Quiero en esta crónica romper una lanza por una película portuguesa estrenada en Francia a fines de diciembre, y que la dictadura de la distribución comercial ha relegado en pocas semanas a un único cine parisino de arte y ensayo. Se trata de “A fabrica de nada”, que tuvo en la quincena de realizadores de Cannes en 2017 una entusiasta acogida de la critica cinematográfica, obteniendo el Premio de la Fipresci, Federación internacional de la prensa cinematográfica.
Obra firmada por un colectivo artístico portugués, Terratreme, compuesto por Joao Matos, Leonor Noivo, Luisa Homem y Tiago Hespanha y dirigida por Pedro Pinho, “La fabrica de nada” es una atrevida y lograda apuesta cinematográfica, inspirada en una obra teatral, que va mas allá de la simple crónica social, en su mezcla de géneros del documental a la ficción, del neorrealismo a la comedia musical.
El procedimiento utilizado para construir este relato de tres horas de metraje, nos recuerda el del también portugués Miguel Gomes en su magnifica trilogía titulada “Las mil y una noches”. ¿Cómo escapar a los caminos ya visitados en el cine por el documental y la crónica de denuncia social, para hablarnos de nuestra época actual, de la crisis social, del mundo del trabajo, del desempleo, de la desindustrialización provocada por el todopoderoso y deshumanizado neoliberalismo globalizado?
Los autores de “A fabrica de nada” optan pues también por barajar los géneros y los niveles del relato. Los obreros de esa fabrica amenazada de liquidación, la reflexión sobre la autogestión y la crisis del capitalismo globalizado, una historia de amor que sufre las consecuencias de esa crisis, y una película en devenir bajo la forma de una presunta comedia musical… todo ello con un nostálgico guiño a la revolución de los claveles de 1974 y la canción “Ja o tempo se habitúa” que cierra la película.
Todo empieza en esa fabrica de ascensores, en la periferia de Lisboa, en donde los trabajadores descubren brutalmente que el sinvergüenza de su empresario ha decidido deslocalizar la producción, y sorprenden e impiden una tentativa de mudanza nocturna e ilegal de las maquinas.
Los obreros deciden entonces ocupar esa empresa que ya no fabrica nada, desde que una parte de la herramienta industrial ha sido externalizada. Asistimos así a la patética comedia del “diálogo social”, cuando la dirección y sus perros guardianes del servicio del personal (dirección de recursos humanos), convocan uno por uno a los trabajadores para romper la solidaridad del colectivo y hacerles aceptar su despido y perdida de empleo, a un mínimo costo.
Se trata pues de una muy seria reflexión sobre el mundo en que vivimos, este sistema capitalista mundializado, en donde el trabajo y la dignidad humana se han convertido en una simple variable de ajuste en el cálculo de las empresas multinacionales para incrementar sus beneficios y su poderío financiero, ante la impotencia o la complicidad del poder político.
Reflexión también sobre las políticas de “derechas” y de “izquierdas” para salir de la crisis y sobre la naturaleza misma del sistema en que vivimos. “El mundo –dice uno de los personajes obreros de la película- se divide hoy en dos categorías: los que están contra el sistema y están dispuestos a renunciar a su confort actual, y los que aceptan el mundo tal como es … el problema es que los primeros somos pocos”.
“A fabrica de nada” se interroga, sin aportar respuestas, nos habla de lo absurdo de una huelga en una fabrica que ha parado su producción, de la ocupación como instrumento de lucha, de las contradicciones de la autogestión, y de la utopía marxista en esa economía de mercado, mientras que formalmente en su música, que va del rap al fado, como en sus iconoclastas opciones de puesta en escena, y su ingenioso montaje el relato progresa burla burlando, para ofrecernos un espectáculo visual que nos engancha y nos interesa en su original formulación.
“A fabrica de nada”, bajo su aparente nostalgia de una solidaridad obrera sometida a duras pruebas, es en su forma y su contenido una película original, tónica y optimista que reivindica la lucha por la dignidad humana, que pone de manifiesto la necesidad de continuar el combate en la fábrica como en el cine, a todos los niveles de la actividad social y económica. Una manera de gritar de nuevo, aunque sea a contracorriente, que la lucha y la insumisión , es posible, y que como lo dijo ya Etienne de La Boetie, ya en el siglo XVI, no hay nada peor en esta vida que el miedo y la servidumbre voluntaria.