El verdadero objeto de la razón no es más que el entendimiento y su adecuada aplicación al objeto.
Kant
Un grupo de autores, bajo el seudónimo colectivo de Marcuse, publicó en Francia un libro que vio posteriormente la edición en España, titulado «De la miseria humana en el mundo publicitario». Casi doce años después, la publicidad política, tan agresiva como la comercial, continúa contribuyendo a destruir la libertad de pensamiento y reducir a gran parte de los ciudadanos a la esclavitud mental.
Numerosos intelectuales, con tal de medrar, no dudan en rendirse a ella. La vida cotidiana, que comprende el tiempo del ocio, la comida, los espectáculos públicos, los libros, hasta el placer sexual, el concepto e instrumentalización de la mujer, la imposición de los triunfadores de cualquier índole, artística, deportiva, criminal, corrupta, de la moda o de las formas de vida de las clases altas, ceremonias religiosas o profanas, las fiestas y hasta las vacaciones, aparece sojuzgada y marcada por el impacto y guía de la publicidad, devoradora de cualquier actividad humana. Una publicidad seductora y agresiva, impositiva y dogmática, enajenante e inmoral.
Seguimos algunas citas y reflexiones de la obra citada que muestran el camino acentuado y cada vez más nocivo de ésta, tan elaborado y seudo artístico al tiempo que cancerígeno, modo de conformar la uniforme esclavitud de lo que los políticos llaman, como si fuera usufructo propio, pueblo, gente, ciudadanos, a los que buscan agostar en sus pensamientos y opiniones libres, precisamente para encadenarlos a sus fines de opresión y explotación.
Porque la publicidad es el mayor timo exhibido en todas las formas de nuestra vida: desde los productos farmacéuticos, productos que antes de consolidarse científicamente se lanzan al mercado con costosas campañas en los medios de comunicación y que para impulsarlos no dudan en utilizar a médicos y especialistas bien pagados, a los alimentarios, desde el uso del cuerpo humano y sus adornos fetichistas a los medios de comunicación o el arte y la cultura. Un timo contaminante que busca la unidimensionalidad humana y la esclerosis del pensamiento y la imaginación. Los ciudadanos para ellos no existen, sólo buscan consumidores.
Algunos juicios críticos sobre la publicidad
- Aldous Huxley, 1958.. En una campaña de venta, la belleza femenina puede relacionarse arbitrariamente con cualquier cosa, desde un buldócer hasta un diurético.
- Georges Chetochine. 2002. ¡El cliente es el enemigo! Para fidelizarlo hay que desarmarlo, hacerlo prisionero, llevar la iniciativa. E incluso: es ·un enfermo, un infantil… ¡Hay que encadenarlo al síndrome de Alcatraz!.
- Grupo Marcuse.2004 La publicidad es la anticultura por excelencia, ya que liquida las culturas populares así como la alta cultura intelectual. Es un lavado de cerebro que tala la diversidad cultural mundial.
- Beaudoin de Bodinar. 1996. Véase también en el hemisferio austral como se disuelve en unos enormes bajos fondos una humanidad desnutrida, oscura, violenta, que no dejaría rastro. Si se requiere saber que son los anuncios televisivos, en realidad, basta con imaginarlos en uno de esos cuchitriles con las ratas y la dermatosis.
- Sam Cathelet. La publicidad hipnotiza nuestra infancia, maneja nuestra juventud, embrutece nuestra edad madura.
Supermercados: las actuales catedrales. Culto de las masas: para ver, comprar, rendir pleitesía y adoración a los productos que se exhiben, creencia para ser felices en la vida con su adoración y posesión. En el mundo unidimensional, sin grandes sueños ni esperanzas, guiados por las voces de la publicidad salidas de los miles de púpitos -departamentos y tiendas- de las iglesias-almacenes del siglo actual. Es la nueva religión que atrae más fieles, fascinados por sus «milagros» -¡oh, los días de rebajas!- que ninguna de las que todavía perviven.
Sin consumismo el capitalismo no puede sobrevivir. Der ahí que la publicidad busque convertirlo en «la moral de nuestro tiempo» (Baudrillard). Y el trabajador, sea manual o intelectual no es sino el necesario extremo de la cadena de producción que ha de alimentar con sus beneficios a quienes le pagan para desarrollar su propia prosperidad. Consumo: droga blanda, enfermedad incurable, bulimia de cuanto se le ofrece a sus ojos, nariz y oído. Rechazar al que no tiene acceso al consumo y envidiar y admirar y seguir al que vive en un consumo de superior calidad: (suplemento en papel couchet de los periódicos, del País a los que agrupan a decenas de periódicos de provincias).
Publicidad y propaganda política: de Goebels a Rajoy y Artur Mas
- Captar la atención de las masas
- Ninguna diversidad ha de modificas el contenido de los discursos, que deben repetirse constantemente y en cualquier ambiente y circunstancia, incluso ante las preguntas comprometidas.
- Apelar siempre al sentimiento, instinto, no a la razón. Y con palabras de un bajo nivel cultural, acorde a la masa de ciudadanos a los que se pretende llegar. lenguaje lo más populista que se pueda.
- Constante utilización de símbolos: banderas, músicas, himnos, exhibición de personajes triunfadores o exhibidos en medios televisivos.
- Ocultar hechos desagradables e insistir, para imponer a base de reiteraciones, cifras y dogmas, credibilidad a las mentiras y triunfalismos que se proponen.
