Quienes estén interesados en un periodo tan digno de estudio como lo es el de la prensa durante la segunda República, ya saben que a Ríos Catalá, catedrático de la Universidad de Alicante, le gusta investigar y lo hace con minuciosa documentación, tal como se puede comprobar en los otros dos libros que conforman su trilogía, Suelas gastadas. Periodistas y escritores en tiempos de cambio (II República y Transición) y Nos vemos en Chicote. Imágenes del cinismo y el silencio en la cultura franquista, publicados también en Renacimiento.
En Hojas volanderas se centra en la vida y obra de cuatro periodistas y escritores a los que dedica una equilibrada paginación: Jacinto Miquelerena, sportman y viajero; León Vidallier y sus artistas frívolas de varietés; Mateo Santos y su quijotismo revolucionario y José Luis Salado, el azote de los ahuecaos.
El vanguardismo de camisa azul del primero de los citados, según el autor, es una respuesta al temor de perder los privilegios de señorito, si bien se libra del dogmatismo habitual entre los militantes de Falange. La clave de esta singularidad radica en su permanente condición de humorista con voluntad epigramática. Lo suyo era el escrito breve. Tuvo un triste final cuando era corresponsal del diario ABC en París y se arrojó a las vías del Metro.
Vidallier fue el propietario de la revista frívola y sicalíptica por antonomasia, Tararí, con una apuesta decidida por las varietés y la fotografía erótica, una auténtica revolución en esa época. Mateo Santos fue un anarquista amante del cine y el teatro, géneros a los que consideraba propulsores de una revolución que en Barcelona se preveía inevitable. José Luis Salado, quien llevaba un currículum más asociado a la frivolidad que a la revolución, llegado el triunfo del Frente Popular en febrero de 1936 se comprometió con sus postulados como periodista antifascista.
Cada una de esas vidas y las particularidades de sus respectiva actividad profesional será sin duda del interés de lector, porque una vez más Ríos Carratalá nos sorprende con la enjundia que pueden tener estos autores olvidados o relegados a las notas de pie de página, como señala el autor en la introducción. Esos pies de páginas pueden dar y seguirán dando mucho juego si se les dedica el tiempo y la forma de los que les privó la la guerra y el olvido.