El Consejo Constitucional del país ha “constatado” el miércoles 3 de abril de 2019 que la Presidencia de la República Argelina Democrática y Popular ha quedado vacante. A última hora del día anterior, Abdelaziz Bouteflika, vestido con una túnica tradicional (gandura), había entregado su carta de dimisión a Tayeb Belaiz, nombrado recientemente para su puesto por el mismo presidente dimisionario.
Tras comunicar la vacante al parlamento (Asamblea Nacional Popular, ANP), Abdelkader Bensalah, que es la persona que preside el Consejo de la Nación (Senado argelino) ha asumido provisionalmente el cargo de presidente del país durante un período máximo de tres meses. En ese trimestre tendrán que celebrarse unas nuevas elecciones generales. Legalmente, Bensalah, que pertenece al núcleo duro del régimen actual, no puede ser candidato.
Poco antes, diversas informaciones señalaron que el expresidente Liamine Zéroual (exgeneral también) había rechazado una propuesta para impulsar su hipotético retorno al poder. En el encuentro clave con Zéroual, habrían participado el exjefe de los servicios secretos Mohamed Mediène (conocido como Toufik), apartado del poder en 2015, y Said Bouteflika, hermano del recién dimitido.
Hubo un doble desmentido de Toufik y del expresidente. El hecho mismo de que Zéroual se viera obligado a sacar una nota aclaratoria -no exenta de ambigüedad respecto a Said Bouteflika– demuestra cierta tensión interna en el seno de las fuerzas armadas dirigidas por el general Ahmed Gaid Salah, jefe del Estado Mayor y, formalmente, viceministro de Defensa. Un cargo que Gaid Salah mantiene en el gabinete del primer ministro Noureddine Bedoui. Se trata de un nuevo gobierno del que apenas se ha hablado, como si no tuviera ninguna importancia; y que es el último firmado por Abdelaziz Bouteflika, justo antes de dimitir. El diario El Watan ha resumido la situación con un titular preciso: “Bouteflika se va con fondo de tensión en el ejército”.
Podría ser que una parte descontenta de los militares, o algunos representantes significados entre ellos, no habían descartado encontrar otra salida. Habría sido distinta a la aceptada por Gaid Salah y seguramente pactando con el clan familiar de los Bouteflika, debilitado hoy pero reforzado durante años de proximidad “protectora” al viejo presidente enfermo de manera prolongada.
Por el momento, la cúpula militar oficial y los manifestantes tienen bazas que intercambiar. Y el ejército tiene una salida constitucional que ofrecer -que no es poco- sin quebrar completamente los equilibrios de los últimos años.
Tras ver la precaria imagen –de mala calidad- de la dimisión del presidente, los manifestantes volvieron a las calles de Argel antes de medianoche. Simultáneamente, otra figura del régimen, Ali Haddad, quien ha sido presidente del Foro de Jefes de Empresa, la gran patronal de Argelia, era conducido ante el Tribunal de Bir Mourad Raïs, en la capital. Ha sido encarcelado en la prisión de El Harrach, acusado de corrupción. Durante los últimos tiempos, Haddad ha sido un personaje cercano a Said Bouteflika, hermano “protector” del presidente dimitido por la presión, primero de la calle, y después del mismo general Gaid Salah, quien se pronunció públicamente dos veces por la aplicación del artículo 102 de la Constitución que prevé los casos habilitados para incapacitar al presidente del país.
Esos pronunciamientos del Jefe del Estado Mayor tuvieron lugar en medio de la continuidad de las manifestaciones y con la “máquina de los rumores” –siempre potente en Argel- funcionando al máximo: falsos comunicados de la presidencia rápidamente desmentidos; afirmaciones de que vehículos de la gendarmería patrullaban ya las mayores avenidas, pronto desmentidas por grupos de jóvenes que salieron de inmediato a las calles; o también rumores que afirmaban que la radio pública estaba rodeada por un fuerte dispositivo de fuerzas de seguridad. Afortunadamente, ese imaginario de un golpe de Estado no se confirmó. Todo era mentira.
Según mi experiencia de aquel país, si hay un pueblo preparado para difundir, tratar y triturar de inmediato las noticias falsas, ése es el pueblo argelino. Históricamente, Argelia ha inventado conceptos como el de la radio-trottoir (la radio de las aceras) o el de téléphone arabe: viejos mecanismos populares mediante los cuales todo se difunde a la velocidad de la luz -por una especie de boca a boca electrizante- sin que nadie llegue a creérselo del todo a pies juntillas. Un reflejo nacido en la lucha por la independencia que fue muy desarrollado más tarde por el hábito de enfrentarse diariamente, durante más de medio siglo, a un régimen muy opaco, en el que las luchas de los clanes del poder se expresaban casi siempre únicamente con claves que les son propias. El hecho es que ha sido la calle quien ha terminado con Bouteflika. Y ésa era la primera reivindicación del movimiento popular.
El ejército ha dado la vuelta a su posición inicial y se ha reposicionado con la vista puesta en la multitudinaria contestación callejera. ¿Quien lo habría pensado en enero? Desde ese punto de vista, la dimisión de Bouteflika aparece como un compromiso negociado con dificultad. La dimisión presidencial evita, además, que Abdelaziz Bouteflika tenga la salida deshonrosa que habría supuesto para él la aplicación del artículo 102 de la Constitución.
Y eso ha sucedido eludiendo el vacío institucional, con un gobierno sin poderes evidentes; pero constituido formalmente y con cierta apariencia de gobierno “técnico”, donde el Jefe del Estado Mayor sigue presente como viceministro de Defensa.
Es evidente que cae el clan Bouteflika, no todos los clanes de poder. Todavía está por ver quien pierde más peso. Por ahora, es difícil acertar con el grupo o la personalidad principal que vaya a conducir el vehículo de la transición. ¿Servirán los cambios visibles para calmar las reivindicaciones de la calle? Al menos, un esbozo de proceso constitucional está ya planteado. ¿Será suficiente para los manifestantes? Está por ver. Los argelinos se manifiestan desde hace semanas con la idea fija de lograr una verdadera transición democrática, más allá de los partidos parlamentarios habituales (incluyendo a varios de oposición). Y eso sobrepasa el cambio de personalidades o de colores en el entramado institucional actual.