- Con textos de Elías Canetti (´Hitler según Speer, 1971) aproximamos la «publicidad» política de ellos a la de Mas o Rajoy:
Hitler era un maestro de la acusación, que durante sus años de ascensión fue el instrumento que realmente empleó para convertir en masa a los seres humanos… Resulta difícil separar delirio y realidad en Hitler… su delirio exige el poder político absoluto en el Estado. No bien lo haya conseguido, podrá echar seriamente mano de la realidad… Y utilizar el poder para ir imponiendo paso a paso el contenido de su delirio al medio que le rodera y a sus instrumentos.
La belleza, inocencia y atractivo de los anuncios
Anuncios que utilizan a niños y niñas sonrientes, bien alimentados, felices; mujeres hermosas, sensuales, de rostros incitantes, atractivos cuerpos; hombres jóvenes, elegantes, «artistas de cine» en su apariencia; paisajes idílicos en las montañas suizas, islas griegas, playas españolas, ciudades románticas de la vieja Europa, asiáticas de las soñadas para viajes vacacionales, artesanos que parecen sacados de cuadros medievales o renacentistas para insinuar que continúan produciendo alimentos puros, no contaminados, todo natural, como creado en un país de las maravillas para que los consumidores se sientan vivir en una Arcadia inmaculada.
Y los anuncios que publicitan zapatillas, trajes, productos del español Ortega o de las infinitas Zaras y demás franquicias que dominan los mercados del mundo, provocarán las condescendientes sonrisas y alguna obra de caridad cristiana de los grandes fabricantes que viven en grandiosos y modernas fortalezas diseñadas por grandes arquitectos, de lujo tan oculto como provocador, bien protegidos por innumerables sicarios.
Ellos dominan las mejores avenidas de las más desarrolladas ciudades del mundo donde venden sus productos, que tal vez tengan cada uno de ellos un coste inferior a un euro y venden por veinte o cincuenta veces su valor real. No, los intelectuales bien mantenidos que fabrican la publicidad nunca visitarán los infiernos en que se fabrican ni conocerán a sus víctimas, niños o adultos explotados por estos modernos negreros: crearán imágenes edulcoradas y hermosas, porque la publicidad ha de transmitir felicidad, eterna y sana juventud -incluso en los rostros de los ancianos que en algunas aparecen se vislumbra la sana alegría que transmiten-.
Consumo: único lugar en el que ejercen los compradores la libertad. Con un doble engaño: el de la propia elección inducida por los mensajes y el que, sin previa información y conocimiento de lo que se compra, se acepta como «verdadero». La libertad así considerada culmina la suplantación del ser por el tener-
Publicidad y medios informativos
El que los periódicos y las televisiones hayan pasado de depender de lectores y suscriptores u oyentes y pago de los propios ciudadanos, que les daban una cierta independencia, a los ingresos publicitarios que financian sus ediciones y programas, suponen, una vez más, en nuestros días, la supremacía del poder financiero sobre el político. existen contados medios en el mundo que no acepten la publicidad, incluso la critiquen, no son los más influyentes. Y esta sería la manera de ser libres y verosímiles: en la información, en el análisis económico, en la crítica política o religiosa, en la denuncia de los políticos, de la corrupción, de los ejércitos, de la justicia, o en la búsqueda de una auténtica cultura creativa.
A mediados de los años 50, el fundador de Le Monde declaraba -y era todavía una publicidad no avasalladora-: «Me parece peligroso que la vida del periódico esté asegurada por la publicidad en una proporción demasiado amplia, pues ello le deja a merced de un chantaje».
Resultado hoy: censura y autocensura feroz. Miedo de los redactores y presiones constantes sobre ellos por los órganos directivos. Productos informativos, de opinión o visuales elaborados de acuerdo a los intereses publicitarios.
Publicidad y literatura
La publicidad tiene como objetivo fundamental servir a las empresas cuyo fin es acumular capital con los métodos sutiles y engañosos posibles: no importa la corrupción y el fraude, tampoco la calidad: solo sacar beneficios.
La publicidad es el mayor peligro para la literatura y la deformación y anquilosis del pensamiento, la belleza y la libertad. No es necesario insistir en ello: basta pasearse por las grandes superficies que acumulan montañas de libros, por las playas en que toneladas de carne desnuda acercan un libro a los ojos, o repasar la principal información «literaria» de los suplementos y noticias culturales relacionadas con el tema y dirigidas a los lectores: las listas de libros más vendidos… Ah, aquellos tiempos de las viejas librerías, el humanismo y cultura de la mayor parte de los libreros, el ámbito natural en que todos los libros, se vendieran más o menos, vivían…
La mayor parte de los libros que multiplican sus ventas igualan a sus lectores en el culto a la vulgaridad y la degradación de la creación literaria. Nos vienen a la memoria palabras de A.W.Schlegel: «¡Cómo se parecen los hombres vulgares! ¡Todos parecen hechos con el mismo molde!». Porque ya vivimos tiempos que identifican clases medias, aristócratas y hasta proletarios, para «democratizar» aquella expresión de Schopenhauer: «La ignorancia degrada al hombre cuando se une a la riqueza… El rico, si es ignorante, vive a sus anchas y se parece al animal».
Digámoslo más suavemente: el rico, el pobre, en la lectura, cada vez se igualan más en un conocimiento que extingue y uniforma el pensamiento en idénticas afinidades de la cultura del ocio, y ahí va muriendo la diferencia y la libertad crítica.