El canadiense Atom Egoyan, cliente fiel de los mejores festivales internacionales, es un director al que los cinéfilos esperamos siempre con respeto, desde que hizo películas tan brillantes como «Exótica» o «El viaje de Felicia».
Su última película presentada aquí en la competición oficial es «Los condenados», que ha ha provocado decepción en la proyección para la prensa.
El guión está basado en un conocido error judicial cometido en los Estados Unidos en 1993. Tras el horrible asesinato de tres niños en Memphis, tres jóvenes del lugar, aficionados al trash metal y a la indumentaria gótica, fueron acusados, detenidos y condenados a cadena perpetua. La acusación afirmó falsamente que eran miembros de una secta satánica. El caso sigue sin estar resuelto hoy en día, pese a que muchas son las pruebas que muestran la falsa investigación policial y jurídica del caso.
Desde las primeras imágenes «Condenados» nos lleva con eficacia a esa atmósfera muy propia de las películas de Egoyan, en donde el drama de la desaparición de los niños se anuncia a través de una aparente calma. Sigue a continuación el dolor de los padres, la detención de los sospechosos, el proceso injusto y fabricado contra ellos, y la investigación de un detective privado que busca restablecer la verdad. Egoyan se centra sobre todo en el personaje de la madre de uno de los niños que empieza a dudar de la versión oficial de los hechos. El personaje frío y poco expresivo del detective resulta poco convincente. La combinación de todos esos elementos resulta reiterativa, en sus 114 minutos de metraje, el relato se dispersa en varias direcciones y el resultado es desigual.
El título original en inglés es «Devil’s knot», el lugar en donde fueron brutalmente asesinados los tres niños, pero en España se distribuye con el título de «Condenados» que resume bien el sentido de un proceso en el que el veredicto estaba dictado de antemano.
Club sandwich
México está presente en la competición oficial de San Sebastián con «Club sandwich» de Fernando Eimbcke, jóven cineasta que vimos por vez primera en la semana de la crítica del festival de Cannes, en 2004, con una simpática ópera prima en blanco y negro «Temporada de patos». Su segundo largo fue «Lake Tahoe» 2008, presentada en el festival de Berlín.
Con «Club sandwich» prosigue ahora Eimbcke su exploración de un cine minimalista, con pocos medios y bastante humor. Una realización deliberadamente contenida en la que la cámara parece más observar a sus personajes a través de una ventana, que filmarlos en su acción. Paloma, madre soltera y su hijo Hector, un adolescente, pasan unos días de vacaciones en un balneario de Oaxaca.
Su ocio, su complicidad y su intimidad son observadas por Eimbcke como si no pasara nada, hasta que la llegada de una jovencita, Jazmin, que despierta la sexualidad del muchacho, va a alterar el humor de la madre al ver que el chico escapa a su control. Los adolescentes que ha escogido Eimbcke para su película son más bien regordetes, de físico muy común y nada románticos, una opción que añade ironía y humor a esta historia filmada con esmerados encuadres.
En el guión inicial existían algunas escenas festivas, con más acción, pero finalmente Eimbcke decidió cortarlas y reducir los diálogos acentuando así los silencios y las tensiones de sus largos planos secuencia, tanto en las escenas entre la madre y el hijo, donde juega con la promiscuidad de sus cuerpos desnudos, en el cuarto del hotel o en la playa, o en las escenas entre los adolescentes que intentan escapar a la vigilancia y a la mirada de los padres.
El humor negro funciona bien y da a su comedia un logrado tono patético. Aunque el guión resulta quizás demasiado mínimo para llevarse una Concha de oro, la película de Fernando Eimbcke podría sin embargo, por sus cualidades cinematográficas, figurar en el Palmarés final de esta 61 edición.