Es verano de 2014 y en algún lugar de la Red alguien teclea: «¡Vamos a quemar España!» seguido de INTRO. Un dato que sólo ocupa unos pocos bits desaparece entre routers y servidores como tal. Transcurridos unos días un adolescente es retenido en un aeropuerto español. Alguien interceptó el mensaje eco-terrorista. Y el sistema se puso en marcha. En su equipaje entre toallas, playeras, bañadores y una caja de preservativos encontraron un tablet con fotos de sus antiguas barbacoas.
¿Conocen la paradoja de las tarjetas de contactos? Consiste en pensar: «Cuanto más tarjetas de visita coleccione podré hacer más negocios», que traducido, puede reformularse: «Cuantos más datos abarque más control tengo». Quizá sea verdad si alguien entiende que la Red es el producto de su propia cuantificación. Esta será la medida de su paradoja, aumentar la población de obsesivos-compulsivos… los terapeutas lo agradecerán.
De la misma manera, Glenn Greenwald (el periodista que filtró los datos de Snowden) ha alzado el banderín de salida de las apuestas sobre ciber-espionaje. También William Hill (la casa de apuestas) se lo agradecerá. El volumen de la hipocresía se disfraza de Estado, y cada cual desde y por sus servicios de espionaje. Pero la Red des-territorializa los argumentos para convertirlos en signo de los tiempos. El internet de estas cosas se ha convertido en el internet de tantas cosas… y de las lecturas y variopintas interpretaciones del juego de cifras y datos, que son el dispendio de las informaciones, sólo hay datos, en muchos casos. Ian Fleming describiría el rostro indefinible de su nuevo superagente, como una especie de amalgama racial sobre una composición variable de espacios impredecibles, para abundamiento de todas las distintas informaciones posibles, las sabidas, las consabidas y las no-sabidas.
Ahora recuerdo aquellos arduos ejercicios escolares, cuando para demostrar que se estaba en edad escolar, teníamos que memorizar datos (que hayan pasado a mejor vida semejantes torturas para obsesivos) con el fin pseudo-metodológico o pseudo-pedagógico de saber dictar a otros lo que no se entendía. Debo de haber probado el agua del río Leteo que como los antiguos griegos creían, era necesidad beber el agua de este río del hades para poder reencarnarse y así olvidar las pasadas vidas. Nadie debe de ser ni suficientemente ni totalmente omnisciente.
Los mejores ejercicios mnemotécnicos son los azarosos de los espías, tomar ristras de datos y dar la réplica perfecta. Pero necesitamos entender. Entendámosnos.
Nuestros datos no son nada sin sus grafos. Si conocen algo de la Teoría de Grafos sabrán que es un buen recurso para los que cultivan ese bello arte de hacer mapas y saben utilizar los colores necesarios para que entre países limítrofes no se coloree de igual manera y haya gresca porque un color es más chillón que otro. Dejando estas cuestiones entre y sobre vecinos y vecindades, es necesario comenzar a entender qué o quiénes son los conectores y quién o cuáles son los nodos. Nuestra cultura antropomórfica nos hizo representar a un dios con forma de hombre, de la misma manera que en el Área 51 diseñan el imaginario social sobre extraterrestres que usan de pies y de manos a la manera de Steven Spielberg. Así, convencidos de la importancia vital y cósmica de nuestra morfología creemos que todo suceso es el detalle tanto de la composición humana como de sus creencias.
El aumento de la complejidad nos llevará algún día a entender la simplicidad del grafo sobre tres características: holístico (cíclico y forma conjuntos), fractal (es subdivisible) y recurrente (entendiendo su trazabilidad). Pero de momento nos seguiremos sumergiendo en aquellas piscinas de tarjetas postales donde en sugerentes programas televisivos del S.XX concursaba la supuesta inocencia del azafato o azafata de turno al echar al aire unas manotadas de tarjetas y cazar al vuelo una. Parece que salió premiada nuestra amiga Angela Merkel.