Relectura (imprescindible) de Antonio Lenguas, del Dos de Mayo y del barrio de Malasaña

Dedicado a mi hija Julia, nacida un 2 de mayo, y que se llama así por culpa de uno de mis hermanos, de Paco Ibáñez y del poeta José Agustín Goytisolo

Rogué que abrieran el Manuela sólo para mí cuando faltaba hora y media para la apertura del local.

Una joven muy amable, que limpiaba y ponía orden en ese café de la calle San Vicente Ferrer, me abrió. Pareció asumir mi necesidad anímica, mi urgencia. Y volvió a cerrar.

Me acomodé en la esquina donde figura la placa que lo recuerda, donde él (El Ausente), con su perfil labrado sobre el metal, también enarbola su copa de cerveza (o de vino, no recuerdo bien).

Pedí otra caña para mí, recreando así encuentros casuales del pasado. Entre los objetos perdidos en mi divorcio, sigo echando de menos a uno de sus zootropos. Me queda la sudadera de mi equipo de fútbol carabanchelero, que diseñamos a medias.

«¿Has visto a Lenguas?», era una frase habitual, iniciática, entre nosotros.

Gp4lw6SXwAABCbJ-1 Relectura (imprescindible) de Antonio Lenguas, del Dos de Mayo y del barrio de Malasaña
Antonio Lenguas impreso, cuando todas las imprentas hacían fotolitos y ruido, cuando los bares de aquel Malasaña (ya casi ignoto) producían risas y alboroto. .

Después hablábamos de la gente y de la cultura. Irremediablemente, había que citar a Antonio Lenguas. Imprescindible.

Luego, contemplábamos cómo discurría la vida por la calle.

Y no siempre venía Lenguas, claro.

Años después, en una de mis reencarnaciones parisinas, lo vi (al Ausente, no a Lenguas) de nuevo de repente, en la esquina de la barra del bar-librería La Belle Hortense (rue Vieille du Temple, barrio del Marais). Pepe Ortas estaba en un rincón parecido al suyo favorito del Manuela. No me lo podía creer. En aquellos días, era mi bar favorito en París: por los vinos, por sus libros y porque tiene la Rayuela de Julio Cortázar dibujada en el suelo.

Ese día yo había llevado a La Belle Hortense a Víctor Díaz (quien se había fugado de una cárcel de Pinochet después de intentar matarlo) para que se reencontrara con Hernán Toro, ambos chilenos de Santiago. Los conocía a los dos. No se veían desde la infancia y yo conocía a uno por el trabajo común, al otro por ser el ilustre encargado de La Belle Hortense. Ninguno sabía que el otro residía también en París.

Fue un doble-doble encuentro repentino (Víctor Díaz con Hernán Toro, Paco Audije con Pepe Ortas) que terminó como el rosario de la aurora, al alba del día siguiente. Dos alegrías en una y un tumulto unificado de borrachos.

Paloma, la mía (Lenguas, no la tuya), estuvo en varias de aquellas batallas del Marais y otros frentes del París postmitterrandiano… Suena un fondo sonoro de Chicho Sánchez Ferlosio o de RenaudEt entendre ton rire qui lézarde les murs/Qui sait surtout guérir mes blessures… »)

El caso es que él, El Ausente, vuela ahora en globo a la altura de las nubes, por encima de todos nosotros, cada vez que caminamos por las calles del barrio de Malasaña. Lo intuía desde antes de conocerlo, cuando tras llegar a Madrid en 1969, aún adolescente, iba a otro bar de la calle La Palma, de cuyo nombre no me acuerdo. Allí estaba la sede de mi club de atletismo (la A.D. Maratón), donde hablábamos de carreras (nada de running, ni runners, ni esas bobadas) y hacíamos un boletín ciclostilado en una multicopista de uso medianamente subversivo.

