Han nacido en el siglo de las pantallas. Toda la información es poca y siempre aparecen conectados. Las redes sociales, su proyección pública, su cuenta en Instagram, Facebook o Twitter son sus señas de identidad. Esos son los niños del siglo XXI; esos que en su día jugaron poco, fueron víctimas del abandono de sus padres por falta de tiempo y optaron por una niñera en forma de máquina que les devolviera a una realidad, a algo que se asemejara a la vida perfecta; esa que antaño llamábamos hogar. Todo empiezó un día pero al cabo de los años no sabes cuándo lo virtual tomó las riendas de su vida, de tu vida, de la vida de la familia.
Era pequeño, cerca de tres años, y ya empezó a tener ordenadores de colores, con ruidos infernales y juegos por hacer. Al llegar los cuatro, ya le dejaban ver la televisión toda la tarde, la tableta porque tenía otros juegos distintos…Llegó a los seis y ya sabía manejar el ordenador. A los nueve le regalaron el móvil por Reyes pero solo un año después, ya tenía uno de alta gama cuyo precio no bajaba de 800 euros. Este caso, no es uno, es el de muchos miles de níños que han crecido así; sin la pelota, sin la portería, sin los juegos de mesa, sin leer cuentos o narrar historias, solamente conectados, porque así, indefectiblemente se estaban callados.
Esos niños se convirtieron en los jóvenes que hoy pululan sin mucho sentido por las calles de cualquier ciudad. Lo hacen aparentemente en grupo pero están solos. Cada uno conversa con su gente aunque tenga a sus amigos al lado. Salen de fiesta para publicar lo que viven y proyectan su vida interior al exterior, a la gente, ¿qué gente? ¿de qué gente estamos hablando? Toda su ira, su frustración y sobre todo su miedo lo dejan ahí, callado, oculto en el lugar al que nadie accede porque tampoco saben expresarlo. Sus padres son unos ilustres desconocidos que les pagan los estudios, las copas y el móvil, claro está.
¿Qué sienten entonces?
La ansiedad por estar conectado, por vivir permanentemente en una vida que no es la suya, genera otros problemas de salud que aparentemente no verán sus padres en el momento. Primero porque no están, segundo porque se ven poco, tercero porque no son síntomas aparentemente, cuarto porque no se nota de un día para otro y así, podríamos seguir dando razones. La adicción a los juegos virtuales lenta pero progresivamente, hará que los niños desechen otro tipo de actividades incluida la actividad física, y sobre todo el juego; jugar y pensar como niños, leer e imaginar como niños; crear, tocar un instrumento, tener motivación y sobre todo, sentir aburrimiento. Aburrirse es sano y hace que la mente invente, proyecte, deduzca, y aprenda a salir de ese atolladero. La tendencia al sedentarismo, la obesidad infantil y la alteración de la conducta por los cambios de humor además de la ansiedad y la irritabilidad hacen del niño una persona infeliz sin objetivos, sin perspectiva, sin futuro, porque éste solamente es virtual, no existe, no parece que está en su mundo, sino que él ha entrado en otro irreal.
Los niños abortan la capacidad innata de imaginar, de soñar, de cantar, de jugar y de construir un universo sobre el cual estructurar el resto de su vida. La dimensión de la realidad y la concepción del tiempo pasan a otro lugar distinto porque ya nada es interesante; nada es lo suficientemente atractivo como para intentar conocerlo. No jugar al aire libre, a la pelota, con la arena, juegos banales aparentemente sin importancia, o leer un libro de aventuras, hace que los niños estén sujetos a otras enfermedades que pueden dar lugar a niveles altos de colesterol, hipertensión y alteraciones cardiovasculares, que inicialmente no notamos, además de los trastornos mentales que aparentemente están gestándose cada año. Todo ello sumado al insomnio que habitualmente padecen por la sobreexcitación a la hora de acostarse, la ansiedad por jugar otra vez, ganar la partida, etc. hace que hoy la salud mental de los niños desde los 12 años se vea alterada por el uso desmedido de la tecnología y comiencen a tener un aislamiento social impropio por la edad. Las relaciones familiares se ven alteradas, la relación con sus iguales comienza a ser inexistente, la camaradería, el esfuerzo, los valores, se ven cambiados día a día y cada año irá a más. Las niñeras del siglo XXI, esas maquinitas en todas sus versiones, se han convertido en madrastras que llevarán al niño, ya adolescente, a optar por una vida en la que mantendrá un conflicto emocional no resuelto; ¿qué me pasa? ¿qué está pasando? La familia, los padres, los tutores, los abuelos, los cuidadores, alguno de la familia debe dar el paso y pedir ayuda profesional.
