Los meses cuesta arriba del calendario

Subir cuestas financieras ha sido siempre una especialidad de las familias españolas trabajadoras después de periodos vacacionales en los que es difícil mantener la disciplina en el gasto, porque ver felices a los nuestros, disfrutando de la montaña o relajándose tras un día de playa, no tiene precio.

Juan Castellano

La más conocida es “la cuesta de enero” que sigue al periodo de Navidad y Reyes en que, por mucho que se planifiquen los gastos, siempre surge el detalle olvidado, el compromiso ineludible, el capricho de última hora o, simplemente, la necesidad de olvidar penurias por unos días, que nos obligan seguidamente a apretarnos el cinturón y aquilatar al máximo en uno de los meses más largos del año.

Más recientemente, las familias más jóvenes, con hijos en edad escolar o universitaria, comenzaron a lidiar en septiembre con “la vuelta al colegio”, porque el inicio del curso trae aparejados gastos en ropa, libros y matrículas que se incrementan año a año y ponen a prueba la elasticidad de las leyes de la economía familiar.

En una sociedad de mercado se supone que la oferta y la demanda, y la competencia entre empresas de productos y servicios, buscan fórmulas para poder satisfacer todas las necesidades que surjan, y efectivamente se convirtieron en tradicionales las “rebajas de enero” después de las Navidades, las “rebajas de agosto” para las vacaciones de verano y son innumerables las fórmulas comerciales para el retorno a la escuela.

Pero la crisis financiera que recorre el mundo de burbuja en burbuja está dificultando el que las fórmulas más extendidas actualmente cumplan con eficacia, las tarjetas de crédito agotan sus saldos antes de fin de mes, los bancos han cancelado los descubiertos que otorgaban a la domiciliación de nóminas, y las tarjetas de fidelización no suelen corresponder a las necesidades concretas de esos meses cuesta arriba.

Curiosamente, una figura que en el devenir de los tiempos no resultaba muy simpática, el prestamista, ha evolucionado con las nuevas tecnologías y ahora permite reaccionar ante imprevistos. Este “prestamista tecnológico o 2.0” suele ser más bien una empresa como esta presente en Internet, o entidades públicas o privadas, que ofrecen lo que se conoce como microcréditos o minicréditos, fórmula cada vez más predilecta para reaccionar ante la necesidad de liquidez y fechas en cada caso particular.

Es evidente que la gestión “online” de este tipo de financiación personal no solo agiliza los trámites, con periodos de respuesta muy cortos, sino que también nos permite obviar situaciones desagradables con los gestores tradicionales de la banca comercial en donde depositamos nuestras nóminas, o dar explicaciones no queridas a superiores o gerentes de nuestras empresas para justificar un anticipo de la paga extra de Navidad.

También hay que valorar el que recurrir a los minicréditos online es una opción complementaria del resto de recursos de financiación que utilizamos habitualmente, y que no contaminan la relación con nuestra entidad bancaria habitual, ni dificultan el uso de las tarjetas de fidelización que nos facilitan la vida en el supermercado o la gasolinera.

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