Hace rato que el pueblo venezolano se puso a caminar por esta tierra y la sintió propia. Pueblo que tuvo que enfrentar la dura segunda etapa de la dictadura perezjimenista (1952-58) y, en los años subsiguientes de gobiernos puntofijistas, se pronunció y descubrió que su palabra es indestructible porque la sustenta la legitimidad de quien se compromete a erguirse sobre la contrariedad.
Somos un pueblo que aún reconociendo su responsabilidad en la permanencia de ciertas raíces voraces, es capaz de levantarse tempranito en la vida y comenzar a arrancar mala hierba en un afán de ¡ya no más!
En este andar de pueblo en armas (de fuego de pólvora o ideológico pero siempre fuego patrio) la plástica, el teatro, la arquitectura, la filosofía, la poesía, narrativa, el ejercicio periodístico son operaciones guerrilleras de servicio público.
Para la construcción de una justicia social integral es precisa la vivencia integral del mundo artístico y el oído presto a escuchar hasta el más silencioso de los gritos que clama desde el chao, la montaña o el liceo reclamos de dignidad.
Así, la palabra convertida en acción, la acción hecha aprendizaje en la vida de Argimiro Gabaldón (15 de julio 1919 – 13 de diciembre 1964) se constituye en rosa de los vientos que jamás caduca, marca el rumbo y devela el horizonte hacia donde caminar. “(…) Yo hablo, hablo siempre para que mis palabras hablen por mi después que muera”.
Prosa comprometida, vida poética. Fusil y pincel enarbolados simultáneamente.
Compromiso por la vida toda
“Somos la alegría y la vida en tremenda lucha contra la tristeza y la muerte”, diría Chimiro quien supo del campo y su gente dispersa, empobrecida, mal instruida, mal alimentada, desasistida. Techo de paja o zinc; manos encallecidas; rostros tostados de sol y viento; paisajes dispuestos para una acuarela, caminos ocres abriéndose a la utopía se plasmaron en su obra pictórica tales como “La borrasca”, “Quebrada ahogamula” o “El árbol de la vida”. Cuadros docentes, maestros para el pueblo que se reconoció en ellos y se dispuso a transformar esa realidad ofrecida en el espejo de una pintura, animándole a construir una patria mejor.
Versos y cantos. Coplas y corríos. “Universo”y “No permitas que tu dolor se esconda”, por ejemplo, son fuego cruzado de rimas apuradas para llegar a tiempo a servir a su pueblo desde la condición de líder. Palabras que desde El Folleto, El Jobo o cualquier otro campamento fueron escritas para reflejar y difundir un conflicto bélico no reconocido, “emergerá del fuego un mundo diferente/ será el llanto detenido/ y dejará la sangre de correr asesinada/ se esparcirá la risa/ y los niños puros como pájaros/ en vuelo llenarán los parques con sus gritos”. Lucha desarrollada en inequidad de poder, equipamiento y despliegue militar.
El compromiso por la vida demostrado en cada uno de sus pasos motivó que sus restos mortales fueran trasladados al Panteón Nacional el 15 de julio de 2017. Desde entonces comparte sitio donde elevar esperanzas con el Libertador, Simón Bolívar.
Uso de fuerza y organización
La cultura de la vida amerita la aplicación de fuerza y uso de las armas (todas las disponibles) en su debido momento. No se trata de violencia cuando es respuesta a una agresión desmedida: «No soy un guerrero, nunca lo había pensado ser, amo la vida tranquila, pero si mi pueblo y mi patria necesitan guerreros, yo seré uno de ellos y este pueblo nuestro los ha parido por millones cuando los ha necesitado», así lo testificaría Chimiro.
Pero un guerrero solo no hace revoluciones. Necesita el colectivo, la visión gregaria de la comunidad, su organización y formación política. En esto el arte no es sólo método, es estrategia.
El Comandante Carache fue vida comprometida que dedicó su tiempo al encuentro del milagro cotidiano de la bondad. Vida empecinada en el poder popular asegurando el futuro que no será asesinado. Vida nunca sometida que se alzó en pie de esperanza, luchó con empeño e hizo de su existencia una duradera celebración.
Y es que ante la injusticia, la poesía no tiene otra opción ética que enguerrillarse.