¿Son ninis?
Sí, ni estudian, ni juegan, ni trabajan, ni, ni, ni…Dejaron de tener ilusión por tener una bicicleta nueva, por heredar una raqueta de tenis, o por guardar sus ahorros para comprarse un soldado con el cual jugar o simplemente jugar en la calle con niños desconocidos. Esos niños no cubrieron las fases de su crecimiento correctamente y al final pasaron a ser un adultos en cuerpos de infantes, llenos de miedos, de desconocimiento e inseguridades. Esa vulnerabilidad les llevó a intentar seguir creciendo para ser autónomos sin saber y sin haber dado los pasos uno a uno. La pérdida de la dimensión de la realidad en infantes que juegan en exceso de forma virtual, les hace tener consecuencias terribles, no solamente en el entorno escolar; poco interés por aprender, ninguna o escasa sensibilidad por la poesía, literatura, por la pintura, etc. sino que la capacidad para deducir y pensar es nula. Eso sí, tienen un gran estimulo y grandes reflejos, además del sentido de la lógica y de la coordinación ojo-mano, además del movimiento de ambas manos que es muy, muy rápido.
Los ninis no son personas que han nacido así. Son niños que han sido lentamente abandonados a su suerte; jóvenes que llegan a adultos sin motivación y sin la ilusión única de salir adelante. Ni estudian ni trabajan, eso es cierto, pero no sucede de hoy para mañana. Dejaron de estudiar, y comenzaron a dejar, dejar, dejar, hasta el punto que nada ni nadie les sugería una opción. La fortuna de cada uno pasó por varios estadios; desde la droga, el alcohol, los tóxicos y las malas compañías, hasta perder años sin estudiar mirando al infinito. Si esto se detecta, al final, el mayor de edad, que es menor porque aún no sabe qué hacer consigo mismo, volverá a estudiar pasada esa década y se encontrará con treinta años haciendo un grado. ¿Es eso raro? No y cada vez menos. Consentir, no obligar y dejar que todo transcurra año a año, hace que la meta cada vez esté más lejos y el aliciente sea un gran desconocido.
¿Cómo volvemos a educar?
Quizá cuanto más tiempo pase, cada curso escolar, veremos que no solo ha crecido más el adolescente sino que es más experto en cuanto a sus aptitudes para jugar virtualmente. La dedicación, el cambio de hábitos en la familia, la conversación, los juegos de mesa, los paseos por el campo, la música, compartir otras cosas que nunca se han hecho entre hermanos y padres, puede ser un revulsivo para el menor que solamente conoce la pantalla.
También es importante acudir a la consulta de un psicólogo infantil para que nos de las pautas de conducta idóneas de forma que puedan hacerse los cambios de uno en uno. La dosificación de las pantallas, el uso del móvil puntual, la televisión, el ordenador tendrán que ser sustituidos por otras cosas mucho más impactantes porque el menor conocerá una realidad que hoy por hoy, no le pertenece. Los cambios en la adolescencia siempre han llevado consigo conflictos nada fáciles de resolver, entre los cuales estaban la rebeldía o el tener siempre la razón para quitársela a los padres. Estos eran sustituidos por el grupo y los hábitos cambiaban. Ahora los hijos viven en su realidad individual, la que les permite ser ellos sin saber que de forma única, están muy solos entre mucha gente. Hiperconectados, sí, hipersocializados, también pero sin herramientas para afrontar la frustración, la muerte, la enfermedad, un suspenso o simplemente no controlarlo todo.
A lo mejor pasar una tarde con sus padres le parezca raro, pero ¿hay algo mejor? Nunca es tarde y cuanto antes se empiece, antes se determinará qué es lo que le está sucediendo al menor. Hagan algo. Siempre se puede comenzar y puede ser hoy. Todo lo demás, como siempre, vendrá por añadidura. La carestía hace que las personas aprendan, la frustración también enseña y no tenerlo todo ya, ahora, cuando yo digo, es definitivo. Todo eso supone un cambio de hábitos por parte de los padres que son los verdaderos responsables. Ellos, que miran hoy para otro lado porque el niño, ¡mira cómo me ha salido!