La segunda muerte de Truman Capote

Camaleónico, único posible heredero de Marlon Brando, la suya es una carrera diferente de las que pueblan el panorama habitual de Hollywood. Una carrera que parte de los teatros del off-Broadway neoyorquino, donde Shakespeare fue su primer amor (pero también Chejov, O’Neill o Arthur Miller); amor al que ha permanecido fiel al filo de los años: en 2009 se le pudo ver en los escenarios interpretando un Otelo modernista, ambientado en Oriente Medio.
Al mismo tiempo se había convertido en un actor cinematográfico importante, tenía su Oscar en la vitrina y continuaba alternando cine de autor y comercial, al tiempo que se mantenía en el teatro como escenógrafo e intérprete: trabajaba con la compañía LAByrinth, que había fundado junto con otros actores y trabajadores de oficios relacionados con el teatro entre los que está su mujer, la diseñadora de vestuario Mimi O’Donnell, con la que tenía tres hijos.

Muy pronto, y antes de que se esfume definitivamente, aún encontraremos a Philip Seymour Hoffman en la tercera entrega de Los Juegos del hambre y El hombre más buscado, dirigida por Anton Corbijn y basada en una novela de John le Carré con los atentados del 11-M de fondo, así como en la película independiente presentada en el último Festival de Sundance God’s Pocket, de John Slattery. “Y también, porque Philip Seymour Hoffman no ha parado de trabajar hasta este domingo (fatídico), en la serie cómica Happyish, dirigida por John Cameron Mitchell” (Thomas Sotinel, Le Monde).
Su tiempo estaba contado. En apenas un cuarto de siglo consiguió imponerse como uno de los grandes actores estadounidense, especialmente dotado para la transformación. El momento de gloria le llegó en 2006 cuando recogió un Oscar por la interpretación, en la película de Bennett Miller, del escritor Truman Capote perdido en las llanuras de Kansas investigando para el semanario New Yorker un crimen rural especialmente cruel, el asesinato de cuatro miembros de una familia, y enamorado de uno de los asesinos que después sería el héroe de la novela A sangre fría, publicada en 1965 una vez que fueron ejecutados los dos homicidas; Capote asistió a la ejecución.
Con la interpretación del mítico autor de Otras voces, otros ámbitos, Plegarias atendidas y Desayuno con diamantes, azote de la “gente guapa” y decadente estadounidense de los años 1950/1970, dependiente también del alcohol y los medicamentos, –que había pasado de mendigar en las redacciones que le publicaran a convertirse en el cotilla oficial de la ‘aristocracia’ americana, heredera de las grandes fortunas crecidas en el New-Deal, la que compraba la ropa en Saville Road y el Faubourg Saint-Honoré y construía museos en Nueva York- llegó el reconocimiento internacional para Philip Seymour Hoffman.
Había nacido el 23 de julio 1967 en el norte del estado de Nueva York. Se diplomó en arte dramatico en la prestigiosa Tisch School of Drama y su primer trabajo, nada artístico, fue como socorrista en un spa hasta que le despidieron. En una entrevista en el programa “60 minutos”, en 2006 reveló que había sido heroinómano hasta los 22 años y que cuando logró desintoxicarse empezó a conseguir papelitos en la televisión hasta que le llegó la oportunidad de poner un pie en el cine con Esencia de mujer, junto a Al Pacino.
Ahora todo ha terminado: el domingo 2 de febrero de 2014, cuando apenas faltan unos meses para recordar los treinta años de la desaparición de Capote (agosto 1984), Philip Seymour Hoffman ha muerto solo en la desangelada y fría noche de un apartamento del West Village, con un estremecimiento final y una jeringuilla clavada en el brazo. Al inmenso actor “se lo han llevado sus demonios” (Eric Neuhoff, Le Figaro) mientras interpretaba el peor papel de su vida: con solo 46 años y tirado en el suelo del cuarto de baño. Sus problemas con el alcohol y la droga eran de sobra conocidos: había seguido varias curas de desintoxicación, y había recaído. En 2013 ingresó por última vez en una clínica “después de 23 años limpio”. Vamos a echarle mucho de menos.