Todo por la amistad, la camaradería y para curar heridas. Lo deja claro Antonio Lenguas en su pequeño gran libro El volumen de tu vacío, a-crónica del barrio vivo, Malasaña. Un texto anterior a la pandemia, que me tomé tiempo para leer con cuidado. Como puede comprobar el lector, años para dejar aquí constancia de esa lectura valiosa.

Sí, aquel día me entró la urgencia de volver al Manuela, donde no pude estar (cuando instalaron la placa en el rincón preferido de Pepe Ortas) por estar trabajando en el mismo París en el que se produjo aquel reencuentro famoso en el barrio de Marais.

Entonces, El Ausente restauraba el teatrillo del guiñol de los Campos Elíseos. Iba cada cierto número de meses a repintarlo todo. No sé si pagaba el ayuntamiento parisino, la verdad.

Se trata de un teatrillo de marionetas que pertenece al corazón de París y que existe desde 1818, año de la batalla del cerro mexicano de Barrabás.

Gp7XI79XYAAcnCL-1 Relectura (imprescindible) de Antonio Lenguas, del Dos de Mayo y del barrio de Malasaña

Pepe Ortas (El Ausente) se quedaba en casa de otro camarada de aventuras parisinas (y de vez en cuando malasañeras), José Luis González, quien era precisamente responsable y animador de los guiñoles más significados de París y de su escenario principal en el Rond-Point de los Campos Elíseos.

Gp4o21iWAAAluyt-1-1 Relectura (imprescindible) de Antonio Lenguas, del Dos de Mayo y del barrio de Malasaña

Guardo otro librillo titulado Le marchand de coups de bâton (El comerciante de los estacazos), editado en París dentro de la colección Seuil jeunesse, impreso en 2003. Fue el año en el que perdimos a Pepe Ortas, que fue el ilustrador de esa versión de los estacazos guiñolescos escrita en francés por José Luis González.

En París, José Luis y yo nos encontrábamos de repente en bares de barrios distintos. En el Marais, nuestro reencuentro (siempre imprevisto) podía tener lugar en La Belle Hortense o en el rincón de una calle de nombre singular (rue du Bourg Tibourg), en un bar de vinos y restaurante con nombre precioso, Le Coude Fou (ay, ya cerrado). 

También en un clásico de la hostelería de aquel barrio, Jo Goldenberg, que regentaba un señor judío superviviente de Auschwitz, donde perecieran familiares suyos.

La primera vez que fuimos allí juntos, aquel hombre me invitó, como a los cuatro o cinco españoles que iban con José Luis. Todos eran descendientes del exilio, republicanos irredentos y pícaros al modo de Lazarillo. El único que tenía un salario decente era yo mismo. Pero nadie quiso que pagara nada.

Captura-de-pantalla-2025-05-01-a-las-13.23.52-900x608 Relectura (imprescindible) de Antonio Lenguas, del Dos de Mayo y del barrio de Malasaña

Volví en otra ocasión con el mismo grupo y me dijeron que tampoco pagara porque monsieur Goldenberg estaba contento de invitar (casi siempre) a aquellos hijos de republicanos españoles que también habían pasado por los campos de exterminio como su propia familia.

Al final, dejé de acompañarles porque me daba vergüenza no pagar en el establecimiento de aquel hombre amable, que dispensaba delicatessen (salmones noruegos, falafel, charcutería especial, etcétera), siempre regado con vino tinto.

El día que enterraron a Roger Ibáñez, el hermano del juglar Paco Ibáñez, todo aquel grupo lazaríllico, y otros más, como Alejandro, autor de libros sobre la historia del erotismo, esperábamos la hora del entierro tomando cognac auténtico en La Liberté, lugar mítico de citas del París español y republicano. Se encuentra entre la estación y el cementerio de Montparnasse. De repente, entre el jolgorio del bar previo al entierro, alguien salió a la puerta a fumar y dijo: «¡Hostias, que está entrando Paco con el séquito!».

