Periódicos de prestigio reflejaron estos días nuestra lamentable diferencia española, otrora marca turística.
Cuando nos preguntamos por qué solo en nuestro país se da una tan airada oposición política que, en lugar de apoyar al Gobierno en estas singulares y graves circunstancias, se dedica a propalar falacias y difamaciones, la respuesta podría estar en las nauseabundas notas vecinales que se han estampado ante los domicilios de personas que forman parte de la sanidad pública o de los supermercados que abastecen nuestras despensas.
Hay que ser muy mal bicho para decirle a quienes están haciendo tan importantes labor, con la vida y la salud en juego, que se busquen otro alojamiento para así evitar riesgos de contagio.
Por eso, dedicado a toda esa gentuza, nada mejor que copiar la respuesta que en sentido contrario han dado a sus vecinos y trabajadores en esos ámbitos quienes suscriben lo siguiente:
«A todos los que repudian la convivencia con médicos, enfermeros, auxilares, celadores, cajeros de supermercado, conductores, policías, bomberos, guardias civiles, etc., recordarles que no existe peor enfermedad que no tener corazón». Hay emoción y transmite emoción esa nota. Por contra, hay mucha necedad y mala baba en las notas de los repudiadores.
Resaltar las notas de apoyo al personal de riesgo sienta bien y sirve además de ejemplo para un mundo mejor. Provocan vómito las otras. Lo mismo me ocurre, en este caso, ante una oposición amotinada que no deja de cortejar a la muerte para hacer política.
Sirva de ilustración lo que la secretaria general del grupo parlamentario de la ultraderecha, cuyo nombre mancha, ha dicho: el Gobierno «social-comunista» está aplicando «eutanasias masivas de la manera más feroz».
Ponga el lector los calificativos que más cuadren a tal sujeta y al partido al que representa. Y la Fiscalía, que se ponga a trabajar porque esto es inadmisible.