No sé por qué en todos los informativos he escuchado y en casi todas las crónicas escritas he leído que “ha muerto José Menese, un cantaor no gitano entre los grandes”, escribe Juan de Dios Ramírez-Heredia, quien sostiene que contra lo que pudiera alguien deducir de esa forma de titular quiere brindar testimonio de cariño y de profunda admiración a José Menese que, sin la menor duda, ha sido uno de los grandes.
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Algún día llegará ―yo creo que no está muy lejano― en que ser o no ser gitano no dependerá tanto de la pureza de sangre (cosa que me suena horrorosamente y me trae a la memoria el genocidio nazi) como de tener un estilo de vida que se identifique con lo que los gitanos hemos valorado siempre como las principales señas de identidad de nuestro pueblo.
Ser gitano o gitana es vivir de acuerdo con los códigos gitanos. El catálogo de los valores y los contravalores de nuestra comunidad son de sobra conocidos y compartirlos, en mayor o menor medida, por todos los gitanos del mundo. Y serán esos valores los que definirán el ser o no ser gitanos.
Hago estas reflexiones porque yo no dudaría en otorgar a José Menese, que en paz descanse, el título de gitano. Un título que, para nosotros los gitanos, encierra todo lo bueno, lo noble, lo que merece ser conservado y compartido. José Menese fue, sin duda, un exponente de lo que en el último tercio del siglo XIX escribiera el padre de los hermanos Antonio y Manuel Machado: “(…) el cante flamenco es el resultado del contacto en que vive la clase baja del pueblo andaluz con el misterioso y desconocido pueblo gitano”.
Desde el viernes hasta aquí todas las televisiones se han hecho eco de esta pérdida y la mayoría de los entendidos y comentaristas flamencos han dado testimonio de la grandeza de este gran hombre. La lista de sus premios, su debut en el Teatro Olympia de París o en el Palau de la Música de Barcelona están vivos en nuestra memoria. Pero déjenme que haga mías las palabras de Manuel Martín Martín cuando ha dicho que “la mejor manera de apuñalar las sombras del pasado era hacer con los sones de este tiempo milagros en el día, esto es, penetrar con un rayo de sol las oscuridades de la grandeza del cante gitano, poseerlas, hacerlas suya y darle el sabor del cielo”.
Y ahora déjenme evocar el recuerdo personal que mantengo vivo de José Menese. Ambos nacimos en el mismo año. Yo, un poco más abajo en el mapa de Andalucía: en Puerto Real, precioso pueblo marinero que mezcla sus olores entre la brisa que le da el Atlántico que baña su costa y el perfume inigualable de los lentiscos de sus Canteras colindantes. Y José Menese, en la Puebla de Cazalla, donde viven los moriscos, tierra de la que ellos mismos dicen que es cuna de personas valientes que buscan su futuro fuera de sus casas, de ladrillos, de aceitunas y aceite, pero, sobre todo, es tierra de gente abierta y hospitalaria.
Así conocí a José Menese entrevistándole tantas veces para mi programa “Crónica Flamenca” de Radio Nacional. Como ya ha pasado tanto tiempo, se me puede permitir alguna licencia de carácter muy particular. “Crónica Flamenca” tenía centenares de miles de oyentes. Eran tiempos difíciles los que vivíamos quienes, en las postrimerías del franquismo, aprovechábamos cualquier resquicio para reclamar tiempos de democracia y libertad. Eso hizo que entre Menese y yo se estableciera una cierta identidad: ambos éramos de izquierda, él del Partido Comunista; yo, aunque no militaba en ningún partido, siempre fui socialista, por esa razón no era de extrañar que José Menese se identificara conmigo, ―en aquella época en la que los partidos políticos estaban prohibidos―, en decir que ambos pertenecíamos al “Partido Mairenista, Radical e Independiente”. Y ambos hemos seguido siendo fieles a esa militancia porque para mí, como para José, don Antonio Mairena ha sido la figura más grande, más decisiva y jonda que ha dado el flamenco en toda su historia. Dicho queda.
Y no puedo terminar este flash de emoción contenida sin referir la auténtica devoción con que en Cataluña siempre fue querido, admirado y aplaudido este gran maestro del cante por derecho. Su Peña Flamenca de Cornellá, a la que juntos fuimos tantas veces, y la de “la Puebla de Cazalla” en Hospitalet, cuyo gran presidente Antonio Romero nos dejó el año pasado, han sido pequeños santuarios donde se ha conservado lo más puro y trascendente de ese arte, Patrimonio Inmemorial de la Humanidad.
José Menese cantó por siguiriya de forma magistral. Y nadie podrá superar lo que hoy representa para nosotros, los gitanos, su grito desgarrador cuando increpó a la muerte diciéndole:
Se acabó la luz
mi casa está en sombra
ca rinconcito
donde respirabas
te guarda memoria.
- Juan de Dios Ramírez-Heredia es abogado y periodista, presidente de Unión Romani