Niños inseguros con miedo al fracaso; niños consentidos con todo satisfecho; niños queridos, desde luego, pero frágiles; niños que no saben tomar decisiones; niños dependientes, niños criados en la burbuja material. Esos son los niños sobreprotegidos, los adolescentes frustrados, los que llegan a depender para siempre y acaban siendo víctimas de su propio fracaso: el de afrontar la vida desde donde sucede.
Llega el verano y les colmamos de bienes. Un regalo por haber aprobado, las supervacaciones en la costa o el crucero de turno. A ver quién tiene el mejor móvil, una tableta de última generación o el ordenador de 3.000 euros; eso para abrir boca. Niños que todo lo tienen, todo lo material, todo lo que les sirve para competir con sus iguales. Puede que no tengan que llevarse a la boca, pero tienen un móvil algo más que adecuado.
Todo esto que se llama sobreprotección comienza cuando nacen. No tener la luz encendida, gritar para que los padres acudan o ser unos auténticos tiranos, es lo que hace que luego sean adolescentes conflictivos que busquen otras emociones en la droga, o en experiencias que les aporten algo más. No haber recibido un no por respuesta hace que, posteriormente, en la vida, todo sea un sí, y eso, es parte de la vida. La frustración no existe para ellos y su tolerancia hacia ella es nula.
Poner límites, trabajar las emociones y enseñarles a vivir sin miedo a afrontar la vida es el mejor regalo que se le puede hacer a un hijo. La resolución de conflictos desde la más temprana edad hasta la forma en la que empatizan con sus iguales son carencias que llevan al menor a crecer con la autoestima baja. Hay que saber vivir con las emociones negativas, con la idea de que no todo se puede tener, porque si se tiene todo realmente nunca se va a estar satisfecho.
¿Por qué no sabemos afrontar que un hijo puede sufrir? No hablamos de enfermedades porque estas llegan sin preverlo, o quizá, también. Saber afrontar la vida es asumir que a lo mejor no se va a tener salud por alguna circunstancia, pero realmente estamos hablando de asumir dificultades; las mínimas, esas que nos causan un dolor que nos impacta. Si no aprendemos a gestionar la frustración, no aprenderemos a ir viviendo conforme suceden los problemas, porque vivir es un problema si hablamos de pequeñas cuestiones. Que no nos hayan aceptado en la universidad no es un problema, es una circunstancia; que no nos hayamos aprobado con peor nota, no es un problema, es una circunstancia; y así una batería de cuestiones que nos hacen comprender que en el día a día no todo se puede comprar, no todo se puede tener, no todo nos pertenece.
Desde aprender a dormir solo cuando se es un bebé, hasta saber comer solo con un año, son cuestiones que son de vital importancia para que el niño crezca sano. No saber dormir sin ruido, con la luz encendida o con la tele puesta, hará que el niño tenga dependencia de todo y de todos. Que aprenda a comer si la tele no solo es útil a la hora de manejar los tiempos, el control de los impulsos, la espera, la obligatoriedad de comer, etc. etc.
Niños que, finalmente, no tienen normas ni límites que les haga controlar los tiempos, las circunstancias, los impulsos, los problemas, el devenir; en definitiva, la vida. Cuando nada tiene, cuando no tiene sentido la vida, viene el suicidio; el necesario suicidio porque no sabemos seguir. Luego le echamos la culpa al empedrado cuando todo ha terminado y acabamos culpando a alguien; el problema nace y muere en los padres, esos educadores que sobreprotegen por dar excesivo amor o un amor poco adecuado. El niño nace y aprende, entonces, no a los dos, ni a los siete, ni a los diez años.
Todo empieza cuando nace; nada más y nada menos.