Desde el Gobierno nos dicen que estamos en estado de guerra sanitaria, pero el segundo discurso del presidente Macron, el 16 de marzo de 2020, se limita a anunciar sin nombrarlo el confinamiento absoluto de toda la población, cuando la situación en Francia es parecida a la que se vive en España o Italia.
Europa cierra sus fronteras y prueba que la política neoliberal de la Comisión de Bruselas se preocupa más por el estado de la Bolsa y del Cac 40 que por aplicar un verdadero plan Marshall sanitario y solidario con todas las poblaciones, incluidos esos emigrantes que huyen de guerras lejanas provocadas con el armamento vendido por los países desarrollados. Basta con mirar los resultados de la industria del armamento en cada país europeo para entenderlo.
La Europa de los veintisiete egoístas se tambalea, su sacrosanto dogma liberal sobre la deuda pública se volatiliza, las mentiras de los economistas liberales para justificar políticas de austeridad quedan al descubierto. En efecto, la situación es análoga a la de una guerra mundial. Las bolsas se derrumban, lo que no impide a los grandes patrones del CAC 40 seguir especulando y comprar acciones a la baja, que volverán a vender cuando acabe la crisis.
A este respecto les sugiero lean el Canard Enchainé de esta semana. El semanario satírico revela que, entre los especuladores en Francia, figuran: Bernard Arnault, patrón de LVMH; Sébastien Bazin, patrón del grupo Accor: la familia Peugeot, la familia Dassault, o la rama francesa de los Rothschild, entre otros. ¿Porqué el Estado no impide la especulación?
Personal sanitario: ¿Héroes o carne de cañón?
Mientras los amigos del presidente Macron sacan provecho en la Bolsa de esta crisis sanitaria, el jefe del Estado saluda pomposamente como héroes a los hombres y mujeres con blusa blanca que intentan salvar nuestras vidas. Prefiero el juramento de Hipócrates, al juramento de los hipócritas.
Los aplausos de la población desde los balcones han empezado también en Francia, están muy bien, son una nota de optimismo, pero me saben a poco, prefiero las caceroladas contra los responsables de esta crisis. Y prefiero sobre todo una ayuda de Estado masiva y urgente a la sanidad pública y a los servicios públicos. Reclamémosla desde los balcones, como lo hicimos antes en la calle. ¡Europa será social, generosa y solidaria, o no será!
Sin embargo, en el momento en que escribo esta crónica, las carencias y la falta de personal y de medios en el hospital público francés es flagrante. Tal es el resultado de una política presidencial de «No asistencia a hospital en peligro», cuyo personal se moviliza y lucha desde hace doce meses, sonando la alarma, ante el más absoluto desprecio del Gobierno y del presidente.
Los médicos, enfermeros, auxiliares sanitarios, farmacéuticos, son enviados al frente de esta guerra sanitaria, sin máscaras ni protección suficiente, sin medios a la altura de la situación en los hospitales públicos. La incuria y la incompetencia del gobierno es tan grande como su egoísmo y su desprecio por los que «no son nada».
Jean Paul Hamon, presidente de la federación de médicos de Francia, contaminado por el virus, denuncia la penuria de máscaras de protección y equipamiento sanitario y afirma (Le Parisien 19 de marzo): “Los médicos no somos carne de cañón”, ¡exacto! ni los médicos ni los enfermeros ni los auxiliares sanitarios y demás personal del hospital, ni muchos trabajadores en los más diversos sectores de la economía.
La salud de los trabajadores, prioridad absoluta
La falta de asistencia es general también en lo que concierne a los trabajadores en general, a todos aquellos que a diferencia de los «ejecutivos» o los que trabajan con un ordenador, no pueden hacer teletrabajo en casa. En las tiendas de comestibles, abiertas al público, en las obras públicas, en los supermercados, en las empresas como Amazon, o en las industrias, etc., los trabajadores no están protegidos con máscaras y guantes, mientras que el Gobierno les dice al personal sanitario que deben ir a trabajar.
Cabe recordar que, en plena crisis sanitaria, y tras haber asegurado que Francia estaba preparada para hacer frente a la epidemia, la entonces ministra de sanidad, Agnès Buzyn, abandonaba su cargo y se declaraba candidata a la alcaldía de París, con cálculos electorales para tapar el vacío creado por el escándalo sexual de Benjamin Griveaux.
Cabe recordar que, en plena crisis sanitaria, el Gobierno y el presidente prefirieron votar el 49,3 y amordazar la Asamblea nacional, para aprobar aceleradamente su proyecto de «pensiones por puntos», que dedicarse plenamente a proteger la salud de la población. No lo olvidaremos. El retraso en la respuesta a la epidemia es evidente en toda Francia y a la incuria se añade la improvisación.
En plena crisis sanitaria, la ministra de Trabajo Muriel Penicaud parece aun hoy más preocupada por la salud de las empresas que por proteger la vida de los trabajadores. El SAF, sindicato de abogados de Francia, le ha dirigido una carta abierta en la que reclama que la salud de los empleados sea preservada al igual que la de las empresas y sus accionistas, en estricta aplicación del código del trabajo.
Desplazarse lo menos posible, respetar las reglas de protección y salubridad, desarrollando la solidaridad en el seno de la población, es hoy una necesidad imperiosa frente a la epidemia. La salud de los trabajadores es una prioridad, antes que la salud de las empresas.