Noticias falsas: los mayores de cincuenta son los mayores difusores

Un reciente artículo de dos profesores de psicología de la Universidad de Harvard afirma que los adultos de más de cincuenta años son responsables del ochenta por ciento de la difusión en Twitter de noticias falsas, y que los mayores de 65 las ven en Facebook siete veces más que los usuarios de menos edad, informa Roberto Losada Maestre¹ (IPS).

Según este estudio, podría ser la edad un factor relevante a la hora de predecir quiénes van a creer este tipo de fabulaciones, ya que los mayores son quienes más comparten, y de ese modo difunden, noticias falsas.

Los autores aclaran que, por supuesto, no es lo mismo compartir esas noticias que creerlas. Puede que quienes las compartan, sabiendo que lo son, persigan los mismos fines sociales o políticos que quienes las crearon. Pero no deja de llamar la atención que a mayor edad más vulnerable se sea a esta forma de engaño.

Tres son las explicaciones que se han dado para explicarlo, siendo la más común la que afirma que el paso del tiempo da lugar a deficiencias cognitivas que impiden que los mayores puedan distinguir con facilidad la verdad de la mentira.

Sin embargo, parece que son más relevantes otras dos: los cambios sociales y la falta de conocimiento sobre cómo funcionan las redes sociales.

1. Deficiencias cognitivas

Si se tienen más de 65 años es probable que ser víctima de la ilusión que hace aparecer como más verídico aquello que se repite con frecuencia, ya que exige un menor esfuerzo cognitivo. Pero en esto no se diferenciaría mucho de los jóvenes, así que no valdría para explicar por qué se puede ser víctima de las fake news con más facilidad.

En lo que sí se diferenciaría de los jóvenes es en que tiene una mayor facilidad para olvidar dónde leyó una noticia o de dónde le llegó la información. La consecuencia de esto es singular: la existencia de agencias u otros actores dedicados a comprobar la veracidad de las noticias no serviría de mucho. La etiqueta sobre la falsedad de una noticia se borraría de la memoria, pero el contenido de la noticia no.

Hay estudios que muestran que las personas mayores que ven repetidamente una información, aunque esté acompañada de una advertencia sobre su falta de veracidad, la acaban dando por cierta con el tiempo.

Para los profesores de Harvard, sin embargo, no todo son malas noticias para los mayores. Con el paso del tiempo, el conocimiento general adquirido es mayor, lo que les permitiría distinguir con precisión entre la verdad y la mentira.

A su vez, con la edad suele adquirirse la costumbre de adherirse a lo ya conocido, rechazando puntos de vista que contradicen lo que se sabe, impidiendo que las noticias falsas sean creídas incluso aunque estén elaboradas con esmero.

2. Cambios sociales

No parece, por tanto, que pueda achacarse el problema a deficiencias cognitivas, a pesar de que con el paso de los años se pierda cierta capacidad de reflexión y memoria. Parecen mucho más importantes las otras dos explicaciones. Un poco menos, es verdad, la que achaca el problema a los cambios sociales y afirma que la soledad de los mayores les lleva a compartir mayor cantidad de falsas noticias.

No son los mayores quienes más solos están, en esto les acompañan, por ejemplo, quienes se encuentran al final de la veintena. El problema parece radicar, más bien, en que al aumentar la edad también aumenta la confianza en los demás, lo que hace a los mayores más propensos a creer la información que proviene de fuentes dudosas.

Por si fuera poco, algunos mayores no son muy buenos detectando mentiras, especialmente si estas tienen su origen o son compartidas por conocidos o gente de una edad similar. Por el contrario, muchos son capaces de recordar mejor a quien una vez no fue sincero o digno de confianza, de modo que tendrá un mayor efecto calificar a alguien como mentiroso que ir desmontando cuidadosamente todas sus mentiras.

El motivo por el que se usan las redes sociales también resulta importante: los mayores no buscan incrementar su caudal de información, sino aumentar su contacto con otros, de modo que su preocupación no es precisamente la veracidad o precisión de lo que se comparte.

Es cierto que se estará más dispuesto a creer y compartir noticias falsas que confirman nuestra forma de ver el mundo o que encajan con nuestras ideas. Sin embargo, se ha demostrado que la creencia en este tipo de información fabricada no se debe tanto a motivos sociales o propósitos ideológicos y sí a la pereza del pensamiento. Pero los mayores son menos perezosos que los más jóvenes: el razonamiento analítico se incrementa con la edad.

