Recuerdo que hace años, cuando las autoridades de Ankara aún coqueteaban con el posible ingreso de su país en la Unión Europea, tuve ocasión de sostener un maratoniano diálogo con el jefe de la delegación de Turquía en las consultas con Bruselas.
Sucedió hace más de tres lustros, durante la intervención estadounidense en Irak. Al abordar el espinoso tema de los desequilibrios generados en la región por la presencia de ejércitos cristianos en tierras del Islam, mi interlocutor me llamó muy amablemente la atención:
– Recuerde que Turquía es un aliado fiel de los Estados Unidos.
– ¿Lo será también después de su ingreso en la Unión Europea?, pregunté.
El veterano diplomático tardó unos instantes en responder: No, en este caso seremos el fiel aliado de Europa. Impactante, muy impactante la sutil pirueta del negociador.
Unos años más tarde, concretamente después del fallido golpe de estado de 2016, Turquía se decantó por otras alianzas. En efecto, Recep Tayyip Erdogan optó por dirigir su mirada hacia Moscú. Mientras el papel desempeñado por las potencias occidentales en la noche del 15 al 16 de julio de 2016 sigue siendo un misterio, parece que la intervención de los servicios de inteligencia rusos le salvaron la vida.
En los últimos tres años (2016–2019), las relaciones entre Ankara y Moscú se fueron consolidando. A los importantes acuerdos financieros, los multimillonarios intercambios comerciales y ambiciosos proyectos turísticos se sumaron contratos para el suministro de armamento estratégico incompatibles, al parecer, con la normativa de la Alianza Atlántica.
Los Estados Unidos decidieron castigar a Ankara aplicando represalias; Alemania llegó a insinuar que el comportamiento rebelde de los turcos debería desembocar en… ¡su expulsión de la OTAN!
Washington prefirió actuar con cautela: el Ejército turco es el segundo por orden de importancia de la OTAN y las bases de Incirlik y Malatya representan puntos estratégicos clave para la defensa de los intereses de Occidente en el Mediterráneo sudoriental. En Incirlik se encuentra el mayor depósito de ojivas nucleares de Cercano Oriente; en Malatya, el principal centro de vigilancia radar de la región. En ambos casos, las instalaciones están vigiladas por personal militar norteamericano.
La hipotética expulsión, en caso de conflicto, de los militares transatlánticos se ha convertido en un auténtico quebradero de cabeza para el Pentágono. A la pregunta: ¿Se puede concebir la presencia de armamento de fabricación rusa en las inmediaciones de sofisticadas estructuras de combate de la Alianza Atlántica? el estamento castrense turco responde con la hábil pirueta diplomática: ¿Incompatibilidad? ¡Ninguna! Nuestro territorio es bastante amplio…
Tras la decisión del presidente Trump de retirar el contingente estadounidense acantonado en el Noreste de Siria, Ankara inició los preparativos para una ofensiva de gran envergadura en la zona, controlada por las milicias kurdo-sirias, aliadas de los norteamericanos. Poco tenían que ver estos combatientes con los guerrilleros del PKK turco, la bestia negra de los Gobiernos de Ankara. La guerra contra los separatistas del PKK turco se saldó con alrededor de 45 000 muertos. De ahí el deseo de la clase política turca de borrar a los kurdos del mapa.
Sin embargo, los politólogos conocedores de la zona aseguran que la minoría kurda de Siria jamás estuvo involucrada en los operativos militares o actos de violencia llevados a cabo por sus correligionarios del PKK turco. No es este el parecer del Gobierno Erdogan, que no duda en tildar a la estructura militar kurdo-siria – las Unidades de Protección Popular (YPG) – de… organización terrorista. Para los pobladores del Kurdistán sirio, la llegada de las tropas turcas equivale, pues, al preludio a una muerte anunciada. Lógicamente, los kurdos tratan de iniciar un acercamiento coyuntural con el Gobierno de Damasco. El tirano al Assad parece haberse convertido en el interlocutor más… idóneo.
Primera consecuencia: Damasco ha podido desplegar rápidamente tropas en el norte del país, región que había estado fuera de su control durante años. Las fuerzas de Ankara no dudaron en abrir fuego contra los soldados sirios. Por su parte, los rusos se ofrecieron a organizar patrullas ruso–turcas en la zona tapón que separa los dos ejércitos. Es la primera vez que unidades de un país miembro de la OTAN participan en una misión conjunta con militares rusos. Obviamente, la noticia provocó el desconcierto, cuando no la ira de los estrategas de la Alianza Atlántica.
Sabido es que el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan pretende utilizar la zona de seguridad creada en el Noreste de Siria para repatriar (la palabra no parece ser la más adecuada) a alrededor de dos millones de refugiados de origen sirio asilados en su país. Ante las protestas de algunos políticos europeos, quienes estiman que Ankara pretende llevar a cabo un operativo de deportación forzosa, las autoridades turcas esgrimen la amenaza de abrir sus fronteras con… al Unión Europea. Ante la perspectiva de una invasión humanitaria, los eurócratas optan por acallar las críticas.
Conviene señalar que la presencia de un cuerpo expedicionario turco en la región septentrional de Siria ha sido acogida con preocupación por el Gobierno de Damasco. Las relaciones turco-sirias han sido y siguen siendo muy densas. A la frustración primitiva, generada por el delusorio reparto territorial establecido por el Pacto Sykes – Picot tras la caída del Imperio Otomano, se sumaron algunos litigios, como por ejemplo el aprovechamiento de los recursos del río Eúfrates y por último, aunque no menos importante, por el supremacismo de la doctrina neootomanista ideada por el equipo de Erdogan.
Cabe suponer que en los próximos años los destinos de Siria estarán en manos de Rusia, Turquía e Irán, países con intereses divergentes que aprovecharán al máximo el vacío creado por la precipitada e inoportuna retirada de Norteamérica. Pero como Donald Trump es tan impredecible…