Se produjo un alboroto para pagar rápido y todos a la vez, entre la alarma de los camareros que los conocían a todos. El entierro mismo fue filmado por el equipo de TVE, creo que fue el bueno de Cristian Valdés, con el que me encontraba yo aquella jornada laboral. Luego, los editores de los telediarios consideraron que la figura de Roger (también Rogelio) no merecía una cita, porque no era apenas conocido en España; aunque llegara a trabajar con Luis Buñuel.

Pocos días más tarde, le pasé una copia de las imágenes a Paco Ibáñez en la famosa brasería La Coupole, donde el tumulto suele ser también habitual, pero más fino.

De modo que entrar en el Manuela y volver a ponerme en el rincón junto a la placa de Pepe Ortas, me resitúa con él, con José Luis y con Antonio Lenguas, sin que llegue a saber si estoy en el Marais, en Montparnasse o en Malasaña o en cualquier alcornocal.

En una ocasión, los del programa Jara y Sedal, de TVE, con el gran reportero Marcelo Illán dirigiendo el cotarro, me contaron que un guarda forestal de un bosque soriano les había salido de repente en un camino para preguntarles si me conocían. Era el desdentado Miguel Ángel (conocido como El Cómic), que formó parte de la ácrata banda malasañera, en la que tuve siempre el honor de ser aceptado.

En realidad, mi integración entre ese grupo tuvo lugar inicialmente por mi trabajo de periodista, entonces en una publicación sindical de enseñantes que se llamó La Tiza, donde yo tenía que hacer de todo, excepto la maqueta, diseño y dibujos que hacía Lenguas. Por ejemplo, en el número de mayo de 1981, tuve que escribir seis páginas y media (de 36) de temas diversos (doble página sobre el sistema educativo en Francia, un análisis del Primero de Mayo, una extensa reseña de una conferencia sobre educación en el Club Siglo XXI, la situación de penuria en el campo andaluz y una columna crítica habitual, que no siempre me tocaba a mí).

Firmaba con mi nombre, mis iniciales o mediante dos pseudónimos. Tenía que hacerlo y ocuparme de la coordinación general y de la producción del periódico, primero mensual, después quincenal. Buena parte se cocía en bares de Malasaña y en el ya desaparecido bar Gavíria (plaza de Tirso de Molina, 5).

Figuraba como redactor-jefe. Con frecuencia, tenía que buscar a Lenguas por los bares del barrio para ver si era posible ya tener de una puñetera vez su maqueta y las ilustraciones, antes de hacer los fotolitos recién cocidos en la Fotomecánica Fuguet (calle de San Bernardo, 82), junto al domicilio del artista. Uf, no sé quien sabe ya qué era aquel viejo mundo de las publicaciones impresas. ¿Cómo, qué es un fotolito?

GqadwROXQAA67On-1 Relectura (imprescindible) de Antonio Lenguas, del Dos de Mayo y del barrio de Malasaña

A veces, imprimíamos la revista (luego, en formato de periódico diario) en una imprenta cercana al Rastro, en la de Hijos de E. Minuesa, que fuera la decimonónica Imprenta Central de los Ferrocarriles (fundada en 1848), donde Lenguas practicaba la diplomacia con el gerente, de apellido Moriñigo, un clásico que llevaba manguitos para proteger las mangas de sus elegantes camisas. Mientras, yo hablaba y conspiraba con una estupenda compañera sindicalista llamada Olga.

En otro tiempo, la impresión se ejecutó en Guadalajara, en la Imprenta Cosol (polígono industrial El Balconcillo). Y ya en las últimas etapas de La Tiza, en la imprenta de El Adelantado de Segovia, adonde iba yo –alguna vez que otra venía Lenguas también– para dar el visto bueno a la impresión… y para cargar los paquetes con los ejemplares que había que descargar más tarde en la sede del sindicato UCSTE en la plaza de Tirso de Molina.

