La gran escritora y poeta mexicana sor Juana Inés de la Cruz murió un 17 de abril de 1695, a causa de una epidemia que azotó la ciudad de México, mientras atendía a los enfermos en el Convento de San Jerónimo.
Le rendimos tributo a los 325 años de su muerte, tan dolorosa como lo fuera la situación en la urbe de la Nueva España, en el siglo XVII, durante la epidemia llamada tabardillo o tifus.
Su vasta obra, que abarcó poesía, teatro y prosa, la coloca en un sitial especial dentro de la literatura barroca del Nuevo Mundo y de la literatura hispana. Su espíritu independiente y ansioso de conocimiento inspiró posteriormente a las mujeres latinoaméricas.
Sor Juana estaba dedicada a las labores religiosas, habiendo abandonado sus estudios e investigaciones, cuando cayó enferma por la peste, tuvo fiebres durante tres días y murió el 17 de abril, a las cuatro de la mañana, cuando tenía algo más de cuarenta años. La enterraron en el mismo convento y fue otro científico y escritor, Carlos Siguenza y Góngora, quien hiciera las honras fúnebres.
Hay una lápida en el convento donde fue sepultada y en 1978, al hacerse algunas excavaciones, encontraron una osamenta que se supone era de la célebre monja.
En 1992, se creó el Premio de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz, como fuente de inspiración para las nuevas generaciones de escritores y escritoras.
Mientras yo vivía en México, visité el convento que se encuentra en el llamado Centro Histórico, pero en época de Sor Juana estaba en la periferia del Zócalo, el Palacio Virreinal y la Catedral.
El convento es un bello edificio colonial, en el que actualmente funciona la Universidad del Claustro de Sor Juana Inés de la Cruz. La celda de la monja, que da al gran patio, se presenta como un pequeño apartamento, con una sala donde se encontraba su estudio y biblioteca, un cuarto, baño y una cocina; la celda es parte del claustro y se integra a las oficinas del centro académico.
El convento tiene dos patios, uno de ellos, más pequeño, es el patio de las rosas, que sor Juana cuidaba con especial esmero. Sor Juana, tenía una asistente y atendía la administración del convento; luego, se dedicaba a su literatura y lecturas, incluso recibía visitas.
Tuve el privilegio, mientras viví en México, de asistir al curso de Octavio Paz en el Colegio de México, sobre Sor Juana, curso que dio origen al libro “Sor Juana, las trampas de la fé”.
Paz analizó, en esas clases magistrales, la vida y obra de la poetisa. No hay seguridad con respecto a su fecha de nacimiento, se considera un 12 de noviembre entre 1648 y 1651, pero sí hay certeza en cuanto a su muerte.
Paz, recuerdo que nos comentó que, posiblemente, al perder sor Juana los favores de la corte, tener presión de parte de la iglesia y al separarse de su vida intelectual, sintió, de alguna manera, una muerte espiritual, anterior a su muerte física, acaecida pocos años después.
Mi inquietud por conocer la ruta de sor Juana me llevó hasta su lugar de nacimiento, San Miguel Nepantla, en la región del Chalco, Estado de México. En 1995, se inauguró el Centro Cultural Sor Juana Inés de la Cruz, donde está la casa, protegida con una estructura; de la casa se conserva: la cocina, y el cuarto de Sor Juana, que curiosamente se llama La Celda. En el museo adjunto pueden verse documentos, muebles y cuadros de la época.
Sus padres se separaron, aunque parece que nunca estuvieron casados, es probable que fuera hija ilegítima. Por varias razones, apenas niña fue a vivir a Amecameca, donde el abuelo tenía una hacienda, la Hacienda de Panoayan, hoy Museo Sor Juana Inés de la Cruz.
Nos dirigimos al pueblo de Amecameca, llegamos cuando había un animado Tianguis o Mercado, porque el pueblo, desde los tiempos de sor Juana, fue y continúa siendo un importante centro rural y agrícola.
A pocos pasos se encuentra la Hacienda, muy bien conservada, hoy museo y lugar de recreación. Según me comentara la guía, sor Juana vivió allí, entre los tres y los ocoho años, periodo que fueron un regalo para la niña por la biblioteca de su abuelo, donde leyó los clásicos griegos y latinos. A muy corta edad, Juana aprendió a leer y también aprendió nahuatl con los indios de la hacienda.
A la muerte del abuelo, vivió en casa de una tia materna, en la capital de México. Sor Juana deseaba entrar en la Universidad vestida de hombre, ya que en aquella época no asistían mujeres, pero sus familiares se lo impidieron y en 1664 ingresa en la Corte del virrey Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera y conoce a la virreina Leonor de Carreto, quien será amiga y mecenas.
El bello Palacio que se encuentra en el Zócalo de la capital fue el ámbito donde sor Juana pasó su adolescencia, aprendiendo y siendo a su vez valorada por su inteligencia. Al no querer casarse, el confesor de los virreyes, padre Nuñez de Miranda, le propuso entrar en una orden religiosa, y después de un intento fallido, ingresó en la orden de San Jerónimo donde permaneció hasta su muerte.
Gran parte de su obra fue concebida con el apoyo de los virreyes, primero, el virrey de Mancera y su esposa doña Leonor; luego la protegerán los nuevos virreyes, especialmente la virreina María Luisa Manrique de Lara y Gonzaga, quien será su amiga, le encomendará varias obras, y se llevará a España los textos de la monja para imprimirlos, dándole fama internacional.
Para sor Juana fue una gran época creativa, escribe varios autos sacramentales, escribe comedias, entre ellas Los empeños de una casa y Amor es más laberinto. Villancicos religiosos, textos en prosa y poemas, entre ellos Primero sueño.
Hacia 1690, a raíz de fuertes críticas de parte de la Iglesia sobre su dedicación a la literatura mundana; escribió la carta Respuesta a Sor Filotea de la Cruz, donde defiende los derechos de la mujer a la educación y libre pensamiento.
A 325 años de su muerte, en plena epidemia; su inspirada voz poética ha logrado trascender el tiempo. Nadie olvida su redondilla:
“Hombres necios que acusáis
A la mujer sin razón,
Sin ver que sois la ocasión
De lo mismo que culpáis.”
Y tampoco se olvidan sus bellos poemas de amor:
“Détente, sombra de mi bien esquivo,
Imagen del hechizo que más quiero,
Bella ilusión por quien alegre muero.
Dulce ficción por quien penosa vivo.”