El fotógrafo y cámara británico Sebastian Rich ha trabajado en temas de actualidad durante más de 30 años. Después de entrar en Independent Televisión News (ITN) en 1980, cubrió algunas de las historias de actualidad más importantes del mundo para después continuar su carrera profesional como autónomo. Con los años, también ha pasado tiempo centrándose en cuestiones humanitarias, y este año ha empezado a colaborar con ACNUR en África y Estados Unidos.
Esta fue su experiencia, contada por él mismo, en un campo de refugiados:
“Tengo tatuajes, quizá demasiados. Pero las dudas sobre mi decisión de tatuarme tanto desaparecen en cualquier campo de refugiados del mundo. Niños de muchas culturas nunca han visto tatuajes y ver a un fotógrafo grande, con mangas arremangadas, cubierto con dibujos de mariposas, flores y delfines, les intriga y despierta en sus ojos inocentes una alegre curiosidad.
Durante unos minutos, cuando fotografío y juego con los niños pequeños, éstos se olvidan de los horrores que les trajeron aquí y se quedan intrigados por los tatuajes. Los más valientes me tocan el brazo y salen corriendo, para volver luego con cuidado y con una gran sonrisa. Entonces empieza; todos se ríen a la vez y a mi intérprete le bombardean con cientos de preguntas sobre mis tatuajes, a medida que sus sonrisas se van ampliando.
Hace poco, en un campo de refugiados en el condado de Maban, en Sudán del Sur, una niña de unos 7 años me siguió mientras hacía fotos de escenas cotidianas. De vez en cuando, una mano pequeña y suave me cogía cariñosamente por la muñeca. Bajaba la vista y la encontraba observando algunas de mis mariposas. Le pregunté a mi intérprete Mohammad por lo que decía la niña, a lo que entonces me contestó: No es nada Sebastián, sólo tonterías de niños.
Insistí y al final, Mohammad, un poco avergonzado, me respondió: “Está diciendo que el campo está tan sucio y con tanto polvo que querría coger las mariposas de tus brazos y metérselas en los bolsillos para que sus alas siguieran limpias y suaves”.
Entonces me detuve. He visto mucho horror durante mi carrera como fotógrafo y en gran medida, afortunadamente como mecanismo de autoprotección, lo he sabido filtrar. Sin embargo, la inocencia de esta niña hizo que mi mundo se derrumbara durante unos minutos.
Esa noche en el campo, mientras editaba las fotos, me vino a la cabeza que nunca había dado seguimiento a historias de refugiados. Las agencias de noticias en general nunca quieren conocer la otra cara de la moneda, que serían historias de éxito o de vidas nuevas; no son imágenes dramáticas de la muerte, del hambre y del miedo.
¿Pero es eso todo lo que queremos saber? ¿Por qué no se hace referencia a las cosas buenas? Tristemente, soy parte del problema. Durante años, he fotografiado el horror y el infierno porque sé que eso es lo que la gente demanda. Es triste, pero es así.
Durante los últimos días, ACNUR me ha dado la oportunidad de fotografiar a refugiados reasentados en Estados Unidos, en Louisville, Kentucky, y en Charlotte, Carolina del Norte. Ha sido un verdadero placer capturar las imágenes de vidas nuevas y emocionantes, de gente que aún está por descubrir… de Myanmar, butaneses, vietnamitas, afganos, somalíes, congoleños, iraquíes y pakistaníes. La lista es casi interminable en Estados Unidos, el país que cuenta con un mayor número de refugiados reasentados del mundo.
Desde el piloto del Vietnam del Sur que ahora ayuda a otros refugiados y que lleva en Kentucky 30 años, hasta un refugiado recién llegado de la República Democrática del Congo que lleva en Charlotte, Carolina del Norte, apenas unas semanas. Ninguna de las fotos muestra escenas dramáticas. De hecho, es todo lo contrario: Se trata de escenas y rituales de la vida cotidiana. La historia detrás de estas imágenes es una historia sobre la felicidad y el sentimiento sobrecogedor que implica el lograr la verdadera libertad en un país nuevo.
Para mí esta semana me ha servido para cerrar el círculo; para ver la otra cara de la moneda, cuando las esperanzas se hacen realidad y la vida cobra otro sentido, vivir sin miedo. Estos pensamientos a menudo no se pueden llegar a entender desde un campo de refugiados.
Estas historias me han convertido en una persona de alguna manera menos cínica y me han demostrado que existe gente buena capaz de hacer felices a otros y de ofrecerles un lugar seguro. Por este motivo, agradezco enormemente el trabajo de ACNUR y de sus colaboradores.
Siento que ahora podría llegar a ser, a lo mejor, parte de la solución y no del problema. Además, mis tatuajes no causan la misma impresión en Estados Unidos”.