Si tenía que ir solo, pues Lenguas tenía más imprentas y publicaciones que atender, él estaba luego esperándome con frecuencia con Pepe en Casa Camacho (calle San Andrés) o en El Pico (calle Divino Pastor), donde otro viejo ácrata, creo que se llamaba Rafael, contó una detención por un asunto banal y se extrañó de que en la comisaría le recordaran otro asunto menor (un atraco a mano armada) de hacía treinta años: «¡Coño, qué memoria tenéis!», respondió a los maderos con gran admiración intelectual.

Buena parte de eso, aunque no todo, está en El volumen de tu vacío, subtitulado A-crónica del barrio vivo, Malasaña, donde Antonio Lenguas recrea magnífica –entrañablemente– la vieja tribu malasañera. Un libro de 70 páginas que merecería reedición. O por lo menos, relectura, ya que fue publicado en 2019, justo antes del año de la pandemia. Lo sugiero justo en este mundo,  en está época, en estos días, en los que todo ha ido (digitalmente) a peor.

Por cierto, lo digo hoy 30 de abril de 2025, cuando empiezan los días de fiesta de Malasaña.

Es curioso, pero la caricatura de Pepe en la contraportada es exactamente el Pepe Ortas que me encontré en La Belle Hortense, donde Lenguas no pudo estar. Pasan por esas páginas Wyoming y el Reverendo, las tabernas y tiendas de ultramarinos (la de Enrique y Pili), el policía amigo, que luego fue trasladado a la comisaría de Leganitos, a quien un día pidió Lenguas, el autor confeso (¡qué vergüenza!), que no le saludara «en los bares si iba con otros compañeros de uniforme».

Porque dice Lenguas que Ricardo, el poli amigo, era «intelectual y escritor sensible y comprometido». Cita también a otros policías que escuchaban pretextos de otros detenidos por resistencia a la autoridad, ruido y alboroto en el barrio, que empezaban sus alegaciones de inocencia con las palabras «¡Piensen ustedes que nosotros… !», a lo que uno de los agentes contestó: «¡Alto ahí!, pensar, pensar… Si todos pensáramos, todos seríamos filósofos».

Creo que varios fantasmas, de Ortas, de Lenguas y hasta de un servidor, siguen –seguimos– recorriendo aquellos lugares. Pepe también diseñaba zootropos (sic) y camisetas de equipos de fútbol, como el de los Gremlins que hicimos (a medias) para el equipo de mi banda de bandarras de Carabanchel (Miguel Soria, Nica Rodríguez, Jacinto Cortijo, etcétera).  

Malasaña fue el barrio de las Maravillas (leed también a la entrañable Rosa Chacel), donde siguen paseándose los espíritus de Chicho Sánchez Ferlosio (leía y comentaba El País a voces en un bar del Dos de Mayo, hasta que se hartó), Rafa Chirbes (que estuvo conmigo y con Lenguas en la revista Saida), Agustín García Calvo (que llevaba un foulard francés el día en el que asistí a una de sus clases en latín), Ceesepe, la banda de Moebius, el loro que se paseaba a hombros de Ramón, Paco Almazán (ladrón de la gabardina de Lenguas), Amanda (argentina, psicoanalista y exiliada), los ratones del Maragato, Moncho Alpuente, mis amigos iraníes que llamaban a París desde una cabina que incautaban gratis, de noche, en la glorieta de San Bernardo, para hablar con Bani Sadr (que luego sería presidente y que después huyó del ayatolá Jomeini en un avión).

Por allí, pasaron también la devastación de la droga, los choques con los fachas que venían desde la calle Mejía Lequerica para romper los cristales del Café Comercial, los tráficos ilegales de todo tipo y la circulación malsana que iba hasta la calle de la Montera, más abajo, donde todo era ya absolutamente sombrío sin más.

