En algún lugar leí el concepto apagón constante crítico con la periódica sustitución y desaparición rutilante de técnologías y métodos de transmisión audiovisuales y/o digitales.
La palabra mágica es siempre ‘modernización’, parelela a la palabra bruja que manejan los promotores de ciertos oligopolios propensos al ecolavado (eso del greenwashing), cuando se amparan tras el encantamiento de la palabra ‘sostenibilidad’ para bloquear la lucha de los demás contra el cambio ecológico y climático.
En España, hablamos ahora de la onda media. La cadena SER la dejó caer hace pocos meses. La radio pública estatal –si nadie lo remedia– hará lo mismo el 31 de diciembre de 2025.

En su comunicación, RTVE justifica la supresión de su onda media (RNE) como «un hito de modernización». El lenguaje de esa nota es de estirpe profética: «Radio Nacional de España será un actor destacado en el despliegue de la radio digital en DAB+ ».
Es una nota muy bien razonada que, no obstante, ignora las zonas de sombra de la FM y los lugares en donde las virtudes de la modernización urbana no llegan nunca del todo.
No tengo que ir a buscar ejemplos ajenos: el uno de enero perderé la posibilidad de seguir las emisiones de la radio pública cuando pernocte en el territorio en el que nací. Buena parte de la FM no llega bien hasta aquellas casas de mis montañas tribales, como tampoco a muchos otros lugares apartados y despreciados en nuestro universo del apagón constante.
Y la perfección técnica del sonido no lo es todo al oir las noticias. Éstas son información y tienen más que ver con el periodismo que con el entretenimiento. Además, la cobertura informativa se relaciona a su vez con la cohesión social y territorial.
Amigos que viven en Madrid y Santander me aseguran que siguen oyendo las noticias en la onda media.
Son gente ilustrada, lectores de lo impreso, aunque igualmente ciudadanos digitales, si hace falta añadirlo.
Es un caso similar al debate sobre el uso del dinero en metálico: tras el gran apagón eléctrico, mucha gente se dio cuenta de que el popular Bizum y el pago por móvil eran más inseguros de lo que habían creído. En la radio, la onda media es como el metálico al pagar el café. No lo parece, pero tiene otras posibilidades. Es de mayor alcance.

Vuelvo a escuchar las frases de algunos sobre internet, los pesados consejos que me dan los tecnófilos, la necesaria contratación de los satélites de Starlink (SpaceX), es decir, la rendición ante Elon Musk, las llamadas de sus competidores… Décadas de discursos grandielocuentes sobre la inevitabilidad del destino.
«Pese a lo que digan las redes sociales y sus amos, que las asimilan a las élites dirigentes, la prensa sigue siendo un contrapoder », dice Giuliano da Empoli en su libro La hora de los depredadores (Seix Barral, 2025). El empujón a la onda media, para tumbarla del todo, elimina otra piedra más del contrapoder que preserva aún reductos –en algunos puntos– menos intoxicados. Muchos modernos se creen progresistas por su tecnofilia enfermiza. Mientras, se limitan a remar obedeciendo las corrientes dictadas por el neoliberalismo global.
Audiencias que no cuentan
¿Cuantas personas siguen captando la radio pública a través de la onda media? No encuentro una estadística que pueda considerar segura. En algún lugar, leo que «toda la SER en onda media (sumando todas sus ondas medias) suma 204.000 oyentes». Es un texto de hace meses, sobrepasado. Hay que reiterar que sumaban, ya que los han llevado a desvanecerse como sector de oyentes. Supongo que muchos para siempre jamás.
De modo que si sumamos todas las emisoras de radio estatales, territoriales o locales, el número de oyentes debe alcanzar –como poco– una cifra más elevada, cinco o seis veces superior. ¿Un millón? ¿Dos? Quizá nadie lo sabe a ciencia cierta.
Desde luego, medios cercanos a las radios privadas, agrupadas en la Asociación Española de Radiodifusión Comercial (AERC), consideran desactualizados los sistemas de medición de audiencias radiofónicas «sobre todo por su limitación para reflejar la complejidad de la escucha multiplataforma».
La AERC estima que en España el número total de oyentes de la radio ronda «los 32 millones (…), a través de diferentes vías como la FM, las apps de desarrollo propio, las ventanas web, los agregadores de contenidos y, por supuesto, el consumo de baja demanda».
En ese listado, no está claro que tengan en cuenta a sus propias ondas medias, que siguen teniendo un número de oyentes significativo. ¿Cuantos entre esos 32 millones? Y entre quienes han persistido en las ondas medias, ¿hay una audiencia más progresista o más conservadora? ¿Se trata de una escucha más o menos polarizada? No parece que los politólogos o sociólogos reflexionen tampoco demasiado sobre el asunto. Todo se da por hecho. Las explicaciones puramente ingenieriles lo tapan todo.
Mientras, los portavoces de las radios comerciales desconfían de la legislación europea y fingen hacerlo también de las decisiones técnicas de los medios públicos, que suponen mediatizadas por las instituciones y quienes las gobiernan en cada momento. Pero ellos mismos, cada cuál, tiene sus propios amigos entre ellas, sus propias conexiones e intereses.
En los recovecos asturianos, gallegos o de las sierras de Huelva, en aldeas gallegas, en los barcos gallegos o valencianos que pescan en el mar, ¿cuantas personas no pueden captar la FM, ni tampoco internet, pero sí las ondas medias? ¿Van a tener que comprar receptores novísimos? ¿Les servirá de algo depender únicamente de los satélites, de Musk y empresas similares? ¿Alguien piensa protestar?

