El inevitable cavaliere es ahora superfluo
Rien ne va plus… para Silvio Berlusconi. Esta vez parece ser la buena y, si todo sale como esta previsto, il cavaliere apodado así tras haber sido nombrado cavaliere del lavoro (caballero del trabajo) en 1977, y que nunca he hecho honor al apelativo, desaparecerá del panorama político de un país que, veinte años después, se sigue preguntando como es posible que le haya elegido hasta cuatro veces para ocupar el cargo de Presidente del Consejo.
Una comisión especial del Senado italiano ha recomendado este viernes, 4 de octubre de 2013, la destitución de Silvio Berlusconi de su mandato de senador, y la consiguiente expulsión de la cámara alta como consecuencia de la condena, en agosto pasado, a cuatro años de prisión incondicional reducidos a uno a causa de una amnistía muy reciente destinada a vaciar las superpobladas cárceles italianas (y enviar a los condenados extracomunitarios a que cumplan las penas en sus países de origen), por fraude en el caso Mediaset . El Senado, con mayoría de izquierda, votará definitivamente su expulsión el viernes 11 de octubre; pero el resultado ya está más que cantado.
Según las leyes italianas, los 77 años cumplidos del reo le eximen de ir a la cárcel, a cambio de lo cual tendrá que permanecer en residencia vigilada y efectuar “trabajos de interés general” aún por determinar. En junio, Berlusconi fue condenado en primera instancia a 7 años de cárcel por prostitución de menores y abuso de poder, en el caso conocido como Rubygate (del nombre de la menor marroquí que mantuvo relaciones sexuales pagadas con il cavaliere). Esta sentencia se encuentra en fase de apelación y le esperan nuevas citas en los tribunales, por distintos delitos.
Tras una decena de procesos, tras haber creado leyes ad personam para despenalizar los delitos cometidos por él, después de haber recurrido durante años a tácticas dilatorias para que los procesos se alargaran desmesuradamente hasta la prescripción de los delitos y de haber sido considerado culpable en un juicio para inmediatamente después ser absuelto en la apelación, a Berlusconi le ha llegado una condena penal definitiva e inapelable.
Hace ya muchos meses que Silvio Berlusconi, el hombre que lleva más de veinte años viendo pasar los cadáveres de sus enemigos políticos (y personales), es también él un cadáver político. El golpe de gracia lo ha recibido cuarenta y ocho horas antes, cuando varios miembros de su partido, entre ellos el “delfín” Angelino Alfano (43 años, abogado siciliano), Vice-primer ministro del Consejo en nombre del Popolo della Libertà (PdL, creado y presidido por Berlusconi) se han negado a secundar el golpe de estado con el que Berlusconi pretendía tumbar al gobierno de coalición de Enrico Letta, provocando una crisis y la consiguiente convocatoria de nuevas elecciones. La situación se volvió hasta tal punto en contra suya que Berlusconi, asistiendo desolado a lo que muy bien puede ser el preludio de la explosión de su partido, se vio forzado, tras provocar la crisis con la dimisión de cinco ministros, a dar marcha atrás y apoyar explícitamente -entre sollozos, eso sí, porque este delincuente se emociona fácilmente- al gobierno actual en lo que puede haber sido el último acto de la tragicomedia berlusconiana y, afortunadamente para los italianos, el último chantaje de este hombre a su pueblo.
“El final del líder carismático”, ha titulado el diario torinese La Stampa (fundado en 1867, uno de los más antiguos del país, que hoy pertenece al grupo Fiat con una línea editorial considerada de centro-derecha): “Abandonado por sus parlamentarios, que le han obligado a votar la confianza en el gobierno Letta… Silvio Berlusconi parece destinado a salir definitivamente de escena… el hombre símbolo de la Segunda República, el perno de todos y cada uno de los cambios políticos de dos décadas, el líder que siempre consiguió condicionar de manera determinante no solo su parte, sino también la del adversario, se ha vuelto superfluo…”.
Sin embargo, nada de esto puede impedir que Berlusconi siga siendo al mismo tiempo el mayor empresario de medios de comunicación de Italia, propietario entre otros de tres canales de televisión que usa a su antojo para denunciar “el complot del estado y los jueces” contra él. Con palabras que suenan como una amenaza ha dicho al semanario Panorama (perteneciente también a su grupo mediático): “No voy a morir aunque me asesinen”.
Pero pudiera ser que, además de una amenaza, las palabras de il cavaliere fueran también una premonición. En un artículo titulado Italia sigue siendo rehén de Berlusconi, calificado de “lucidísimo” por la prensa italiana de izquierda, publicado en septiembre de 2013 en la página web de la New York Review of Books y firmado por Tim Parks, el periodista escribe que “la contraposición entre bueno/malo, moral/inmoral e incluso eficaz/ineficaz, en base la cual suponemos que deben valorarse y juzgarse los políticos, en Italia está siempre subordinada a la cuestión preponderante de ganar o ser vencido, la única cosa que cuenta. Y Berlusconi se ha presentado siempre como un ganador, más que como ninguna otra cosa…
En 1826, anotando sus observaciones sobre las costumbres italianas, el poeta Giacomo Leopardi reflexionaba acerca de que ningún italiano ha sido nunca admirado o condenado hasta el final, siempre ha tenido quienes le apoyaban y le denigraban incluso después de muerto. Lo que sin ninguna duda se confirma, desde los héroes hasta los bribones de la vida italiana, de Mazzini, Garibaldi y Cavour hasta Craxi, Andreotti y Berlusconi, pasando por Mussolini… Según Leopardi a los italianos les resulta difícil imaginar a un líder como algo más que el capo de una facción o de un grupo de intereses particulares… Por eso, cuando los sabios columnistas de algunos de los diarios más ilustres y estimados del país sugieren que podría ser mejor salvar a Berlusconi… de hecho avalan la convicción, consagrada en el tiempo, de que la política será siempre corrupta… Si a Berlusconi le evitan ir a la cárcel… y le permiten continuar haciendo política, se confirmará la percepción de que un líder político es más un señor feudal que un ciudadano como los otros, y no habrá ninguna posibilidad de que cambie el comportamiento de los italianos durante muchos años futuros”.