Construido una noche de agosto de 1961 y derrumbado otra noche de noviembre de 1989, el Muro de Berlín fue durante veintiocho años el símbolo de una Europa partida en dos por el telón de acero.
Sin embargo, solo se necesitaron unas pocas horas para que el «muro de la vergüenza» desapareciera cuando, adelantándose a los acontecimientos, el portavoz del Partido Socialista Unificado, en el poder en la República Democrática Alemana, anunció en rueda de prensa que los ciudadanos de la Alemania del Este podían salir libremente del país.
Era la noche del 9 de noviembre de 1098. A partir de las 02:00 horas, miles de berlineses se precipitaron entonces hacia el Muro, sorprendiendo a los guardias fronterizos y abriendo brechas. El Muro, que había divido la ciudad y también el país entero, terminó convertido en montones de piedras y cemento coloreado que acabarían vendiéndose como souvenirs en todos los mercadillos y las plazas del mundo. Poco después, sería el comunismo soviético el que se precipitaría en una caída imparable.
Como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, Berlín, hasta entonces capital de Alemania, se convirtió en zona de ocupación cuatripartita: Reino Unido, Francia, Estados Unidos y Rusia se repartieron la ciudad, estableciendo un juego de fronteras y territorios ocupados, con diferentes regímenes.
El reportero ucraniano Yevgeni Khaldei fotografió el 21 de mayo de 1945 a un soldado colocando la bandera soviética en el techo del Reichstag, la cámara legislativa alemana. Después, la zona oeste fue evolucionando en clave occidental en territorio comunista, una situación con la que quiso acabar Stalin, fracasando en el intento.
El 24 de junio de 1948 Stalin estableció un bloqueo en torno a Berlín, como señal de protesta por la fusión de las tres zonas occidentales que, argumentó, violaba los acuerdos de Postdam. Los occidentales instalan inmediatamente un puente aéreo para enviar alimentos y otros puntos de la ciudad, que permaneció bloqueada durante un año. A partir de 1958, durante la «guerra fría», Khrushchev intentó poner fin a esa presencia «imperialista», proponiendo que Berlín oeste fuera una zona libre y neutral.
Por su parte, la República Democrática Alemana (RDA), creada por el bloque del Este, tenía que enfrentarse a la huída de sus habitantes hacia la República Federal Alemana (RFA), a través de Berlín oeste. Tras un encuentro infructuoso con John Fitzgerald Kennedy en mayo de 1961, Khrushchev tomó la decisión de levantar un muro de separación entre la zona soviética y la occidental.
En la noche del sábado 12 al domingo 13 de agosto de 1961, en la RDA se empezaron a colocar alambradas y levantar una pared de cemento de más de cuarenta kilómetros en Berlín, entre la zona de ocupación soviética y la de ocupación occidental. Prohibiendo la libre circulación entre las partes de la ciudad, los soviéticos intentaban frenar la sangría de ciudadanos del este hacia el oeste. La construcción primitiva, bastante sumaria, fue posteriormente reforzada con otro muro interior y varias trincheras.
Kennedy reaccionó enviando 1500 militares para reforzar la vigilancia de Berlín oeste. Tras un enfrentamiento que no llegó a mayores entre tanques soviéticos y americanos, que se estuvieron mirando cara a cara durante varias horas separados por quince kilómetros el 27 de octubre de aquel año en el Checkpoint Charlie –el «punto de control C, Charlie» la letra C en el alfabeto fonético militar, uno de los puestos fronterizos situado en la Friedrichstrase–, se consiguió un statu quo en un clima de coexistencia pacífica entre las dos grandes potencias de la Guerra Fría, un clima de fuertes tensiones, siempre contenidas para evitar el estallido de otro conflicto armado: si en algo estaban todos de acuerdo era en que la guerra de 1939-1945 había sido el último conflicto armado europeo.
El 3 de octubre de 1990, a medianoche, los alemanes celebraron la reunificación, mediante un tratado, ratificado por todos los países que habían mantenido intereses diversos en la zona dividida. En Berlín, cientos de miles de personas entonaron el Himno de la Quinta Sinfonía de Beethoven –que desde entonces se considera el himno europeo y ha proporcionado generosos ingresos a Miguel Ríos, pues fue el primero en grabarlo– agitando banderas con los colores rojo, amarillo y negro. Ocho meses más tarde, el 20 de junio de 1991, los parlamentarios alemanes se pronunciaron a favor de devolver a Berlín la capitalidad, restaurar el palacio del Reichstag, que los nazis incendiaron en 1933, y convertirlo en su sede oficial (Bundestag).