Medios de comunicación, ¿al servicio de quién?

Hoy en día el cuarto poder está en su casi totalidad, permeado y bajo el control de las élites económicas que, además, hay que recordarlo, son en su mayoría élites masculinas.

Jesús González Pazos[1]

dav Medios de comunicación, ¿al servicio de quién?La anterior es una cita del libro de reciente publicación “Medios de comunicación ¿al servicio de quién?”. Como tal un tanto lapidaria, por lo que puede ser matizable, incluso discutible en alguna medida, pero con su contundencia no trata sino de visibilizar la situación de los denominados medios de comunicación masiva en la sociedad en que hoy nos movemos. Esos mismos medios que dominan nuestra vida hasta el punto en que, en muchos más aspectos de los que nosotros creemos, definen no solo lo que leemos, escuchamos o vemos, sino también lo que debemos de pensar o sentir.

Hay dos ideas que dominan el imaginario colectivo respecto a este asunto y que ahora nos interesa desmontar. De una parte, estamos convencidos de la gran diversidad de medios existentes. Todos podemos citar diferentes periódicos, revistas, emisoras de radio e incluso cadenas de televisión, a las que se suman hoy las distintas redes sociales también como importantes canales de comunicación. En suma, tal y como se nos transmite, disponemos de una amplia y gran oferta de medios que, en teoría, cubrirían con plenitud nuestra demanda y querencias. Sin embargo, una revisión un poco más a fondo nos muestra que esta percepción es, cada día que pasa, más y más infundada. Las últimas décadas, especialmente aquellas que se han contado bajo el dominio del neoliberalismo, han visto una brutal concentración de los medios de comunicación masiva en cada vez menos manos. Es lo mismo que ocurre con la riqueza.

Así, la gran mayoría de los medios privados que pudiéramos nombrar se concentran hoy en cuatro o cinco grandes grupos de comunicación, auténticos holdings que llegan a agrupar en si hasta los diferentes estudios cinematográficos. Caso este último perfectamente identificado en Estados Unidos, donde cuatro grupos comunicacionales generan y controlan el 60 % del negocio y otro porcentaje similar en cuanto a la creación de los contenidos. Además, no podemos olvidar que esos holdings nutren de comunicación, de información a una grandísima parte del resto del mundo. Al fin y al cabo las ideas que nos transmite Walt Disney calan profundamente en nuestras mentes desde pequeños en casi cualquier parte del planeta; al igual que la información que puede generar la CNN será repetida, casi miméticamente, por el Herald Tribune, Le Monde, El País, La Razón o El Correo además de, ahora si, por muchos medios públicos.

Lo mismo ocurre en el estado español donde, igualmente, son cuatro los grandes oligopolios que controlan en su mayor parte todo el espectro comunicacional, ya hablemos de prensa escrita, radio o televisiones. Solo un dato esclarecedor: un informe del año 2016, financiado por la Unión Europea y elaborado por el Instituto Universitario Europeo, expresaba su preocupación por la “falta de pluralidad (…) la poca transparencia que existe en el reparto de la publicidad institucional y o (por) la inquietante concentración de empresas”.

La segunda idea que aquí nos interesa destacar como parte de ese equivocado imaginario colectivo tiene precisamente que ver con la hipotética pluralidad, heterogeneidad ideológica de los medios de comunicación masiva. Mismo caso que antes. En apariencia la diversidad política es amplia y cubre la totalidad del espectro social. Pero siempre de forma altamente controlada y, sobre todo, siempre que esa pluralidad se mueve dentro de los márgenes del sistema dominante, es decir del modelo neoliberal.

Si antes hemos apuntado a la enorme concentración de medios en pocas manos entenderemos que éstas corresponden casi en exclusiva a las élites económicas citadas en la primera frase de este texto. En algún aspecto aún persiste esa idea romántica del medio hecho por periodistas que aman el periodismo y cuyo medio pertenece a una clase o familia de larga tradición periodística.

Sin embargo la realidad, a poco que se rastree, se demuestra como totalmente diferente. Los grandes bancos, los grupos de fondos de inversión (los conocidos como fondos buitre) y algún otro gran grupo empresarial se sientan hoy en los consejos de administración de esos grupos mediáticos, definiendo sus líneas editoriales, por mucho que algunos nieguen y se rasguen las vestiduras ante este hecho.

Esta situación nos permite entender mejor que, por ejemplo, durante los años duros de la reciente crisis prácticamente ninguno de estos medios haya mantenido una línea de petición de devolución al estado y sociedad del rescate bancario que se les entregó en su momento; difícil abordar este asunto cuando esos mismos bancos contra los que escribirían están definiendo la línea editorial. Otro ejemplo, difícil criticar la política genocida de Israel contra el pueblo palestino cuando algún fondo de inversión israelí tiene en su poder una parte importante de las acciones del medio.

Pero decíamos que la heterogeneidad ideológica está siempre en el aparente amplio campo del sistema establecido. Dentro la crítica es factible hasta el punto que encontramos algunos de esos grandes holdings comunicativos en los que conviven sin problema alguno medios cercanos a la ultraderecha con otros de aparente progresismo. Esta es una prueba más de que lo que domina, además de mantener el sistema, es el interés económico, así cuanto más espectro social se alcance los beneficios serán mayores.

Hay múltiples casos en los que se apoya la anterior afirmación, pero enunciamos aquí brevemente solo uno de éstos. Si hacemos una revisión de la mayoría de los medios españoles (vascos y catalanes también) y de sus líneas editoriales con respecto a los llamados gobiernos progresistas de las últimas décadas en América Latina, la homogeneidad es casi absoluta. No pretendemos entrar ahora a una defensa o crítica de estos gobiernos; simplemente señalar que durante estos años, y casi desde los primeros pasos de estos procesos, la condena ha sido unánime. Como decimos, casi sin dejar tomar las primeras medidas políticas o económicas se desataron, y hoy persisten, campañas intoxicadoras, de desgaste y difamación; campañas que en muchas ocasiones rayaron el racismo y xenofobia hacia determinados líderes políticos. Todo era válido para defender al sistema neoliberal y, sobre todo, lo que éste implicaba a los intereses de las empresas españolas en el continente americano.

Y todo lo anterior permite reafirmar un aserto de Denis de Moraes cuando señala que la mayoría de los medios de comunicación masiva hoy son un agente discursivo de la globalización y del neoliberalismo. Legitiman no solo el ideario político de éstos sino que lo  transforman en el discurso social hegemónico. Pero si abrimos la discusión sincera tenemos la seguridad de que podremos mejorar la propuesta comunicacional, hacerla más participativa, más heterogénea, más plural y diversa, en suma más y verdaderamente democrática.

  1. Jesús González Pazos es miembro de Mugarik Gabe

editor
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