Tal vez sea oportuno dejar que los bemoles impregnen el pentagrama. La vida no es siempre un Sol Mayor. También los Si pueden ser menores o sostenidos a duras penas en el alma.
El pasado 1° de febrero llegó trinando en un gorjeo de Ernesto Villegas, Ministro del Poder Popular para la Cultura en Venezuela, la conmovedora noticia: “No, no morirá nunca. Vive sonreído para siempre en los colores de su música y en el testimonio de una vida vivida para cantarla. Gloria eterna al maestro Adelis Fréitez, fundador de Carota, ñema y tajá, portento musical del estado Lara y de su Patria Venezuela”.
Los poetas no creen en pajaritos preñados: los preñan para creer en ellos. No quedan solamente los recuerdos de las acciones, también las canciones son testimonio de la historia mientras se corta en rodajas una, o una docena de cebollas dependiendo de la magnitud de la necesidad de llanto encebollado. Y es que la realidad es la más intensa de las emociones. Sabemos que la vida es finita pero con qué gusto quisiéramos perpetuarla: “Eterna vida… fugaz como una estrella amanecida/ si apenas hemos llegado y ya vamos de salida”1
Vivir para cantarla: vivencias y canciones
Adelis Freitez nació el 9 de mayo de 1943 en el colonial pueblo de Cuara, estado Lara, Venezuela, asentamiento fundado por los Welser al recibir el beneficio de la Corona Española para participar en el poblamiento del territorio conquistado. Según escribe Fréitez en su autobiografía, “A Cuara le dicen la tierra de la matraca, porque desde la época de la Colonia hasta muy entrado el siglo pasado, en tiempos de Semana Santa usaban una matraca2 en sustitución de las campanas para llamar a los feligreses a la misa”.
Fue creciendo entre juegos tradicionales como las metras, el yoyo, las escondidas, la garrapata, el trompo y los papagayos. Aprendió las primeras letras leyendo Suplementos y a amar la lectura con Rómulo Gallegos, Gabriel García Márquez, Miguel Otero Silva, José Rafael Pocaterra entre otros autores. El cantar se le sembró en el espíritu escuchando corríos mexicanos, a Pedro Infante y José Alfredo Jiménez en una vieja radio, y las décimas que recitaba su abuelo: “Yo que soy solo un retoño/ del huerto donde sembró sus anhelos/ esta es mi promesa, abuelo/ que recogeré del suelo/ la semilla de su amor/ y que haré un surco en la tierra/ para que nazca una flor/ y no se borre su huella”.3
Luego de un breve paso por una Escuela de Artes Plásticas y otra de Música, estudió en las ciudades de Barquisimeto y Caracas donde conoció a Chelique Sarabia quien “me ayudó a conseguirme conmigo mismo y a descubrir esta condición de escribidor de canciones, y con mis queridas canciones encontré el camino auténtico de la vida”.4
A partir de ese momento Adelis Fréitez se convirtió en un “escribidor de canciones”. En 1981 fundó el conjunto musical Carota, Ñema y Tajá5 con el cual grabó más de doscientas canciones en diecisiete discos. Pasajes, corríos, sones de negros, danzas, golpe larense, guarañas se entretejen en su amplio repertorio donde obras como, “Acidito”, “Los dos gavilanes”, “El cardenalito” han sido grabados, además, por artistas como Isalis, Raúl Monje y Danny Rivera, respectivamente.
Curarse de espantos
La infancia de Adelis Fréitez transcurrió en otra población larense llamada Lomas de Las Cuibas. Las vivencias de esos tiempos fueron inspiración para algunas de sus obras más jocosas y de gran arraigo cultural: “Era un muerto sin cabeza/ sin pantalón ni camisa/ con las manos en los bolsillos/ y una macabra sonrisa/ Tenía los ojos pelaos/ tenía el bigote chorreao/ tenía los pelos paraos / tenía la barba pa´ trás/ y bailaba este merengue/ sabroso, así, de medio lao/ Y bailaba este merengue/ con este ritmo atravesao”.6
Quienes hemos vivido en el campo debemos enfrentar el temor que nos infunden los mayores con sus cuentos tenebrosos; cuentos con los que buscan jugarse con nuestros miedos e inhibir escapatorias noctámbulas. Para curarnos de esos sustos, a algunos (y este es mi caso) se nos obliga a dormir entre las tumbas de los cementerios rurales; otros, (y es el caso del Maestro Fréitez) lo sublimizan en un canto.