3. Falta de conocimiento sobre el mundo digital

Por eso, la tercera explicación, la falta de formación digital, aparece como la de más peso a la hora de dar cuenta de por qué los mayores comparten una mayor cantidad de noticias falsas. Incluso las habilidades analíticas sucumben ante las elaboradas falsificaciones que pueden hacerse en el mundo digital.

No es necesario que sean perfectas. Fotos trucadas de manera evidente y tosca pueden convencer a quien se ha incorporado de manera tardía al mundo de las redes sociales, como ocurre con los mayores. Se ha mostrado que, por un lado, la capacidad de distinguir fotos falsas disminuye con la edad y, por el otro, las noticias que van acompañadas de una imagen son aceptadas como verídicas con más facilidad (y ello aunque la imagen no añada nada al texto) y, además, son más compartidas.

De todo lo dicho, no debería deducirse que los mayores comparten noticias falsas a propósito o que lo hacen intencionadamente más que los jóvenes. Al revés, cuando se les pregunta, se muestran menos dispuestos a hacerlo, lo que parece que quiere decir que el problema principal es la falta de conocimiento del mundo digital y sus complejos algoritmos.

En resumen, la explicación basada en las deficiencias cognitivas que se manifiestan con la edad y que parecía ampliamente aceptada debe dejar su lugar a la falta de formación sobre cómo funciona el mundo digital.

Novelas de caballerías

Cincuenta años, más o menos, tenía Alonso Quijano cuando dio en creer que lo que los libros de caballerías relataban era cierto. En varias ocasiones, a lo largo de la novela cervantina, se manifiesta la sorpresa de que un hidalgo, que en el resto de cuestiones hace gala de un razonamiento discreto y hasta admirable, tenga por verdaderos los increíbles y disparatados sucesos de esas obras.

Tal vez tenga algo que ver en ello la edad. De haber sido más joven, puede que no se hubiera convertido en el Caballero de la Triste Figura. No hay que olvidar que el segundo ventero, que no debía de ser de edad muy diferente a la de Don Quijote, tenía también por cierto que lo que los libros de caballería contaban ocurrió realmente tal y como lo describían.

No son, desde luego, los libros de caballerías lo mismo que las fake news, o noticias falsas, con las que convivimos en la actualidad, salvo tal vez en el hecho de que unos y otras «no están obligados a mirar en delicadezas ni verdades». Sin embargo, sí podría ser la edad un factor relevante a la hora de predecir quiénes van a creer este tipo de fabulaciones.

Volvamos por un momento a El Quijote. Cuando el ventero afirma creer que es verdad que Félixmarte de Hircania de un revés partió a cinco gigantes por la mitad, podríamos estar tentados a pensar que se debe a una deficiencia cognitiva, a una carencia en su formación. En su caso, sería una explicación plausible, pero que no valdría para Don Quijote.

Sin embargo, aunque hay parte de eso, la justificación que da el ventero es distinta: para él no puede ser mentira lo que cuentan los libros de caballería porque están impresos «con licencia de los señores del Consejo Real, como si ellos fueran gente que habían de dejar imprimir tanta mentira junta, y tantas batallas, y tantos encantamentos que quitan el juicio».

Lo que mostraría el ventero, más bien, es desconocimiento sobre el mundo literario y editorial. Algo comparable a la falta de formación de los mayores de hoy sobre el mundo digital, quienes pueden preguntarse, de modo similar «¿cómo iban a permitir las autoridades que la mentira campe libremente en las redes sociales?»

El hecho de que se crea que mentir será castigado porque las leyes así lo dicen puede dar una falsa sensación de seguridad: solo aquellos a quienes les importe poco pagar multas o acabar en la cárcel se atreverán a mentir, luego, necesariamente, la mayor parte de las noticias que aparecen en las redes sociales han de ser verdad.

La desconfianza y la pereza

De modo que si el poder político se arroga la tarea de protegernos contra la mentira, nos estaría haciendo más vulnerables a ella. Creyéndonos a salvo, seremos engañados una y otra vez. La solución puede ser también, en cierto modo, política y podría consistir en recuperar una sana desconfianza con respecto a los otros.

A fin de cuentas, esta es la idea que Thomas Hobbes tenía en mente cuando usó la frase de Plauto, homo homini lupus –el hombre es lobo para el hombre–. No quería decir que los seres humanos se mataran los unos a los otros (los lobos normalmente no se matan entre sí), sino que son desconfiados.

La desconfianza no es necesariamente mala, pero sí un poco engorrosa y laboriosa, ya que exige una constante vigilancia y análisis de las acciones del prójimo. Así que puede que el origen del problema de las noticias falsas, al final, no sea otro que la pereza.

  1. Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.
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