Roberto Cataldi¹
Hace poco un intelectual amigo que vive en Europa y sigue de cerca las idas y venidas de las turbulencias de las distintas sociedades de América Latina me preguntaba si era posible una Primavera Latinoamericana. Estimo que ante el panorama existencial que se está viviendo en gran parte de América Latina y el Caribe, cabe la pregunta.
En efecto, podríamos estar en los prolegómenos de una primavera, en consonancia con las protestas, movimientos sociales y desobediencias civiles que día a día se producen en otras regiones del planeta. Sin embargo tengo mis dudas, quizá porque he vivido buena parte de la historia de postguerra y he visto las otras primaveras que acontecieron durante el siglo en curso y terminaron en gélidos inviernos.
De las primaveras del siglo pasado tengo información veraz e incluso he dialogado con algunos protagonistas. Creo que uno de los mayores problemas culturales de los pueblos es la contaminación política de la historia que termina por falsificarla.
La desigualdad fue, ha sido y es una constante en la historia de la humanidad, tal vez hoy debamos hablar de una nueva narrativa de la desigualdad.
Quisiera ser optimista, alentar un cambio sustancial, pero no puedo, como dice el refrán: un escéptico suele ser un optimista bien informado.
A mucha gente le agrada que la primavera represente la resurrección de la vida. Como ser, el Renacimiento, manifestación profundamente italiana, fue la primavera del mundo moderno. Y en la mitología egipcia, Osiris más conocido por ser el dios de los difuntos, antes fue un ser mortal que gobernó sabiamente, siendo bondadoso al ayudar a los pueblos, de allí que simbolizó la resurrección. Sin embargo su hermano Seth lo envidiaba y planeó asesinarlo. En la vida siempre hay alguien que nos envidia y no tiene reparos éticos en traicionarnos. Según Plutarco, Seth ayudado por setenta y dos conspiradores, invitaron a Osiris a un banquete, lograron meterlo en un cofre y lo sellaron para que no pudiese respirar. Pero luego su mujer Isis concibió a Horus, quien terminó luchando contra su tío Seth y recuperó el trono de Egipto.
De esta historia se desprende que toda primavera suele ser traicionada, porque los que tienen fuertes intereses en mantener el status quo jamás permiten la resurrección, en el mejor de los casos y frente al peligro aceptan un cambio gatopardista, pero sistemáticamente apelan a cualquier método difamatorio, ruin o criminal, pues, les importa el fin.
En el continente americano, no sólo en la porción latinoamericana como mucha gente desinformada cree, secularmente se viven situaciones absurdas como normales y, una y otra vez se reproduce la dialéctica del amo y el esclavo, de un extremo al otro del continente. Los escándalos de corrupción están a la orden del día y sirven para derribar gobiernos, pero en las urnas se diluyen, al punto que muchos pensamos cómo es posible que los pueblos sigan votando a quienes les mienten.
Cualquier conocedor de la historia de los Estados Unidos sabe que cuando Trump dice “hacer América grande otra vez” está incurriendo en una falsificación e idealización de la historia de ese país, sin embargo a sus seguidores les agrada, aunque vivan mal. Que cualquier ciudadano ignore aquellas ideas u opiniones que le son incómodas es algo natural y forma parte de sus derechos.
Claro que cuando se trata de un político o un gobernante la situación es muy diferente, sin embargo Bolsonaro y Trump vetan a los periodistas que les incomodan, López Obrador fustiga a aquellos medios que lo desaprueban, y podría seguir con los ejemplos. Cuando la prensa intenta mostrar la realidad con datos fehacientes que enfadan al gobierno, la acusan de conspirar contra la democracia. Y esto va de la mano de la creciente intolerancia que anida en muchos ciudadanos de a pie que no aceptan que se cuestione sus ideas, incluso niegan las evidencias más palmarias.
Después de la desgarradora experiencia de las dictaduras militares que azotaron esta parte del continente, no sin el consentimiento del todopoderoso Departamento de Estado, la vuelta a los regímenes democráticos fue una gran esperanza y, hasta se dijo que los militares no volverían jamás al poder, como colofón se usó la frase ¡Nunca Más! En fin, los seres humanos a menudo confundimos nuestros deseos con la realidad, es muy humano. Pero hoy existe la sensación de que los militares nunca se fueron…
La conflictividad social en la región es abigarrada y disímil. América Latina no es una unidad como se la percibe desde afuera, nunca lo fue. Cada sector lucha por realidades muy diferentes, como el color de la piel, la tendencia sexual, la religión, el acceso a una vida digna, la defensa de los privilegios de cuna, la evasión fiscal, entre otros temas.
La lucha por la propia libertad o la privacidad mucho tiene que ver con el contexto social y cultural, las condiciones económicas y el medio político. Si uno no tiene acceso al agua potable, a servicios sanitarios, a una adecuada asistencia médica para sí y su familia, o a poder cumplir con las tres comidas diarias, la defensa de la libertad de expresión o de la privacidad puede no tener mucho sentido, ya que llega a parecer algo abstracto o demasiado ideal, porque en el fondo se trata de cubrir las necesidades vitales.