En 2015, la supresión de la onda corta de RTVE, es decir, de Radio Exterior de España (REE), llevó a la creación de una Plataforma en Defensa de la Onda Corta, que integraron los sindicatos y asociaciones de periodistas, junto a CEPESCA (Confederación Española de Pesca), las asociaciones de armadores y otras organizaciones similares.
Los directivos que habían decidido aquel disparate (decían que para ahorrar 1,2 millones de euros) se encontraron con las protestas de más de un parlamento autonómico y de los trabajadores del mar, los más afectados. El nivel de oposición fue tal que la suspensión quedó en suspenso dos meses después porque las explicaciones tecnológicas ignoraban a los afectados. ¿Y ahora, qué sucede?
En las emergencias como el famoso gran apagón, ¿estamos seguros de que la DAB (Digital Audio Broadcasting) o la moderna DAB+ van a llegar a todo el rebaño que anda por ahí desperdigado.
Resintonización imposible
Recordamos las anteriores extinciones analógicas (lo llamaron apagados) de hace más de una década, o alguno no tan lejano de la TDT, en los que era posible la resintonización de las frecuencias: ahora no habrá resintonización posible de la onda media.
Cuando RNE apague sus señales de onda media se cumplirá una década del mismo suceso en Alemania. En la noche del 31 de diciembre de 2015, la radio Deutschlandfunk (de Colonia) fue la última de aquel país europeo que abandonó la banda de frecuencias que va de los 530 a los 1600/1700 kilohercios (kHz).
Una treintena de países europeos ha abandonado ya la onda media. Otros dudan. ¿Por qué? Porque Italia, por ejemplo, no un país muy llano, como Bélgica o los Países Bajos. Es una cuestión técnica, también geográfica y poblacional. La península Ibérica no es de los territorios más fáciles para llegar a todos mediante la radio. Sus características orográficas son absolutamente distintas, más complejas. Y el reparto de las frecuencias depende siempre de acuerdos internacionales.
No se trata sólo de un debate español, somos conscientes. Pero tampoco únicamente de un debate técnico. Cada vez que entramos en un nuevo capítulo del apagón constante, debería haber un mayor espacio para el debate social con los ciudanos atrapados en algún lugar del derrumbe (lo llaman siempre progreso). ¿Cuantos hay al fondo del pozo tecnológico? ¿Quienes son? ¿Qué necesitan?
Estamos a punto de hacer desaparecer la onda media, que ha sido utilizada para las transmisiones radiofónicas desde que naciera la radio como medio (digamos que hacia el primer cuarto del siglo veinte)… Y no está claro que ganemos algo demasiado sustancial, excepto una cierta perfección auditiva. Y eso no es todo lo que hay que valorar. Porque como el minero que está en el fondo del pozo quebrado y derrumbado, al poco dejaremos de oir los golpes de los equipos que intentan –intentaban– rescatarnos. Siempre hay víctimas en cada nivel del pozo del apagón constante. Luego su silencio no las recuerda, las olvidamos.
Y si el oyente (o escuchante, como dicen en algún programa de RNE), intenta adentrarse en el campo de los expertos, terminará perdido. El despliegue del vocabulario presentado siempre como científico e ineludible lo destrozará, sí, pero nadie o casi nadie contestará a sus verdaderos cuestionamientos sociales o personales.
No es que quien firma aquí haya estado lejos de ese mundo. Como joven activista ciudadano convencí –hace décadas– a otros amigos de Leganés para crear una radio libre, Radio Piel Roja, que emitió irregularmente en 1984/1985. Lo hice tras pasar unas semanas en la ciudad francesa de Tours, junto a camaradas de allí (del bar Au rocher de Cancale) que animaban otra radio libre llamada Radio Transis’Tours, donde había emisiones musicales y debates culturales muy serios. Fue una radio libre (en FM), asociativa, medio política, medio rockera, que empezó a emitir desde un coche para escapar de la autoridad –cuando hacía falta– y que sigue existiendo con otro nombre. Conocí la experiencia muy de cerca.