Queda en mi memoria el King Creole (adonde iba con mi banda carabanchelera), donde dejaban entrar a los de la chupa de cuero como nosotros, y también El Cangrejero, que aún hoy mantiene su gesto de señor de capital de provincias, adonde a veces –años más tarde– volví a ir con mis queridos amigos Germi y Luisa.

Ahora, poco a poco, todo se va llenando de comidas (antiguamente) exóticas y de los puñeteros outlets. Sin embargo, sea, vale, el barrio sigue mereciendo la pena y uno continúa pidiendo asilo político en lugares como la librería Tipos Infames, donde nos encontramos con gente como Mo y Darío Adanti (revista Mongolia), que expone allí sus obras y que está obligado por la ley a viajar de vez en cuando a Barcelona para explicarle a un juez un chiste suyo…  Debería darle lecciones de peronismo, que Darío sabe mucho de eso y tiene más que ver con su última obra, singular siempre y tan merecedora de estudio como el próximo cónclave de los cardenales en el Vaticano.

Lenguas escribió de otro modo lo que cantó Santiago Auserón, aquello de:

Malasaña, Dos de Mayo,
Poco importa de qué año,
Para ser republicano
No hace falta que te pongas
Banderitas en la mano.
La república es la calle y el universo del barrio.

Malasaña, Dos de Mayo
Poco importa de qué año.
No hace falta que te cuente
Lo que pasa algún diario
Lo que pasa es que a la gente
Le resulta indiferente
La vida del millonario.

Malasaña, Dos de Mayo.
Poco importa de qué año
Se montó aquí la de Dios,
Por rocanrol y por tangos,
Por Desengaño y La Palma
Y por Espíritu Santo
Que te lo diga Juan Perro
Si quieres certificarlo.

Nuestro buen Lenguas lo resume así en sus obras completas:

Gp3ECMrXsAAZs03-2 Relectura (imprescindible) de Antonio Lenguas, del Dos de Mayo y del barrio de Malasaña
Pepe Ortas, según Antonio Lenguas.

«Jubilados, comunistas que fueron vencidos y anarquistas resistentes, carteristas y buscavidas, roqueros, hippies y punkys, fachas, algunos residentes y otros visitantes, más bien de caza, pijos, curiosos, pijos reciclados a modernos… Tenderos, comerciantes, menestrales, algún director de banco y los maderos. Secretas, estupas, chivatos e inspectores. Empresarios de relativo postín que alternan en El Puerto por el marisco y en el Cabreira por la carne…»

Lenguas sigue por ahí, con sus cosas, y yo también. Nos hemos citado el lunes para beber por Pepe Ortas y por otros ausentes, varios y variopintos, por los desaparecidos y hasta por los tecnofílicos, que creen saberlo todo porque están todo el puto día botoneando en su móvil. Maldita sea su estampa.

Paco Audije
Periodista. Fue colaborador del diario Hoy (Extremadura, España) en 1975/76. Trabajó en el Departamento Extranjero del Banco Hispano Americano (1972-1980). Hasta 1984, colaboró en varias publicaciones de información general. En Televisión Española (1984-2008), siete años como corresponsal en Francia. Cubrió la actualidad en diversos países europeos, así como varios conflictos internacionales (Argelia, Albania, Kosovo, India e Irlanda del Norte, sobre todo). En la Federación Internacional de Periodistas ha sido miembro del Presidium del Congreso de la FIP/IFJ (Moscú, 2007); Secretario General Adjunto (Bruselas, 2008-2010); consejero del Comité Director de la Federación Europea de Periodistas FEP/EFJ (2013-2016); y del Comité Ejecutivo de la FIP/IFJ (2010-2013 y 2016-2022). Doce años corresponsal del diario francófono belga "La Libre Belgique" (2010-2022).

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí
Captcha verification failed!
La puntuación de usuario de captcha falló. ¡por favor contáctenos!

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.