Como si fueran vulgares y trágicas crónicas de sucesos, las informaciones televisivas o periodísticas sobre emigrantes no encabezan sus informaciones con estas palabras, sino que se limitan a ofrecer imágenes y palabras de las víctimas, como si éstas, hubieran nacido ya con esa condición humana, y a la fuerza se convirtieran en despojos peor tratados que los animales.
Y mientras, se recrean otras secuencias que muestran a sonrientes y bien vestidos y alimentados políticos o gobernantes que se reúnen en parlamentos o congresos para hablar de ellas y mercadear limosnas que prolonguen su martirio antes de morir, ellos, y he ahí la paradoja, que son igualmente culpables del genocidio provocado por los señores de los bancos, las industrias y las guerras, de sus propios gobiernos, y que ahora intentan vender a regímenes despóticos y fascistas por un puñado de dólares los deshechos que sus crímenes bélicos o económicos producen.
En el año 2000 publiqué una novela-estudio titulada «Las Voces del Estrecho», sobre la emigración africana a España. Dentro de unos días sale una nueva edición. Me limito a recoger breves párrafos del prólogo que la actualiza:
«… El mar: las vidas como los ríos que a él van a dar, el lugar donde los que allí perecen no yacen estrechos. Ellos nunca leyeron a Jorge Manrique ni a Paul Celan. Tampoco lo hicieron los causantes de sus muertes, esos, sean traficantes o empresarios, a los que nadie llamará asesinos … Un niño de apenas tres años sobre una playa desierta. Su cadáver arrojado por las aguas en la foto muda como el mundo que contempla su exposición mediática. De pronto, sin rostro, sin palabras, sin historia, es noticia de primera página en la prensa o televisiones de numerosos países. Un segundo de gloria que él no podrá disfrutar, aunque sea protagonista, y que oculta a los miles de niños devorados en los mares por los tiburones, en los desiertos por las hienas, abatidos en las ciudades por las bombas o ráfagas de ametralladoras, estigmatizados por depredadores sexuales, vendidos por traficantes de los territorios «civilizados».
Tiburones, hienas humanas, culpables de que exista esa foto … La emigración económica, política, no surge de la nada. Sus causas son conocidas: explotación, latrocinio de las grandes empresas y regímenes políticos, coloniales o lacayos, sobre territorios cuyas riquezas esquilman, guerras y cruzadas militares ininterrumpidas para apoderarse de sus minerales, explotarlos, de su petróleo y riquezas de toda índole, de su mano de obra sometida a un régimen de esclavitud y exterminio.
Ellos, quienes impulsan momentáneas obras de caridad sobre las víctimas sometidas y saqueadas por su imperialismo económico, político y militar, son a su vez quienes mantienen la farsa ante el estupor causado por imágenes como las del niño de la playa; son los culpables de las torturas y sufrimientos de los miles de niños que no llegan a alcanzar playa alguna, y si lo hacen, pasan a formar parte de los explotados por las voraces condiciones de trabajo y vida que les imponen aquellos que nunca serán culpabilizados por las muertes de quienes no alcanzan la tierra prometida y, por lo tanto, carecen de nombre o fotografía que hable de su trágica historia…
¿De dónde huyen los emigrantes’ De las prácticas asesinas de quienes dominan el mundo capitalista. Y de quienes en él gobiernan. Y de las religiones criminales impuestas con su irracionalidad y tiránico dogma sobre gran parte de los ciudadanos del planeta.»
Papel couché para los hombres más ricos del mundo. Algunos españoles entre ellos. Rato toca la campana. Suiza es una alfombra verde y limpia como los chorros del oro que guarda en sus bancos los tesoros de centenas de criminales, corruptos saqueadores que explotan al noventa por ciento de la Humanidad. Los nunca desaparecidos nazis y fascistas ya toman al asalto los Parlamentos. Los señores de la guerra se aprovechan del progreso de las armas cada vez más destructoras para continuar imponiendo la ley de los Imperios.
Emigrantes asfixiándose en la jungla de las gigantescas cárceles que les encierran, trabajadores miserabilizados por los señores de las grandes empresas
que les chupan la sangre para que florezcan sus tiendas de lujo, sus industrias farmacéuticas o automovilísticas, del ocio o de la comunicación: pero que nadie hable de viejas palabras: explotación, capitalismo, imperialismo, terrorismo de Estado…
Quienes lo hacemos somos prehistóricos, antiguos, ¿verdad? Qué modernos son los que, como Vargas Llosa, ya ocupan las páginas de revistas tan profundas y literarias como Hola o sus sucedáneas, que la crónica de sucesos llena, como la sensacionalista que algunos denominan rosa, el lugar, con los libros más vendidos, de la «cultura del bienestar y el progreso de la civilización de nuestros días».