Al contrario de lo que se rumora, el terror no deambula por la amplia llanura ni se deja ver cual celaje en lúgubres caserones abandonados: habita en tu pecho. El espanto crece mientras imaginas sus efectos nefastos. No aparece: permanece a tu lado siempre; no puedes verlo bien sea porque el cerebro tiene percepción selectiva o porque se coloca justo en el punto ciego de tu ojo, pero allí está. Te sigue a donde quiera que vayas. Sopla su gélido aliento sobre tu nuca removiendo cada fibra de tu cuerpo; eriza tus vellos, estremece tus articulaciones.
Los seres malditos se reflejan en el espejo cuando levantas el rostro tras enjuagarte el insomnio queriendo lavar los restos de pesadillas que se aferran a tu carne y la penetran cual cilicio. El espectro de tu difunta calma te recuerda las traiciones, olvidos y deslealtades. Apaga las velas cuando quieres ponerte al día con las promesas descuidadas; alarga sus macabros brazos hasta alcanzarte. Muerde, rasguña, quema.
Los lamentos desgarradores de quien heriste se escapan de ultramundo confundiéndose con voces que te reclaman las improcedencias cometidas, te empujan hasta hacerte caer en el cieno de la inconsciencia como preámbulo de la locura. No hay serenidad. No hay sosiego. Sientes que te conviertes en obsidiana vomitada por volcán del infierno. El espanto es sino y signo de la cobardía.
Tratas de volver a la realidad increpando a tus fantasmas más ellos no te escuchan ocupados por ulular su burla de tu miedo. Rezas. Maldices. Quieres con gritos estentóreos poblar la soledad; no hay nadie quien te asista. Lloras implorando un beso humedecido con agua bendita y, entonces, el beso llega convertido en canto.
El canto como herramienta de lucha social
La composición musical debe ser un acorde constituido por tres notas que resuenan simultáneamente: pensar, sentir, actuar y… ¡Vivir para cantarla!, tal es el nombre de uno de sus discos.
Quien ha amado las cosas más sencillas, no puede ir de paso por la vida. Puede que se quede esperando en alguna nube del horizonte, o armándole el discurso a quienes tienen hambre o habitan aún en precarias condiciones, más jamás puede darse de baja: los poemas son siempre necesarios; el canto de Fréitez animó siempre las luchas sociales: “Tanto engañan a mi pueblo/ por honesto y por honrado/ que un día de estos ya verán/ que los pobres se alzarán/ con la justicia en la mano”7.
Cada vez que la poesía se vuelve alborada o una prosa resucita entre los escombros del dolor, valdría admitir que la soledad es buena para plasmar por escrito lo que se aprendió en colectivo, lo que le va dictando la gente, lo que nos demuestran en pueblos y barrios sobre los gestos culturales arraigados. Crítica que trastoca los valores establecidos renegando de las instituciones artísticas y de los salones e impulsa nuevas tendencias es la descarga de prueba de su osadía escribana: “De noche se escucha un grito en la montaña/ brota de las entrañas de la tierra/ Es un grito de lucha/ es un grito de guerra/ un grito que reclama libertad”.8
Cantar es tener una sonrisa prepago por la grata travesura que se planifica hacer; acicalarse para seducir a la persona amada; despedirse sin premura pero con firmeza de quienes nos han acompañado un trecho del camino; reconocer los errores y ausencias sabiendo que jamás podrán corregirse porque el mal ya está hecho pero que quienes sufren por sus consecuencias agradecen la humildad de la disculpa. Definitivamente, hay que seguir conspirando para construirnos un país de poesía y justicia.
Una no entiende qué fue a buscar el Maestro Fréitez por otros sitios. Pero en la distancia se intuye que somos un viejo y arrugado corazón compartido: estando en el lado ventricular necesitamos el auricular para latir, para vivir.
Don Adelis, ave de buen agüero, talismán o conjuro: no me perdone si le olvido.
- Adelis Fréitez, Canción sin nombre para la vida.
- Matraca, instrumento de madera con argollas laterales que al girar producen su ruido característico.
- Adelis Fréitez, El Abuelo.
- Adelis Fréitez, Vivir para cantarla: vivencias y canciones.
- Carota, Ñema y Tajá: en alusión a un plato típico venezolano compuesto por caraotas negras, huevo y plátano frito.
- Adelis Fréitez, El espanto.
- Adelis Fréitez, La Cruz Pelona.
- Adelis Fréitez, El grito de la montaña.
Pies de foto
Adelis Fréitez y el también cantautor Alí Alejandro Primera. 2019.