Años después, como periodista, me ha tocado cubrir huecos profesionales por enfermedad o ausencias obligadas de colegas en la radio pública, sobre todo en RNE y en Radio Exterior de España (REE).
He colaborado ocasionalmente con BBC-World Service (firmé un programa en 1992) y he participado varias veces en emisiones de Radio France Internationale (RFI). Me arrepiento de mis pecados, pero también en la parisina BFM Radio (2001), donde dejaron repentinamente de pedir mi opinión tras opinar sobre Palestina.
He podido seguir la onda media de RNE el pasado enero durante una estancia en el sur de Francia. Llegaba con un mínimo ruido durante la noche, pero podía ponerme al día con sus boletines nocturnos. Lo mismo sucede si paso la raya portuguesa desde mi tierra extremeña.
No necesito una perfección auditiva máxima, ni una conexión por satélite, ni reabrir el móvil, ni una antenita de FM que se me enrede entre las sábanas, pues sin antenita, con dos pilas triple A y una radio en miniatura que mide 9,5 por 5,5 centímetros me basta. Cabe en la palma de mi mano de sobra. Fácil.

Como oyente-escuchante, siempre he sabido que RNE en Cáceres emite en 774 kHz (la misma en Valencia) y en Madrid en 585 kHz, donde Radio 5 está a su vez en los 657 kHz. En Francia la onda larga (OL, una frecuencia con menos hercios), de uso social similar a la OM española, contaba con la pública France Inter si sintonizábamos los 162 mHz.
Seguí France Inter en mis viajes en España hasta que –con argumentos similares en Francia– apagaron el invento. Ahora, mucho más esporádicamente la sigo digitalmente.
Quienes decidieron aquel cerrojazo arguyeron que la OL contaba ya con apenas (sic) un tres o cuatro por ciento de su audiencia total. Así que decretaron el fin del servicio público para esa gente rara que obligaba a seguir emitiendo entre los 150 y los 250 kHz, aunque –eso sí– se tratara de frecuencias con alcance territorial mucho mayor que la FM.
A eso, añadieron los pretextos presupuestarios habituales (como aquí). Sus emisores e instalaciones de OL costaban seis millones de euros al año. Menos que la vivienda de cualquier futbolista del Paris Saint-Germain, del Real Madrid o del Barcelona.
En el caso francés que citamos (año 2016), la radio pública recibió centenares de protestas de oyentes diversos. Dos terceras partes de ellos no provenían de franceses, sino de ciudadanos belgas. Porque la señal de France Inter se podía escuchar sin muchos inconvenientes en el plat pays, sobre todo en la parte francófona de Bélgica. Pero también llegaron protestas del sur de Inglaterra, desde Holanda y Alemania.
Como aquí, la tecnofilia dominante aplasta y luego fusila a los prisioneros. Frédéric Schlesinger era el gran jefe de la citada radio pública francesa cuando se decidió extinguir su frecuencia en OL (equivalente social histórica en Francia de las ondas medias españolas).
Schlesinger, de 72 años hoy, dijo entonces que los hijos o los nietos podían explicar a los abuelos «cómo pasarse a la FM o a otras soluciones como el wifi o al satélite». Se trata de un gran ejecutivo que ahora sigue trabajando. Lo hace para uno de los oligopolios mediáticos franceses, Lagardère Media, que acumula medios e intereses y que empuja hacia la reunificación mediática al tiempo que favorece posiciones cada vez más conservadoras.

De modo que la erradicación de las ondas medias, o de las frecuencias de OL en Francia, como en otros países europeos donde ya ha tenido lugar ese capítulo del apagón constante, no es sólo un asunto técnico. Aunque sus directivos lo expliquen de nuevo como si no fuera otra cosa que un ahorro y un avance renovador.
En lo que a mí se refiere, sigo apegado a la idea de la diversidad tecnológica de las emisiones, de las técnicas, de los formatos, de las voces y de las audiencias. Representando a Radio Piel Roja de Leganés participé en el primer gran encuentro de las radios libres de la península Ibérica (1983), donde también acudieron algunas francesas. Aquella explosión de radios asociativas fue irregular, pero reflejaba la necesidad del pluralismo de los mensajes y de la apertura tecnológica sin prejuicios. Los apagados suelen estar llenos de tecnologismo estereotipado.
La libertad y la democracia son siempre un asunto complejo, donde la circulación de las ideas y la pluralidad no se explican sólo mediante un cierto cableado o una emisión satelital de nuevo tipo.

No se trata sólo de escuchar fantásticamente la lista comercial de los impactos musicales del momento.
Sin que nos demos cuenta, nos enjaulan poco a poco (como a don Quijote) para curarnos de nuestros encantamientos analógicos, de modo que vuelvo a leer su respuesta cuando unos hombres que iban a lomos de ‘mulas de canónigos’ le preguntaron por qué iba enjaulado: «Quiero, señor caballero, que sepades que yo voy encantado en esta jaula por envidia y fraude de malos encantadores».
El apagón constante es siempre un encantamiento provisional, hasta el siguiente derrumbe. El parón de REE fue contrarrestado a tiempo.
El de las ondas medias, ¿es irreversible?



