Querido Rafael:
Probablemente nunca sepas lo que has supuesto para los españoles ni para los jóvenes que se inician en el tenis. Tampoco quizá averigües nunca la magnitud de tus golpes; esos que te han hecho levantarte cuando no te ha ido bien; esos que han servido de ejemplo para las personas de a pie cuando la vida les ha parado de nuevo.
Lo verdaderamente cierto, es que para Rafael Nadal, para ti, para el joven de Manacor que habla en nombre de España; para el chico que no puede contener las lágrimas cuando suena el himno del país que representa, nada sucede sin esfuerzo. Tus manos permanecerán para siempre en el museo Pompidou pero tus gestos estárán en la memoria de muchas personas que te imitan.
No ha habido derrota sino derrotas; no ha habido duelo, sino duelos; todos los años te has levantado una vez más ante la magnitud del escenario que te esperaba; ora un torneo, ora otro. Y no es que seas el mejor, es que eres muy grande. La grandeza de tu tenis no está en las jugadas sino en la maestría con la que le das a cada persona lo que le corresponde.
No miras quién es ni cómo se llama. Te detienes con la sencillez de la genialidad y con el deseo de que otra persona te pida algo por pequeño que sea; porque por encima de todo, tus valores hablan de ti. La educación que has recibido ha implicado saber decir la palabra justa, seguir en los momentos complicados y tender la mano al que te ha ganado. Todo un ejemplo de vida para todos los que te vemos y enmudecemos con tu forma de ser.
Será la undécima pero vendrán más, y eso no cambiará al Nadal que todos recordamos para siempre. No hablamos de tenis, ni de leyendas, ni siquiera de deporte. Hablamos quizá de los otros valores que con sensibilidad, acierto y mucho amor, has transmitido a lo largo de tu inmensa carrera a las personas que te ven partido tras partido, año tras año…
Solamente podemos darte las gracias. Y esas gracias, implican que nos quitamos el sombrero ante la magnitud de tus actos, ante tu juego único y ante lo mucho que nos has entregado a cada uno de nosotros cuando hemos caído alguna vez.
En tu «vamos» siempre he encontrado la única motivación para seguir; al menos yo lo reconozco en estas letras y va conmigo siempre.
Nadal, gracias.