta Moss, amiga de la Félix, que la diva detestaba a Fuentes y estaba indignada con el libro. Pero en cambio, comentamos lo bueno que era comentar los filmes después de verlos (Fuentes escribió reseñas de cine en la Revista de la Universidad de México); sí le hablé del interés de Borges por el cine y como había hecho reseñas en la Revista Sur; al decirle que Borges había sido mi maestro en la Universidad, Fuentes se sintió feliz de tantas coincidencias y me dijo:
– Al hablar de Borges, del cine argentino, usted me trajo los recuerdos de Buenos Aires, pero mis recuerdos más íntimos y profundos, de cuando era adolescente, de cuando viví en la ciudad porteña porque mi padre era diplomático, tenía quince o dieciséis años. Ya que usted me contó el secreto de Tita Merello, yo le confiaré también un secreto de aquella época.
Me relató, entonces, cómo caminaba devorando la ciudad bonarense que tenía esa luz azulada, fría, austral, tan distinta a la luz de México dorada, me dijo, como sus paseos favoritos eran al Bajo, la Recova, los bares de San Telmo, y cómo de esa manera, entre tangos y cafetines, descubrió el sexo. Buenos Aires fue para él, el descubrimiento del sexo, los miedos, las inseguridades, la sorpresa y el gozo….demasiadas emociones le traía la ciudad a orillas del Río de la Plata.
Supe comprender que eran evocaciones muy lejanas y sentidas y que el cine argentino tenía que ver con aquella unión, trenzada en las calles de la ciudad porteña y Fuentes era hombre de ciudad. Impresionada, le comenté que yo había descubierto la ciudad de México, antes de conocerla, gracias a su libro La región más transparente (1958), donde el lenguaje identifica a los personajes que se mueven en la urbe Azteca, única en el mundo, sobre las ruinas de la gran Tenochitlan.
Fuentes reconoció su amor a las ciudades y lo mucho que la ciudad de México lo inspiraba. En casi todas sus novelas hace un mural de la sociedad Mexicana, y México es tema de reflexión en sus ensayos y en su obra Terra Nostra (1975) vuelve al tema de la mexicanidad, donde mito e historia conviven, donde el mestizaje cultural se trata de definir a partir del concepto de Hispanidad, concepto que los latinoamericanos tenemos arraigado de manera diferente a España.
Por esta novela obtuvo varios premios: el Xavier Villarrutia (1976), el Rómulo Gallegos (1977), el Premio Internacional Alfonso Reyes (1979). En los años ochenta y noventa siguió recogiendo premios: el Premio Cervantes y el Premio Menéndez Pelayo, Premio Principe de Asturias y Premio Real Academia Española, entre otros.
En la época en que lo conocí, era o estaba siendo Embajador en Francia y surgió hablar de París, lugar que amábamos. Fuentes no ocultó que París lo subyugaba, tanto que sus cenizas descansan en el cementerio de Montparnasse, junto a sus hijos.
Nos despedimos, coordinando con Don Javier otros encuentros, luego nos vimos varias veces, retomando temas, en medio del torbellino cultural de la urbe Azteca, pero nunca como aquella tarde dorada de coincidencias, secretos y cine.