En América Latina se viven crisis existenciales, como en otros lugares. Hoy son muchos los obreros desocupados, pero también es alarmante la cantidad de universitarios desempleados. Cada región tiene una problemática que afecta la convivencia
Yo soy de los que opinan que es necesario crear “consensos mínimos” para comenzar a resolver los grandes problemas. Pero hoy las reglas o procedimientos establecidos que se consideran legítimos van por un lado, y los actores por otro, quienes sólo se apegan a las reglas de juego si advierten que éstas los favorecen.
Cuando la sociedad descree del sistema político como acontece en América Latina cuya corrupción es alarmante, hay gente que sale a la calle y comienza a organizarse a espaldas del sistema y, ya no es un cambio coyuntural sino estructural.
Los abusos también tienen sus límites, mucha gente protesta porque no tiene nada que perder, el sistema la privó de todo. En consecuencia el nihilismo se convierte en una nota social dominante.
Fernando Vallespin dice, “contra el desencantamiento con la democracia no suele haber terapias”. Y es cierto, pero el problema no es la democracia en sí, sino la manipulación desvergonzada y perversa que se hace de ella. En la medida que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres más pobres y miserables no habrá solución, solo violencia, resentimiento y un caldo de cultivo para los oportunistas.
Mientras el ciudadano medio lucha por sobrevivir en base a su trabajo, el capital financiero se multiplica exponencialmente sin esfuerzo. Desde ya que quien es rico no debería ser castigado si es honesto, pero no sería la regla. Mientras tanto a la población vulnerable se le ofrece el negocio de los subterfugios, como las drogas o el alcohol. El último siempre fue el antidepresivo más barato y bajo sus efectos en el mundo mueren tres millones de personas por año, datos de la Organización Mundial de la Salud.
Los moralistas, que suelen hablar desde las alturas y con tono admonitorio (para algo son moralistas), dirán que todo es obra del vicio, pero los médicos que vemos enfermos a diario y dialogamos con ellos, sabemos que es obra del fracaso personal.
Como decía Ayn Rand, autora preferida de las élites conservadoras, “El hombre existe para su propio bien y debe buscar su felicidad, no debe sacrificarse por los otros ni sacrificar a los otros por él”. Ella siempre admiró a los creadores de ganancias y despreció a los débiles, sin embargo esta filósofa “objetivista”, para tratar su cáncer de pulmón (era una empedernida fumadora) aceptó que la inscribiesen en la Seguridad Social y Medicare.
En América Latina se gobierna y se hace política a golpes de efecto, se buscan simbolismos y liturgias que cuando prenden en ciertos sectores de la población se convierten en perennes, a los argentinos nos sobra experiencia. La líbido está puesta en la estrategia electoralista, la gobernanza es secundaria. En lo que atañe al Bien común, depende en general de lo que puede obtener a cambio el que lo hace.
Pertenezco a la generación setentista, que tuvo muchos sueños a los que apostar, hoy ya no… Los jóvenes llevan en su interior la rebeldía, siempre fue así, por eso hay que entenderlos y no reprimirlos, sobre todo cuando sus planteos son correctos.
Qué responder a esos chicos veinteañeros que dicen que desde su nacimiento solo conocieron la austeridad (fenómeno cada vez más difundido) y que no vislumbran un futuro. Pues bien, nacieron en el momento equivocado. El estado de bienestar hace rato que está en franca retirada, las ayudas genuinas desaparecen (menos las que se usan para el clientelismo político), la vivienda es una quimera, la educación gratuita se torna más limitada y de dudosa calidad, la salud es un gasto y no una inversión, y la justicia nunca fue creíble.
Claro que también están los jóvenes que hoy constituyen la vanguardia contra el cambio climático, quienes parecen haber perdido la paciencia ante la hipocresía de una industria depredadora y voraz. En fin, debo reconocer que mi generación no vivió esta realidad, los problemas eran otros, muy diferentes.
Las clases dirigentes de América Latina no tienen conciencia de situación, carecen de la capacidad para analizar los riesgos y fijar las prioridades aun en situaciones extremas, porque su situación de privilegio les nubla la visión y creen que todo seguirá siempre así…
También lo creyó el Antiguo Régimen y el Zarismo, entre otros. Los cambios son necesarios pero deben tener un rumbo inteligente. A veces las masas no tienen claro hacia donde las conduce su líder y, el mesianismo en la región es una lacra. Lo triste es que muchos no se dan cuenta que tanto los líderes de la derecha como los de la izquierda solo buscan el poder, esa es su meta obsesiva, más allá de que coincidan en prometer lo mismo. A los grandes hombres se los mide o clasifica por sus obras, no por sus promesas, puestas en escena o relato marketinero como el que debemos soportar día tras día.
En muchas regiones del planeta se vive entre la ignorancia y la desmemoria, y ya no depende de si el individuo tiene o no estudios superiores. Ninguna universidad otorga el sentido común. John Kenneth Galbraith decía que nada es tan admirable en política como la mala memoria.
- Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)